Por Carlos Fanjul | EL PELO DEL HUEVO
Ya está. Volvimos. Se acabó por un rato la excitación triunfalista por el título conseguido en el Maracaná. Tampoco están las exclamaciones de admiración, medio colonizadas por cierto, sobre el andar primermundista de las selecciones de la Eurocopa.
Otra vez se abrió nuestro campeonato, el de la mezcla de dos poderosos –dos, incluso por encima de los otros tres grandotes-, contra todos los que rayen. Y otra vez, la pelotita argenta mostrando que, por más que cacareen, ‘cualquiera le gana a cualquiera’ como se dice en las tribunas. No ganó ninguno en la fecha inicial. Ninguno. Ni los dos del escalón de arriba, ni los tres del peldaño siguiente: ‘Todo es igual, nada es mejor. Lo mismo un burro que un gran profesor’.
Volvió la ‘nuestra’.
Y en esa ‘nuestra’ vale reflexionar un poco sobre cierto clima enrarecido que rodeó a la primera de las fechas. Enrarecido por el accionar de siempre de los grandes. De tan habitual ya no debiera resultar raro. Pero resulta. Son jodidos los dos, en este caso uno de ellos, en eso de relacionarse con los demás. Es como si les importara un bledo lo que piensen o sufran los restantes clubes del lote. Son ellos. Y que el resto se arregle. Nos referimos a la situación del volante Juan Ramírez. De San Lorenzo, pero a punto de dejar de serlo.
Y dejará de lucir la azulgrana por la maniobra que en este caso hizo el siempre adorado Juan Román Riquelme, que le chamuyó la oreja a su ex compañero en La Paternal para que facilite la operación de traspaso a Boca. Operación que ya estaba caída por la cifra pedida en Boedo y el chiquitaje ofrecido desde la Ribera. Subyugado por el perfume del ídolo boquense, Ramírez hizo lo que no se hace y dejó varado a su plantel, negándose a jugar para su equipo. Si lo hacía ya no podía jugar en otro lado en este campeonato, y la personal forma de destrabar todo no para de ser discutida en el mundo futbolero.
Se dice que también River tallaba en la cuestión para fin de año, y que la ofensiva del dirigente de Boca, podría acelerar sus pasos. Sin embargo, el bolonqui hoy solo se vive en Boedo y es entre el jugador y el club al que dejó pagando. Boca y River la miran sonrientes y, como perros que mueven la cola, se hacen los giles como si nada tuvieran que ver con la cosa. Es una película que aún continúa, pero cuyo final bien podemos imaginar.
No es nuevo ese accionar. Algo parecido ocurrió con Rolón y Briasco de Huracán y sus pases al boquense, o un rato antes con Enzo Fernández y Defensa y Justicia, que tenía el préstamo hasta fin de año pero, tentado por Gallardo, ya se piró antes de tiempo.
Y si vamos para atrás, aparece Matías Suárez y el ruido que generó en Belgrano de Córdoba cuando rajó para la banda, y antes todavía lo mismo con Pinola y Rosario Central.
Y en la otra vereda podemos recordar situaciones similares en la llegada a Boca de Wanchope de Huracán, o Mauro Zarate de Vélez.
Siempre el mismo formato: ‘Presioná, armá bolonqui en tu club y te venís conmigo, que la hacemos con menos guita, y habrá más para repartir’.
Todo una joyita, que es aceptada como algo normal.
La vida del pez grande y el pez chico.
Los 5 cambios. En una profunda encuesta, seria y de alto nivel profesional -realizada apenas mediante el control de la tele-, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que este tema de los cinco cambios por cotejo cuenta con una desaprobación del 100 por ciento en el mundo de los escribas y charladores deportivos.
Eso sí, con argumentos un tanto frágiles que van desde que “así es otro deporte” o “que el juego se desvirtúa” –mirá vos- o la máxima genialidad escuchada en el último medio siglo: que de tantas tachaduras que ellos tienen que hacer en el papel ya luego poco entienden de lo que está escrito (tema central si los hay es cuán prolija es la hojita de cada uno de estos colegas).
¡Cómo se pondrán si se llega a concretar lo que ya está en modo prueba! Parece que aquellos ‘sabios’ ingleses que una vez al año estudian modificaciones para el fútbol, estarían dispuestos a pasar al formato ‘cambios ilimitados’ como ya existen en otros deportes.
La idea se está analizando en la Future Cup, que es un torneo Sub 19 del que participan el PSV y el AZ holandeses, el Leipzig de Alemania y el Brujas de Bélgica.
Según se sabe, además del tema cambios, otros aspectos que están siendo probados son los laterales con los pies o la posibilidad de salir jugando desde la banda, pasar al tiempo neto de 30 minutos en lugar de los 45 corridos por tiempo y la posible suspensión por 5 minutos para un jugador al que le hayan mostrado la tarjeta amarilla.
De todas maneras, aclararon hoy desde la FIFA, la batería de cambios de reglamento recién se encuentra en etapa de observación preliminar.
Volviendo a la cuestión de las cinco variantes que hoy rigen, para este columnista la cosa tiene dos miradas. Una positiva y la otra un espanto.
La primera es que la cantidad de opciones que tiene a mano un DT bien le puede permitir incidir de mejor manera en el desarrollo de un partido y en el funcionamiento de su equipo. Esto debería entenderse como algo bueno en este deporte tan emparentado con las decisiones tácticas.
La segunda manera de mirar la cosa –la espantosa- es algo que nadie ha argumentado en pantallas y portátiles: Tanta variante aumenta en grado decisivo la diferencia entre planteles poblados de figuras y otros que apenas pueden encontrar, raspando la olla, once apellidos para salir a la cancha. Es decir, entre grandes y chicos.
Este último aspecto es el único que en lo personal me hace sumarme al coro de voces que reclaman por volver al viejo esquema.
Y esto queda dicho sin que preocupe demasiado la desprolijidad de esta hojita.