Redacción Canal Abierto | “Por mí que lo quemen todo, que arda cada ciudad en la que un hombre negro o una mujer negra haya sido asesinado por la Policía o por alguna persona blanca que decidió que una vida vale menos que la suya”. Así comienza una columna de la periodista puertorriqueña Ana Teresa Toro luego del homicidio de George Floyd a manos de cuatro policías blancos en Minneapolis.
Esposa de un actor negro, Modesto Lacén, Toro y su pareja vivieron durante dos dos años en Los Angeles, California. Allí conocieron de primera mano cómo opera el racismo institucionalizado en la unión. “Ser una persona negra en el mundo es casi como tener una segunda nacionalidad porque, no importa el país en el que vivas, experimentás este tipo de racismo institucionalizado y organizado”, reflexiona.
“A estas alturas el argumento seguro y políticamente correcto de que “la violencia genera más violencia” no aplica en lo absoluto. ¿Cuántas décadas más de marchas pacíficas habrá que hacer? ¿Cuánto activismo y cabildeo en el Congreso para lograr leyes que atiendan esta epidemia de crueldad? ¿Cuántos rezos, libros, reportajes, testimonios, documentales, películas hollywoodenses o conferencias habrá que hacer? ¿Cuántas investigaciones académicas que prueben estadísticamente lo evidente? ¿Cuántos vídeos de hombres y mujeres negros asesinados se tienen que hacer virales y causar indignación para que se atienda el problema desde su raíz: la mismísima fundación de ese país tan extraño? Ningún camino pacífico ha surtido efecto, pues que quemen edificios y rompan puertas como sucedió en Minneapolis, porque a lo mejor los únicos gritos que son capaces de escuchar provienen de la pérdida de algunos dólares”, continúa su artículo, escrito al calor de las protestas que por estos días conmocionan norteamérica.
“En Puerto Rico se ha abierto la conversación sobre los afrolatinos y sobre los puertorriqueños negros, y cómo se manifiesta el racismo desde el punto de vista local. En nuestro país hay racismo, se viven las agresiones grandes, medianas y pequeñas. Como esposa de un hombre negro, las he vivido de otra manera; pero aquí no tengo miedo de que un policía lo mate cuando sale a correr a la calle como cuando vivíamos en Estados Unidos”, comenta Ana.
En las calles de la ciudad de San Juan, como en otras tantas capitales de occidente, hubo manifestaciones: “La gente se reunió, pero aquí las protestas suelen ser muy musicales. Hubo bomba, que es la música afro-puertorriqueña más representativa, varios conversatorios virtuales y este tipo de cosas. Se vive, sobre todo, abriendo la conversación acerca de los puertorriqueños afrolatinos de los Estados Unidos, que es uno de los grupos más invisibilizados. La gente cree que todos se parecen a Ricky Martin o a Sofía Vergara, ese rostro de la mezcla homogénea de la latinidad, pero hay muchísimos latinos negros”.
“El racismo institucional en los Estados Unidos trasciende las nacionalidades. En todas las experiencias cotidianas, a pequeña o gran escala, se vive el racismo.”
“En los Estados Unidos se está cuajando una guerra civil en potencia. La gente dice que ese hombre no es un líder, pero Trump es un líder, tiene mucha gente que lo sigue y le habla a ese sector de supremacistas blancos radicalizados, un sector que tiene armas y no son cuatro locos. Esa gente es un ejército. Son tiempos para estar muy preocupados”, alerta la periodista en diálogo con Canal Abierto.
¿Cómo se entiende que tras haber tenido un presidente negro como Barack Obama los estadounidenses hayan elegido a Trump? ¿Es fruto de una reacción?
-Los avances son simbólicos por mucho tiempo antes de convertirse en avances concretos. Obama nunca tuvo un Congreso que le permitiera gobernar como él quería. Muchas de sus políticas fueron obstaculizadas por un Congreso conservador, recalcitrante, mayoritariamente compuesto por hombres blancos.
Por otro lado, la elección de Obama representó muchísima esperanza desde una perspectiva simbólica, pero la situación de los afroamericanos, de los afrolatinos, de las personas negras no cambió radicalmente como se esperaba. Fue un avance que se quedó en lo simbólico pero no trascendió en una mejor calidad de vida, en poder trabajar y poder proveer a las familias. Estó favoreció la elección de Trump.
Sumado a ello, la situación con la policía no cambió; el excesivo encarcelamiento de hombres negros, no cambió; la doble vara para juzgar al ciudadano negro no cambió. Porque Estados Unidos como país está fundado sobre una herida abierta que en cada oportunidad supura, en cada interacción humana esa herida supura.
Esa herida está tan abierta, con ejemplos cercanos como el de Katrina (el huracán de 2005 que destruyó New Orleans y diezmó el estado de Louisiana) donde quedó claro que el país le dio la espalda a cientos de miles de personas negras que lo perdieron todo y transformaron la realidad de ese estado y de esa ciudad. A quince años de ese suceso la situación de esas personas no ha mejorado.
Hay ejemplos como este, o estas matanzas, lo cierto es que cada vez que una persona blanca y una persona negra en Estados Unidos interactúan pasan por el filtro de esa herida abierta.
¿Esta división por raza se superpone a la condición de clase?
-Se utilizan mucho los ejemplos de los artistas o los deportistas, las grandes estrellas de la NBA. Pero esa es otra forma de colocar filtros para aceptar a las personas negras: te acepto dentro del espacio del folklore, de la música, del entretenimiento. Mientras la persona negra sea el circo es aceptable, pero cuando quiere entrar en la conversación como un igual y tomar su pedazo de pastel, ahí, entonces, hay problema. A pesar de que hay personas negras privilegiadas el filtro de la raza siempre los atraviesa.
Históricamente, en los Estados Unidos, muchísimas personas negras no han tenido acceso a la vivienda, porque ha habido predisposición de la banca a otorgar préstamos a familias blancas sobre las familias negras. Eso da como resultado que las personas negras no son dueñas de sus hogares, son los que más rentan, son los que menos seguridad tienen.
No es que una persona blanca odie a una persona negra sino que la sociedad ha sido diseñada para que haya una desventaja estructural que hoy está explotando. Estamos viendo la semilla de una guerra civil.
¿Qué mueve ese odio racial?
-Naturalmente hay un filtro muy grande de miedo. Cuando se habla de las reparaciones hay ejemplos terribles como el de Alemania. Alemania tiene una historia terrible, pero en ese país hay monumentos históricos, lugares, museos donde uno puede ir a recordar esa historia dolorosísima del holocausto. El Estado alemán ha tomado acciones concretas y por décadas ha subvencionado organizaciones culturales, educativas y civiles judías. No hay forma de borrar lo que se hizo, pero como Estado si puedes tratar de enmendar, de abrir un puente de balance que se ha roto. En los Estados Unidos eso nunca ha pasado. Tienes un país fundado sobre una gran transgresión, en el que la mitad de sus ciudadanos no se sienten representados. La mayoría de la gente de las minorías raciales no se siente parte.
¿Hay avances en este orden, instrumentos de reparación que busquen equiparar el daño hecho a la población negra?
-Hay varias leyes que procuran, por ejemplo, el acceso a las universidades a grupos con menos acceso. Siempre hay pequeñas grietas en todas las áreas: en vivienda, salud educación, que se logran con décadas de activismo; pero una pequeña grieta no borra una herida que es inmensa.
Hasta que este país no comience un proceso de reflexión y reconciliación nacional que incluya políticas públicas que mejoren la condición de vida, que reconozcan la necesidad de fortalecer económicamente a las comunidades negras en Estados Unidos y luego, que se rompa el tabú de hablar del racismo, que las personas blancas reconozcan que viven en una sociedad racista. La gran deuda de ese país es enfrentar esta discusión que, sino, puede acabar rompìéndolo.