Por Federico Chechele (@fedechechele) | Argentina atraviesa uno de esos momentos de la historia donde no se sabe si las cosas se están haciendo muy bien, bien, regular o mal. La respuesta se encuentra según el rubro y, fundamentalmente, según cómo se la mire.
Esto último, desde la óptica de las grandes corporaciones mediáticas y sus acólitos seguidores que entienden a la posverdad como el único fin de la justificación, critican y cuestionan hasta lo que no entienden. Vicentin y la reforma judicial son dos casos más que emblemáticos.
Mientras Mauricio Macri viaja por Europa dilapidando el 41 por ciento de los votos que cosechó en la derrota presidencial que le costó al país el mayor préstamo de la historia del Fondo Monetario Internacional, sus seguidores, una especie de fanáticos de cantantes latinoamericanos que aplauden por más que la canción haya sido horrible, se golpean el pecho por la movilización del pasado lunes 17 de agosto.
Con pancartas y banderas reclamaron cosas como: por un Patriarcado Unido Argentino; el verdadero virus es el marxismo; no a al acuerdo porcino con China; cárcel a Cristina Ya; Libertad a los presos políticos militares; Es fácil ser zurdo en un país libre lo difícil es ser libre en un país comunista; Viva la República-Basta de dictadura; Todos nosotros tomamos dióxido de cloro y estamos sanos; No a la vacuna genocida; Fase 1 fusilar políticos-Fase 2 fusilar periodistas-Fase 3 Argentina potencia; Soy del 41% que votó gente honesta; El único trabajo que da riqueza es el privado, no a las estatizaciones; entre cientos de otras consignas que dan vergüenza reproducirlas.
Con frentes internos – los moderados lo desconocen y bancado por el ala dura – el expresidente reapareció fogoneando la marcha y luego defendiéndose de las acusaciones de Alberto Fernández quien aseguró “Me dijo ‘que mueran los que tengan que morir’”, con relación a la política que hubiese ejecutado de haber sido reelecto.
Macri se defendió poniendo como razón su palabra. La misma que empeñó durante la campaña prometiendo un país lleno de gloria, pero que se fue arrastrando una desocupación del 10,9% con la pérdida de 240 mil empleos registrados; una inflación 300% mayor que la que recibió, 24.505 pymes cerradas, un feroz ajuste en los servicios y una deuda impagable.
Días atrás, el diario La Nación anunciaba que 25 mil argentinos se fueron a Uruguay desde que comenzó la cuarentena. ¿A qué se fueron? ¿Van a volver? Por la naturaleza de quienes fueron noticia no nos estaríamos perdiendo mucho con este segmento de autoexiliados. Son los mismos que no ejercen empatía con los más postergados de la sociedad y son los mismos que siguen buscando un PBI enterrado en Santa Cruz.
Se entiende aunque no se comparta, la desobediencia a la cuarentena de aquellos que padecen problemas económicos, desde quien hace changas hasta los empresarios gastronómicos, pero cuando el planteo está enfocado en la falta de libertad la intencionalidad es elocuente. Es la grieta de una sociedad convulsionada y que no se relaja ni en las peores condiciones.
Y si faltaba algo es la aparición de Eduardo Duhalde, expresidente no electo por el voto de la gente, que se animó a decir que «es ridículo que piensen que el año que viene va a haber elecciones». En apenas unos minutos dijo todo lo que nadie quiere escuchar, más para aquellos que nos quedamos atragantados por tener que suspender la marcha del 24 de marzo. Representa ese peronismo ortodoxo y feudal al que no se quiere volver, es el modelo del barrionuevismo, es quien le sacó las chancletas a Roberto Lavagna y le hizo creer que era el mesías de la resurrección. Es parte de lo oposición que no suma nada.
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Con apenas 9 meses de gobierno, lo más probable es que Alberto Fernández sea recordado como el presidente que fue juntando pedacitos, que puso todo su empeño para salir de la crisis que dejó Cambiemos y que tuvo que surfear una pandemia mundial.
Hoy se ve con asombro cómo los sectores más radicalizados de la sociedad ganan las calles bajo una desobediencia civil mientras los que estamos del otro lado lo vemos por televisión retorciéndonos en el sillón. No es una novedad local, la derecha se está expresando en el mundo, desafiando cualquier tipo de protocolo.
Tampoco es un dato menor que la demostración de fuerza en la calle que históricamente expresó el pueblo argentino podría haber apuntalado durante estos meses la expropiación a Vicentin, un salario mínimo garantizado o agilizar la ley para que se efectivice el impuesto a las grandes fortunas. En otras palabras, discutir la pelea contra el hambre en lugar de estancarnos en discusiones innecesarias, por valiosas que sea, como el control de las telecomunicaciones por parte del Estado.
En toda crisis hay que llevarse algo, en la del 2008 fue la eliminación de las AFJP, por ahora sólo festejamos caños en la mitad de la cancha.