Redacción Canal Abierto | De visita por la Argentina para presentar su libro Del desencanto al populismo, escrito junto al filósofo español Germán Cano, el psicoanalista argentino Jorge Alemán brindó una charla en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires .
A continuación, repasamos los párrafos principales de su exposición que recorrió la situación nacional, la mundial, las dificultades para resolver la crisis de representatividad, y desarrolló una teoría del sujeto para pensar la política.
– La perversión de responsabilizar al excluido: «Con maneras progresistas, los países castigados, los países vulnerables, aquellos cuyos procesos intentan cambiar las lógicas de distribución del ingreso, los que tratan de abrir un campo para la justicia y la soberanía, son tratados siempre como populistas, demagógicos, invirtiendo de manera perversa algo que había surgido en el contexto del existencialismo de Sartre. Sartre hablaba de ‘mala fe’ cuando un sujeto no se hacía cargo de lo que le sucedía a él y siempre descargaba su responsabilidad en otra cosa. Ahora los países pobres, excluidos, son responsables de esa exclusión porque o bien tienen déficit institucionales, o están dominados por un caudillismo premoderno, o han fracasado en todas las tradiciones republicanas, o no han tomado las reformas que serían necesarias para introducirse en la Modernidad. Trasladaron algo que el existencialismo había pensado en el orden de los sujetos, al orden de lo social».
– El fin de la revolución: «Hoy, la palabra ‘revolución’ ha perdido su vigencia histórica en el sentido de la tradición marxista. Es decir que se ha perdido la idea de una ley de la historia a cumplir, de un proceso que iba a transformar todo el orden social, un sujeto que lo sostenía, una ruptura que iba a dar lugar a un comienzo absoluto.
Hay que medir las consecuencias de que la palabra revolución se haya retirado de la gramática política. Los que son de mi generación recordarán la impronta que tuvo la Revolución Cubana. Hay un texto de Kant que se llama ¿Qué es la Ilustración? donde él dice que no importa discutir qué ha sucedido internamente en la Revolución Francesa, sino el entusiasmo que ha generado. Cuba fue el entusiasmo en aquel entonces, y la idea de que la revolución tenía un sentido histórico y los pueblos estaban abocados a ese devenir. Las clases trabajadoras eran clases ‘en sí’ pero cuando se constituían en su ‘para sí’ se volvían sujetos del proceso revolucionario. Esto terminó en un desencanto enorme porque se empezó a ver una anticipación de la caída del Muro de Berlín cuando se notó la fuerza del capitalismo».
– La subjetividad neoliberal: «Esta mutación del capitalismo que denominamos neoliberalismo tiene tantos dispositivos –entendidos como aquello que nos pone ‘a disposición de’- que logra lentamente ir construyendo un modo de producción, como diría Marx, no sólo económico sino también de subjetividad. Es decir que el capitalismo ya no es solamente una infraestructura económica que determina en última instancia todos los procesos sociales, sino que esos mismos procesos sociales, en su génesis, ya están jugando al interior de las reglas del propio capitalismo. Surge así una exigencia sobre cómo pensar lo político, dado que la gestión política es hacerse cargo de todo el andamiaje que el propio capitalismo ha construido.
Es una especie de flujo permanente asignificante, es decir que no tiene lugares donde cortar nada. Incluso va llevando las cosas a tal estado que no se sabe nunca qué es importante o qué no lo es, no tiene puntos de amarre que antes garantizaban los procesos de sentido. Es un tipo de dispositivo que hace que todo el tiempo suceda algo y a la vez no suceda nada.
En el capitalismo, en su etapa neoliberal, las fronteras de las categorías se empiezan a disolver. Es una fuerza que configura un nuevo tipo de racionalidad que va hasta el último confín de la vida. Y ya las separaciones público-privado, Estado-mercado, empiezan a ponerse en tela de juicio, porque los dispositivos del capitalismo funcionan también en lo público. Por ejemplo, cada uno se convierte en un capital humano que se tiene que estar todo el tiempo dándose valor a sí mismo, automaximizándose, rindiendo cada vez más, estando en permanente competencia con los otros y consigo mismo».
– La situación argentina: «La amargura que hay aquí es porque hubo un gran proceso político, y apareció un gobierno que se constituyó y funciona como un Grupo de Tareas y desmontó todo en muy poco tiempo. Ahora en la Argentina hay un montón de manifestaciones de distinto tipo, de distintos sectores. Eso evidencia una situación de crisis de representación: hay un montón de gente que se manifiesta porque no se siente representada en sus demandas básicas. Pero resulta que hasta que esa cadena de demandas no se articule, pueden suceder mil cosas de esas por día y no ocurrir nada en términos serios de un proyecto transformador. Para que realmente empiece a suceder algo importante todas esas demandas parciales se tienen que articular en una cadena equivalencial. El problema es que uno no puede anticipar quién las va a articular. Normalmente se articulan cuando surge la figura lógica de un líder, pero al líder no se lo puede establecer de antemano, se lo conoce sólo después. Y todo esto no está dado sólo por el malestar social que hay, porque si hay algo que se rompió es el nexo entre ese malestar y el surgimiento de una gran vocación transformadora».
– Macri y la antipolítica: «Yo no veo que Macri signifique una construcción cultural hegemónica, más bien es una mezcla de estetización, autoayuda y policía. Lo que veo es un conglomerado que funciona con una matriz muy básica: en todas partes se ha dicho ‘ustedes han participado de una fiesta, han dilapidado y ahora tienen que pagar’, ‘se gastó lo que no se tenía y ahora tenemos que remontar’. Es el ABC neoliberal. Pero lo interesante es saber por qué la gente se adhiere a eso, y es porque hay mucha que siente que la política es una interferencia, que las cosas funcionan bien en la medida en que no la molesten con lo político, que querría vivir en un mundo donde la política no la perturbe. No goza con eso, no realiza ninguna satisfacción con la política».
– La democracia como campo de disputa: «A partir de la caída de la palabra revolución, empieza a percibirse que los procesos políticos no pueden ser concebidos como procesos históricos permanentes y eternos. Es decir que por un lado no hay revolución, por lo tanto la palabra ‘democracia’ vuelve al centro de la escena, pero a la vez no hay democracia si uno se instala para siempre en el gobierno. El escenario es la democracia y es el último lugar que nos queda para poder articular lo político. Es como si uno tuviera que aceptar que juega en el campo y con las reglas del otro. Pero no hay más remedio que aceptarlo porque es un campo de disputa, lo que Gramsci llamaría un campo de batalla cultural y de guerra de posiciones. No podemos ceder sobre eso porque si optáramos por otras vías, las violentas, es donde nos están esperando. Tienen fabricado el lugar para que encajemos en ese casillero».
– En busca de un escenario alternativo: «El desafío es pensar qué tipo de experiencia contrahegemónica se puede construir. Porque generar un escenario cultural alternativo al neoliberalismo es muy difícil, lo fácil es criticarlo. No tenemos una teoría que nos diga cómo caminar directamente hacia ahí. No hay esto y vamos, sobre la marcha, insistiendo. Porque hay un secreto que está en el deseo, no en la demanda, que es la insistencia. Hay algo en el deseo que es inarticulable, como decía Lacan, porque nadie lo puede nombrar, pero está articulado. Y su característica más importante es la insistir».