Estamos ante una turba de gente que vive insatisfecha. Gente ávida, voraz, y, por sobre todas las cosas, entregada al vicio de un narcisismo estrafalario. No hacen más que mirarse el ombligo, y el lado negro de las cosas. Son unos zánganos que gastan el tiempo en las calles, interrumpiendo el tránsito. No tienen trabajo porque simplemente no lo buscan. ¿Puede alguien encontrar algo que no busca? Hablan de una manera incomprensible. Sueltan palabras que sólo ellos entienden. En su interior tienen un atávico afán de malicia, de intolerancia y cierta propensión al caos. Se emborrachan y entonces tienen manadas de hijos. Desconocen por completo el artículo catorce de la Constitución Nacional: ”Todos los habitantes de la Nación gozan de los siguientes derechos conforme a las leyes que reglamenten su ejercicio; a saber: De trabajar y ejercer toda industria lícita; de navegar y comerciar; de peticionar a las autoridades; de entrar, permanecer, transitar y salir del territorio argentino; de publicar sus ideas por la prensa sin censura previa; de usar y disponer de su propiedad; de asociarse con fines útiles; de profesar libremente su culto; de enseñar y aprender”.
Porque si fueran demócratas y patriotas y respetuosos de los dictados de nuestra benemérita Constitución Nacional no dudarían ni un segundo en ponerse a trabajar o crear una industria. Y navegar y comerciar. Entre tantas otras cosas factibles. Si hay voluntad, claro. Se la pasan violando una Constitución que, vaya paradoja, les brinda y otorga decenas de derechos. Además, tienen el hábito de gritar. Y maldecir sin razón alguna. Lejos están de comportarse conforme la etiqueta y los buenos modales, valores básicos en toda sociedad que demuestran buena educación y respeto hacia los demás.
Allá ellos.