Por Federico Chechele | Habrá que esperar hasta septiembre a que todo se normalice, o quizás pase mucho tiempo para que lo que entendíamos como normal vuelva a serlo. Más allá de las apuestas sobre cuándo saldremos de la cuarentena y cuán normal será ir al cine o a una cancha de fútbol, lo único que parece ser cierto es que nada será como antes.
Desde que comenzó la pandemia en el mundo se abrió una grieta que separa a los que priorizan la vida por un lado, y los que creen que es mejor preservar la economía con la falsa excusa de que si se derrumba todo habrá más muertes que las que dejará en el camino el COVID-19.
Una farsa con buena prensa. Con sólo googlear un poco, cualquier ser humano se va a encontrar con estos datos: En el mundo mueren 24.000 personas de hambre por día. La verdadera grieta es esta: más de 1.300 millones de personas son pobres y las 26 personas más ricas del planeta poseen la riqueza de las 3.800 millones más pobres.
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“El coronavirus está mostrando que la vulnerabilidad o mortalidad humana no son democráticas, sino que dependen del estatus social. La muerte no es democrática. El COVID-19 no ha cambiado nada al respecto”, expresó hace unos días Byung-Chul Han, filósofo coreano radicado en Alemania que pocos hemos leído aunque muchos tropezamos con varios de sus textos. Hoy es considerado una de las mentes más innovadoras en la crítica de la sociedad actual.
Lo cierto es que estamos inmersos en discusiones que nos alejan de la solución de los problemas y agravan la situación de los que menos tienen. Hace unos días, la CGT y la UIA tardaron cinco horas en ponerse de acuerdo para reducir el 25% del salario de los trabajadores que no asisten a sus empleos -como si hubiese sido por decisión propia-, con la excusa de evitar despidos. Esto fue homologado por el ministerio de Trabajo, del propio Gobierno que intenta imponer en el Congreso un impuesto a las grandes fortunas. Lo llamativo es que será presentado como “aporte extraordinario” y por “única vez” para sólo 11.300 personas que poseen más de 3 millones de dólares. Este algoritmo social tiene a los trabajadores como el sector más perjudicado, que pierde en una y no gana en la otra. Invicto.
Como es sabido, este proyecto de ley ya tiene más de cinco horas de buenas intenciones y sigue buscando consenso porque suena a poco. En una reunión con el diputado Carlos Heller, autor de la iniciativa, la CTA Autónoma propuso que sean las 114 mil personas que tienen más de un millón de dólares de sus bienes declarados las que sean contempladas y que dicho impuesto sea permanente. Sin embargo, cuando el proyecto ingrese a la Cámara Baja será un debate nacional y habrá fuego cruzado, pero con balas de fogueo. Porque los que aprueben la ley con el formato actual se llevarán el rédito de una discusión que debiera ser mayor, y los que pierdan, perderán poco, a pesar de poner toda su maquinaria mediática para proteger las fortunas de quienes los sostienen. Y de nuevo, no ganarán los que tienen que ganar. Todavía hay tiempo para mejorarlo.
Hace uno días se viralizó un video de un economista argentino que interpelaba a su público preguntándoles si querían “ser” Amsterdam. Ante una respuesta afirmativa les dijo: “Bueno, bajamos el IVA del 21 al 10% pero subimos el impuesto a las personas del 35 al 52%”. Y remató: “¿Ya no quieren ser Amsterdam?”. Moraleja: los países a los que nos queremos parecer le cobran menos impuestos a las empresas que en Argentina, pero mucho más a las personas. Se protege a la fábrica y no al patrón.
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Discutir estas cuestiones sería avanzar varios casilleros porque si hay algo que sabemos todos, hasta ellos mismos, es que la burguesía nacional es miserable. Miserable porque sólo sabe hacer negocios, fugar capitales, sin fomentar o apropiándose de la idea de un país industrial. Hace unos días un alto dirigente de los ´70 comentaba ante un reducido grupo de personas que la Argentina había inventado la Birome. Hoy en día, todo el mundo usa la birome y nuestro país no fue capaz ni de patentar algo tan común como un bolígrafo. Fue como inventar un software, pero en los años ´40, y lo dejamos pasar como tantas otras cosas.
Es tanta la miserabilidad que a un sector del empresariado que fugó capitales durante el gobierno anterior, hoy el Estado le paga parte del sueldo de sus trabajadores mediante la Asistencia de Emergencia al Trabajo y la Producción (ATP) que dispuso el Gobierno y contempla el pago de hasta el 50% de los salarios del sector privado. El programa fue alterado por CEOs, dueños, presidentes y gerentes de empresas que declaran jornadas laborales mayores a las reales para sacar su tajada y, en algunos casos, les queda dinero a favor.
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Por eso es necesario seguir discutiendo y confrontando al neoliberalismo, porque del otro lado están todo el tiempo pensando en nosotros y tienen mayor poder de fuego.
Creer que finalizada la pandemia habrá cambios estructurales en el mundo en pos de construir una sociedad mejor es tan iluso como pretender que tras miles y miles de muertes los países desarrollados que decidieron marginar el cuidado de sus ciudadanos mañana se inclinen por invertir en la salud pública.
El peor dato que tiene la Argentina no es la deuda externa ni entrar en default, ni la corrupción, ni los bancos; el conjunto del todo conlleva a que hoy haya cuatro millones de personas en el país que no vieron nunca trabajar de manera formal a sus padres ni a sus abuelos. No alcanza con ordenar las instituciones, se trata de la distribución de la riqueza.
Para ello volvemos al coreano Han que nos subraya que “el virus es un espejo, muestra en qué sociedad vivimos. Y vivimos en una sociedad de supervivencia que se basa en última instancia en el miedo a la muerte… en una sociedad de la supervivencia se pierde todo sentido de la buena vida”.
Ilustración: Marcelo Spotti