Redacción Canal Abierto | Los últimos números que se manejan sobre la infancia en Argentina reflejan una realidad cruel a la que no se le puede dar la espalda. Según UNICEF, hay 6,3 millones de chicos y chicas (un 48% del total) que ven vulnerado el ejercicio efectivo de sus derechos.
De ese total, 20 puntos porcentuales corresponden a privaciones “severas”, como vivir en una zona inundable y cerca de un basural o no haber ido nunca a la escuela entre los 7 y los 17 años, mientras que un 4,9% viven en la “extrema pobreza” (no alcanzan a cubrir una canasta básica de alimentos).
Aunque estremecedor, estos datos no son más que un reflejo global de otras cuentas pendientes, como por ejemplo el hecho de que uno de cada diez niños y niñas realice algún tipo de trabajo infantil, que siete de cada diez sufren castigos físicos o maltratos psicológicos, o bien que cada 10 minutos una niña/adolescente se convierte en madre (muchos de esos embarazos son consecuencia de abusos sexuales).
Para el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la Universidad Católica, es un 51,7% el porcentaje de niños y niñas que se encuentra bajo la línea de pobreza y que el 15,5% de los menores de 17 años realizan “tareas domésticas intensivas” o trabajan.
En el Día Mundial contra el Trabajo Infantil, la ONG Aldeas Infantiles SOS Argentina se expresó sobre la gravedad de tener 1.417.567 niños y niñas que realizan tareas encuadradas en el mundo del trabajo. “No se trata sólo de estrategias de supervivencia o colaboración familiar, se trata de estructuras productivas apoyadas en una forma delictiva: el trabajo infantil”, sostuvo Alejandra Perinetti, directora de la ONG.
El trabajo en la niñez deteriora su salud, no permite sostener la escolaridad o realizar actividades propias de esta etapa de la vida. El juego o ir a la escuela se ven reemplazados por la necesidad de llevar dinero a su casa, de tener algo para comer.
“Limpiar un vidrio, intercambiar estampitas, tirar de un carro, revolver contenedores de basura, coser en un taller, levantar una cosecha, apilar ladrillos, son formas que adquiere el trabajo infantil. Pero también y más invisibilizado aún está el trabajo doméstico intensivo y el cuidado de niños más pequeños mientras los adultos salen a trabajar o a hacer changas. Un niño o niña que debe insertarse de manera temprana en el mundo del trabajo es, además, a futuro un adulto con escasas oportunidades laborales formales. Así, el ciclo de pobreza y vulneraciones se consolida de generación en generación”, resalta Perinetti.
Claramente estamos ante una problemática de tipo estructural donde muchas familias quedan excluidas de una red de contención, y como siempre, los más vulnerables son los niños y adolescentes.
“La erradicación del trabajo infantil involucra en primer lugar al Estado pero también a la estructura productiva que es cómplice del trabajo infantil: empresarios, asociaciones sindicales, empleadores y a cada uno de nosotros, como testigos pasivos de esta situación. Es claro que hemos visto algunos avances en esta dirección pero fueron insuficientes e irregulares. El extremadamente frágil contexto social actual amerita una mirada protectora urgente hacia estos niños y adolescentes más vulnerables”, sentenció la licenciada.