Nos vemos en la obligación de hacerles saber que llevamos meses habitando un lugar que, en realidad, es un no lugar, como bien define el antropólogo francés Mar Augé a los espacios desprovistos de expresiones e imágenes alegóricas. Lugares en los que la existencia es efímera. Esos espacios despojados de relaciones e historia. Un paréntesis sustancial de la identidad, una ruptura fugaz con la alienación. Una suspensión del quehacer. La nada social. Los pensamientos a la deriva. La insoportable pesadez del ser. El desfallecimiento del sentido común. En muchos casos, el triunfo de la necedad. Un no lugar cuyos rasgos más distintivos son la desidia, la apatía y, por sobre todas las cosas, la ausencia de tolerancia. Estamos enfrascados en la inexactitud de pertenencia. ¿A qué territorio puede pertenecer el que habita un no lugar? ¿Acaso al territorio de la suspicacia, de la presunción, o, por qué no, al territorio de la sabiduría artificiosa?
Pero volveremos. Y seremos millones de no lugares.
Ilustración: Marcelo Spotti