Por Gladys Stagno | “Por ahí, un día de invierno a las 3 de la mañana, estamos todos mojados y viene la vecina y te alcanza un mate cocido. En verano hay gente, incluso de zonas muy pobres, que te traen gaseosa. O los chicos nos hacen dibujitos. En general la comunidad nos respeta y nos apoya muchísimo y nos da esa palmada, esa mirada de agradecimiento que es la que nos motiva”.
Marcelo Medina es el Jefe de los Bomberos Voluntarios de La Boca, el cuartel de bomberos voluntarios más antiguo del país que este domingo 25 de abril, a las 0 horas, cumple 50.000 días de servicio ininterrumpido.
La historia arrancó allá por 1883, cuando un voraz incendio en un comercio ubicado en Corti y Rivas –cerca de la ribera del Riachuelo y en lo que hoy es la avenida Almirante Brown– fue extinguido por los vecinos y vecinas del barrio, quienes formaron una cadena humana que se pasaba baldes con agua del río. La zona estaba poblada de inmigrantes genoveses que trabajaban en el puerto y habitaban casas de madera revestidas con pintura de los barcos, altamente combustibles. Los bomberos del cuartel central, que quedaba a cuatro kilómetros –en las actuales Belgrano y Luis Sáenz Peña–, acudían a los frecuentes incendios a caballo, por calles de tierra a veces embarradas. Y solían llegar tarde.
Como consecuencia, a comienzos del año siguiente de aquel histórico incendio los vecinos formaron la Asociación Italiana de Bomberos Voluntarios, con una primera invitación a participar escrita en esa lengua, que era la que hablaba la mayor parte de la comunidad.
“Hoy tenemos un plantel fijo, en la parte operativa, de unas 84 personas. Después tenemos un grupo de CAO (Cuerpo de Apoyo Operativo) con veinte o treinta personas más, y la reserva activa, que son unos quince. Todos trabajamos de otra cosa, desde el presidente hasta el último bombero. Ninguno cobra un centavo”, relata el jefe del cuartel en diálogo con Canal Abierto.
Ayudar después del trabajo
En tiempos de pandemia, donde el interés colectivo entró en colisión con la mirada individualista propia de estos tiempos y obligó a discutirla, los bomberos voluntarios que se esparcen por todo el territorio nacional ofrecen casi todo su tiempo libre al servicio de la comunidad que habitan. En el cuartel de La Boca, las guardias son de unas doce personas y cada bombero cumple un mínimo de 72 horas por semana. También son voluntarios los cuarteles de Vuelta de Rocha, San Telmo, Barracas-Pompeya, Villa Soldati, y San José de Flores, todos ubicados en la zona sur de la Ciudad, donde se concentran los grandes bolsones de pobreza.
“Hay que estar un poco loco. Bombero se nace y se hace. Se nace porque parece que te meten un bichito, una inyección de algo que te genera esa necesidad. Y se hace porque la formación es dura y prolongada”, sostiene Medina, quien comenzó a los 14 y ya lleva 40 años de “locura”, donde fue ascendiendo en el grado de responsabilidad dentro del cuartel.
La capacitación es de un año y para salir a intervenir en emergencias se requieren seis meses más. “Y después constantemente te estás capacitando. Por más que sea voluntario, tiene un nivel de profesionalismo grandísimo. En el cuartel tenemos ingenieros en seguridad, gente que está estudiando medicina, que ha hecho cursos en el exterior, tenemos academia, y todo eso cuesta –detalla-. Te tiene que gustar, tenés que sentir ese amor por el prójimo porque cuando todos corren para afuera nosotros corremos para adentro. Acá no hay cumpleaños, no hay Navidad, no hay Año Nuevo. Si pasa algo grande, quizá estás por brindar con tu familia y te llaman y salís corriendo. Es una vocación muy grande de servicio”.
Entre los bomberos hay hombres y mujeres, taxistas, enfermeros, maestros, pintores, trabajadores del Estado, que arriesgan su vida para ayudar a los demás… después del trabajo.
“Es toda una vida. Personalmente tuve la suerte o la desgracia de estar en Cromañon (2004), en Barracas cuando se incendió la gomería (2008), y en Iron Mountain (2014). Perdimos amigos del cuartel hermano de Vuelta de Rocha, murieron dos chicos. Es difícil reponerse, sigue siendo difícil –recuerda Medina-. Hay que entender que no somos superhéroes, somos personas comunes que tenemos familias. Te replanteás cosas y está bien, y si uno siente que no tiene que hacerlo más también está bien. Porque hay un punto donde quizá uno siente que ya no puede. O hay gente que ya no va al incendio y cumple otras funciones que son igual de necesarias y valiosas porque somos un equipo”.
Y agrega: “Con Iron Mountain fue un déjà vu, porque ya lo había vivido en la gomería. En el derrumbe, yo atendí a uno de esos compañeros que sacamos con vida y le dije ‘quedate tranquilo, te estamos sacando, vas a estar bien’, y falleció. Y en Iron Mountain pasó lo mismo. Rescatar a un compañero es mucho más difícil que rescatar a un desconocido porque es tu familia. Tenemos una psicóloga que nos ayuda muchísimo, y me ayudó a entender que yo no era un mentiroso, que esto era parte de nuestro trabajo. Estuve a punto de claudicar, y después pude recuperarme. Aprender a recuperarte, buscar ayuda, también es válido”.
De héroes y superhéroes
Los bomberos no sólo intervienen en siniestros sino que hacen trabajos de prevención y de ayuda social. Hace poco impulsaron “Lo podemos evitar”, una campaña de relevamiento por las casas de inquilinato donde dictaron capacitaciones a los vecinos para prevenir incendios y dar primeros auxilios, repartieron extintores y cambiaron tapones por llaves térmicas. Eso ayudó a bajar la cantidad de incendios en una zona donde muchas de las casas siguen siendo de madera, chapa, y capas de pintura.
“En una época teníamos muchas intervenciones en invierno por los sistemas de calefacción, porque cuando llueve la gente seca la ropa en las estufas o braseros. Después fue cambiando al verano porque cuando creció un poquito el poder adquisitivo la gente ponía aires acondicionados pero no cambiaba los cables internos, había cables de tela y se producían cortocircuitos –cuenta Medina-. Gracias al trabajo de prevención, bajaron notablemente esos accidentes”.
Desde el cuartel ofrecen, además, el servicio de capacitaciones para prevenir siniestros a empresas y edificios. Con eso, más el subsidio que le da el Estado nacional a todos los cuarteles del país, otro del Estado porteño y ayuda de fundaciones costean las reparaciones de las autobombas, reponen y mantienen los equipos, pagan los servicios y sostienen gastos tan básicos como la comida de los bomberos que están de guardia. Porque, con las sucesivas devaluaciones, sostener un cuartel activo se volvió muy difícil: hoy equipar a un bombero cuesta entre 1.500 y 2.000 dólares, y un equipo autónomo está entre los 5.000 y los 8.000.
La aparición del COVID-19, además, obligó a poner en práctica un protocolo interno que les evitó contabilizar contagios. Durante casi un año no ingresó al cuartel ninguna persona externa y las desinfecciones fueron constantes.
Las nuevas restricciones obligaron a convertir el festejo por los 50.000 días, casi 137 años, en una transmisión vía streaming este domingo, e instalaron en la puerta del cuartel un reloj en cuenta regresiva que preanuncia la hora 0. También planean la pronta inauguración de un Instituto que dicte cursos de capacitación para los bomberos y carreras para el resto de la población, como la tecnicatura en seguridad e higiene orientada a prevención de incendios.
“Para nosotros es muy importante, porque son 50.000 días de trabajo las 24 horas, los 365 días del año sin descanso, voluntariamente. Significa el esfuerzo de Bomberos de La Boca ante la comunidad. Es una alegría –finaliza el jefe-. Quiero mucho a bomberos, a la institución, a la gente, al sistema. Y voy a estar mientras que el cuerpo aguante y me sienta bien. Los bomberos viven muchas situaciones difíciles. Hay muchas imágenes que nos quedan grabadas. Hay decisiones que a veces hay que tomar en segundos, y después pesan. Uno puede entender que lo llamen héroe, lo que no podés es creértelo”.
Fotos: Luciano Dico (@dicoluciano)