A partir de este fin de semana Canal Abierto comienza a publicar por entregas cada uno de los capítulos del libro Pibes. Memorias de la militancia estudiantil de los años setenta, de Hernán López Echagüe.
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Digamos, por un decir, que el relato de estas memorias comienza en el exilio, en 1977. Tal vez un mal sueño. O un flaco favor de la reverberación de las cosas. O un largo intervalo en la respiración. Tal vez ocurrió. O ahora todo es sueño y aliento. Qué importancia tiene. La imaginación le da cuerpo, color y perfume a la memoria.

Entonces digamos, por un decir, que sos el relator de estas memorias. Relator por inconveniencia. Porque estás en la noche negra y alucinada de Sao Paulo, meta roncar, ahogado en la miseria y en un remolino de culpa, sin puertas que golpear ni ganas de buscarlas, ganas nomás de borrachera y mudez para siempre, tirado en la cama junto a una mujer, tu compañera, que ha dejado de ser tu mujer, porque sus ojos se fueron hace tiempo, andan a la deriva, esquivando los tuyos, escondiéndose de las cosas tuyas, digamos, por decir algo, que estás así y asado, en la soledad total, la vida un canto monótono al abandono, y de pronto, en una madrugada del otoño de 1977, alguien manosea el timbre del departamento de treinta metros cuadrados de la calle Joao Lourenço en el que vivís de prestado y sin que medie una presentación formal, ni siquiera un hola amable, sin tomarse un respiro, un tipo con aire de pasta de trapos que dice llamarse Mandrake, que es conocido como Mandrake, del que debés acordarte porque te dice que él anduvo militando en los mismos lugares en que vos militabas, te larga que a Chiche se lo llevaron, que a Lennon se lo llevaron, y que de Tony no se sabe nada, semanas sin noticias de él, todo esto lo dice en la puerta de tu casa, entre gotas de ojo, y sin esperar palabra se mete en la sala, deja caer un bolso de lona marrón en el piso de escarcha, te abraza, sentís el olor de su transpiración y del tabaco en su cuello, en la piel de corderito sucio de su campera, y te pide que lo dejes pasar un par de días en cualquier rincón, la revisión del martirio, su misión de recadero del diablo no le llevará más que un par de días, está de paso, rumbo a Quito, y el tipo, a esa hora vejatoria de la condición humana, quiere un vaso de cerveza, un trago que lo ayude a sobrellevar el encuentro y le aplaque la temblequera, que lo devuelva a su estado de trapo inmóvil, no hay cerveza, nunca hay cerveza en el departamento, sí un culo de cachaça Tatuzinho, siempre hay un culo de cachaça, la cerveza es cara, no es bebida de refugiado, o tal vez no sea cara, pero encomendarte cada noche al noveno cielo con cerveza te cuesta mucho, un buen carro de botellas, ¿no hay cerveza?, no, están secuestrando a todos, desaparecen, desaparecen, y el tal Mandrake encoge los hombros y con un aleteo evanescente de los brazos y los ojos puestos en el cielo de la nada, dice, sin decirlo, sin siquiera ganas de decirlo, desaparecen como desaparece el aire cuando corrés mucho, como desaparece el cansancio cuando pasás tres noches trepándote por las paredes, como se arrepiente una idea, así, chás, no fueron a una cita, tampoco a la siguiente, sucede todos los días, hay compañeros que no aparecen, esto te mata, te perfora el alma, es pinga, alcohol de caña de azúcar, cómo te dejó pasar el portero, le dije que era urgente, cosa de vida o muerte, hasta cuándo pensás quedarte, hasta que me dejes, me esperan en Quito, lo de Chiche, lo de Lennon, no puede ser. ¡Se los chuparon, se los chuparon! La mañana se atasca en el silencio. El tal Mandrake se mueve por la sala como una aparición, una figura etérea, te echa un vistazo de pies a cabeza, le sonríe a tus calzoncillos, a las hilachas de tu boca. ¡Se los están chupando a todos, loco, a todos! No lo mirás. No podés hacerlo. No querés. No te está diciendo nada nuevo. Te lo está recordando. Feo eso. Que te recuerden que el mundo se ha desmoronado, que de todo lo que te rodeaba, ese todo en apariencia macizo, eterno, hace tiempo que no restan más que parpadeos, lo supiste de modo fiero una mañana de otro julio, el año anterior, cuando se llevaron a tu compañera en tus propias narices, y antes de ella se habían llevado a otros, pero vos pensabas que en algún momento iban a dejarlos de vuelta en casa, que los milicos no podían estar tan locos, y creías que la distancia, el refugio en otra geografía, podía ayudarte a recobrar las ganas y ahuyentar los miedos.

Ahora Mandrake te saca de la cama y te arroja de vuelta ese mundo en la cara, que es el tuyo, que siempre será el tuyo, tu mundo, sabés que siempre andará ese mundo tuyo al acoso entre los pliegues de tus otros mundos que vendrán, los que quieras inventarte, el mundo de un tipo de poco más de veinte años, los que tenés, los mundos que puedas fraguar, pero el mundo primero, el que te ha llevado a Sao Paulo, nunca se marchará del todo, sus colores serán el fondo de claroscuros por el que desfilarán todos los personajes nuevos de tus mundos nuevos, con todas sus simulaciones en el pellejo, estar vivo ya no te resultará suficiente, a tu respiración le faltará el favor del aliento de los otros; a tu voz, la entonación de los otros; a tus pasos, la entereza de los pasos de los otros; a tu risa, la naturalidad de la risa de los otros; a tu mirada, los ojos adolescentes de los otros, y así vas a envejecer, con la imposibilidad de caer en la cuenta de que siempre serás el resto de los otros, lo que ha quedado de los otros, que serás el recuerdo chapoteando por todas partes, que tendrás que ser los otros, en algo, en su atrevimiento, en su perseverancia, para que no se vayan del todo, para que no te abandonen del todo. ¿Lennon y Chiche desparecidos? Lo que querés es dormir, regresar a la piel de ella, al aroma ajeno de ella, a la tibieza de las sábanas prestadas, echar al Mandrake ese y su Argentina degolladero del carajo por la ventana y retomar la burla del sueño, rodar unos instantes más por el barranco de estofa y arena suave en el que soñabas que ibas a rodar soñando antes del timbrazo que desnucó el sueño del sueño.