Redacción Canal Abierto | Sobre un universo de más de 600 trabajadoras y trabajadores de la salud, un estudio realizado por un equipo de 27 investigadores del CONICET, el Sistema Provincial de Salud (Siprosa) tucumano y la Universidad Nacional de Tucumán (UNT) realizó un seguimiento de hasta seis meses luego de la vacunación con Sputnik V y arribó a nuevas conclusiones sobre su respuesta inmune.
“Más o menos a esta altura del año pasado, nos pidieron armar un kit para detectar anticuerpos contra el COVID-19. En ese momento tenía que ver con la soberanía, porque poder hacerlo aquí significaba no estar dependiendo de insumos que eran imposibles de conseguir, en un momento donde el mismo kit salía 500 dólares y la demanda era tal que no había disponibilidad. Acá estaban esas capacidades previamente instaladas antes de la pandemia. Y, en paralelo, teníamos una vacunación que estaba empezando”, explica Diego Ploper, microbiólogo del Instituto de Investigación en Medicina Molecular y Celular Aplicada (IMMCA-Conicet), una de las instituciones que llevó adelante el estudio, publicada como pre-print por la revista The Lancet, en diálogo con Canal Abierto.
El test desarrollado por el equipo liderado por Rosana Chehín, del IMMCA, y Gabriela Perdigón, del Centro de Referencia para Lactobacilos (CERELA), es del tipo ELISA (acrónimo en inglés para enzimoinmunoanálisis de adsorción), que se utiliza para detectar anticuerpos en sangre. En este caso, sirve para detectar anticuerpos IgG, que neutralizan la entrada del coronavirus a las células humanas.
“De todos los anticuerpos que tenemos ante el COVID, algunos son más efectivos que otros. Hay una correlación directa entre el nivel de protección y la cantidad de anticuerpos neutralizantes que tenemos. Los más efectivos son los que se mueven a la puntita de la espina, que es como la llave de entrada a la célula. Si se bloquea la puntita de la espina, hay más chances de bloquear la entrada del coronavirus. Esos son los anticuerpos neutralizantes, que son los que medimos nosotros”, detalla Ploper.
Las conclusiones
Con el desarrollo de este kit a nivel local, que requiere purificar proteínas hechas en cultivos celulares, el equipo de científicos tucumanos se encontró en capacidad de testear cuán protegida estaba la población vacunada con Sputnik V contra el COVID-19.
“Por iniciativa de la ministra de Salud (Rossana Chahla), surgió usar ese kit para medir la respuesta inmune a la vacuna Sputnik V, porque Argentina era uno de los primeros países en aprobar su uso de emergencia y era importante tener un estudio independiente, fuera de Rusia, sobre la eficacia de la vacuna, para ver cómo respondía en nuestra población y saber si los nodos de vacunación estaban andando bien”, recuerda el investigador.
Fue así que enrolaron a 602 trabajadores de la salud, que fueron los primeros en vacunarse, para testearlos en búsqueda de anticuerpos en distintas etapas de la inmunización, hasta llegar a los 180 días.
“Pudimos comprobar que después de la segunda dosis el 97% de los voluntarios ya tenían anticuerpos detectables anti-RBD (los más neutralizantes), lo que estaba en línea con lo encontrado por el grupo de Buenos Aires y por los rusos –agrega el investigador–. Después vimos que a lo largo del tiempo, como era de esperar, la cantidad de anticuerpos iba decayendo pero a los tres meses todavía un 94% tenía anticuerpos detectables. Y a los seis meses, aún había anticuerpos en un 30%”.
Por otro lado, Ploper aporta que, además de la presencia de anticuerpos, “existe la memoria inmunológica, es decir que las células ya tienen la capacidad, las instrucciones, para producir estos anticuerpos”. En otras palabras: están guardadas en la médula ósea esperando el contacto con el virus para empezar a producirlas nuevamente. “No sólo eso: también hay una maduración de los anticuerpos. Es decir que, con el correr del tiempo, el cuerpo va perfeccionando los anticuerpos para que sean más eficaces ante el virus”, sostiene el científico, lo que significa que la vacuna aporta una mayor actividad de neutralización contra las diferentes variantes del SARS-CoV-2 que circulan mundialmente.
Para qué sirve la investigación
Los resultados de la investigación local sobre la vacuna desarrollada por el centro Gamaleya, que recibió apoyo nacional e internacional, tienen varias implicancias prácticas en la lucha contra el virus. Por un lado, el testeo posibilita mejorar el tratamiento con plasma convaleciente a pacientes enfermos por SARS-CoV-2, ya que permite identificar si éste posee la suficiente cantidad de anticuerpos neutralizantes para resultar efectivo.
Por otro lado, gracias a este estudio se pudo determinar que la inmunidad ante el virus de quienes tuvieron la enfermedad mejora con la vacuna, pero el tiempo transcurrido entre padecer COVID-19 y recibir la Sputnik V no influye en la respuesta inmune de la persona.
“Hemos visto que los anticuerpos de la gente que tuvo COVID-19 previamente, y se puso las dos dosis, son más neutralizantes que los que no lo tuvieron. Es como si tuvieran tres dosis. Eso está en línea con lo que se ha visto en otras vacunas, pero no había datos en relación a la Sputnik”, cuenta Ploper.
Además, la investigación permitió comprobar que la vacuna funcionó en los todos los nodos de vacunación, sin distinción, y aporta información respecto de la seguridad y la eficacia de la vacuna, que aún espera su aprobación por parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS), aunque ya se autorizó su uso de emergencia en 70 países.
Finalmente, el biólogo aclara: “A la gente que está esperando la segunda dosis de Sputnik V, lo que podemos decirle es que no dude en darse alguna de las vacunas con las que se está combinando, que se ponga la vacuna que haya porque están andando muy muy bien, es lo que nosotros estamos viendo”.