Redacción Canal Abierto | Una vez más, son los vecinos y colectivos ambientales quienes echan luz sobre el impacto del agronegocio en los bienes naturales y la salud de la personas. Ahora fue el turno de la localidad bonaerense de Lobos, donde un estudio científico realizado por el Laboratorio de Plaguicidas del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) logró identificar la presencia de agrotóxicos en pozos de agua, plazas, escuelas y hasta en la emblemática laguna.
“Encontramos once plaguicidas en aguas subterráneas a diferentes profundidades, incluso las utilizadas por las estaciones de bombeo municipales (a 50 metros de profundidad)”, precisaron desde el colectivo Aporte Por el Ambiente de Lobos (APAL). Una muestra de la red de agua corriente incluso reveló la presencia del herbicida 2-4D en niveles “45 veces por encima de lo aceptado por la Unión Europea”.
Algo similar ocurrió con el material tomado debajo de los juegos de la Escuela N°3 y en la plaza principal, donde se registraron importantes cantidades de glifosato. La investigación también comprobó contaminación en aguas de lluvia. “Nos caen herbicidas e insecticidas”, declararon en conferencia de prensa las organizaciones que impulsaron el estudio.
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“Sabíamos que íbamos a dar con algo, pero no esperábamos encontrarnos con tanto. El resultado fue un horror. Impacta ver gráficamente estos resultados, que son contundentes. Nos moviliza y nos pone en estado en alerta”, indicó Cielo Campos, una de las referentes de la organización ambiental Fuerza Ecológica de Lobos, en diálogo con el portal Tierra Viva. En dicho artículo, el periodista Julián Pilatti hizo foco en la complicidad entre la Sociedad Rural local y el intendente y productor agropecuario Jorge Etcheverry para flexibilizar los intentos de poner un control a las fumigaciones.
Si bien el reciente informe hace referencia a las “evidencias que certifican que alejar las pulverizaciones y reducir las cantidades aplicadas disminuyen los residuos en el ambiente”, numerosos colectivos apuntan a lo que entienden como problema de fondo: el modelo de agronegocio y su paquete tecnológico (esencialmente, las semillas trasngénicas y los agrotóxicos). “Esta es una alerta grave para las autoridades y la ciudadanía, tenemos la responsabilidad de escuchar por nosotros y por las futuras generaciones”, señalaron.
En 2020, otro estudio similar solicitado por la Justicia en la causa por fumigaciones en Pergamino también había confirmado altos niveles de plaguicidas en el agua. Entre las moléculas cuantificadas, se mencionaba la atrazina -una sustancia química disruptiva endocrina que puede causar problemas reproductivos en especies animales y está asociada a bajo recuento de espermatozoides y retraso en el crecimiento intrauterino en humanos-, el 2,4D -posiblemente carcinogénico- y el clorpirifos -uno de los compuestos químicos más tóxicos del agro-.
En aquella oportunidad, la ingeniera agrónoma y líder del equipo del INTA que realizó la reciente investigación en Lobos, Virginia Aparicio advertía sobre los riesgos para la salud y recomendaba el viraje hacia un modelo agroecológico: “es posible producir cultivos extensivos aprovechando en mayor medida los procesos naturales y las interacciones beneficiosas para reducir el uso de insumos y mejorar la eficiencia de los sistemas agrícolas”.
“Siempre se plantean pequeños parches, como usar menos agrotóxicos o aplicar cuando no hay viento, pero lo cierto es que dentro del actual esquema y paradigma productivista simplificador no hay solución. Es necesario un replanteo general de la forma en que se encaran los sistemas de producción”, señaló a Canal Abierto Santiago Sarandón, ingeniero agrónomo y creador de la primera Cátedra de Agroecología del país. “Cada día queda más claro, la agroecología no sólo es posible y viable, es una alternativa necesaria”.
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