Por Federico Chechele | Pocas veces se vieron unas elecciones que le marquen tanto la cancha a un gobierno. El oficialismo sólo ganó en siete provincias, en todas las demás se rechazaron las políticas nacionales. Y se las rechazó por derecha, por extrema derecha pero también por izquierda. Fue la fiesta en Olivos, la pandemia y la pobreza.
Al Gobierno le entraron todas las balas. Si bien el mundo castigó a los oficialismos que tuvieron que ir a elecciones durante la pandemia, en Argentina además se agravaron todos los indicadores económicos y sociales. No quedó uno de pie y eso fue castigado en las urnas.
¿La culpa es del presidente Alberto Fernández, de la vicepresidenta Cristina Kirchner o de Máximo Kirchner y Wado de Pedro que recargaron la tinta de la lapicera para diseñar la estrategia electoral nacional? Esta pregunta, más allá del desastre actual que arrojaron los resultados de anoche, tendrán que responderla los propios protagonistas con hechos y acciones. No es momento para señalar, sí para que se escuchen todas las voces.
Más allá del golpazo, quizás no sea una mala noticia para aquellos sectores que acompañan al Gobierno y que le exigen radicalizar las decisiones políticas en favor de los que menos tienen. Porque en lo único que no hay que engañarse es en pensar que “la gente votó por derecha”. Es mucho más sencillo, la sociedad le dio la espalda a la falta de respuestas y votó a las diferentes alternativas. No hay que horrorizarse con los Milei -que sacó 13% en la burbuja que es la Capital Federal-, pero sí con la paliza que sufrió el Gobierno en la provincia de Buenos Aires y en la mayoría del país.
A lo que habrá que estar atentos es a cómo se profundizarán las diferencias entre el Presidente y la vice. Se supone que vendrán cambios tardíos en el gobierno, tal como pidió Cristina Kirchner con aquello de “los funcionarios que no funcionan”, que por lo visto para el electorado tampoco funcionaron. Además, es natural en la política que ante un choque de tamañas dimensiones se pegue un volantazo para oxigenar al gabinete nacional y para mostrarle caras nuevas a la sociedad.
Y en este replanteo que verá ver la luz lo más rápido posible, hay que definir en las próximas 24 horas qué Presupuesto presentará el Gobierno. Ya estaba hecho, se descarta que haya modificaciones en los números y en los argumentos.
El último interrogante es cómo queda parado el gobernador Axel Kicillof, por la importancia electoral que tiene el territorio bonaerense, y porque se quedó afuera del armado de listas de la misma manera que los intendentes al someterse a la estrategia electoral de La Cámpora.
No quedó un solo presidenciable de pie. El Presidente hoy es el máximo responsable. Kicillof es el padre de la derrota en el mayor distrito del país. Máximo ayer se erigía como el jefe político de la provincia y su debut fue una derrota por goleada, y a Massa todavía le están buscando los votos que no aportó. Más allá de noviembre, quedan 17 meses para elegir al próximo candidato a Presidente.
Pero en noviembre hay revancha, ahí se sabrá en serio cómo quedará el Congreso nacional. Si se repiten los números que se alcanzaron anoche en todas las provincias, el Gobierno podría perder la primera minoría en la Cámara de Diputados y, por primera vez desde el regreso de la democracia, el peronismo perdería el quórum propio en el Senado.
Pero hay dos datos que aportan ciertas expectativas. Ayer votó el 68% de la población (la más baja desde que se instauraron las Primarias) y en las elecciones generales el número promedio llega casi al 80%. A ese 10 o 12% hay que agregarle el otro 10% de los espacios políticos que no superaron el 1,5% y que no llegan a noviembre.
En definitiva, habrá un 20% más en disputa. El Gobierno puede achicar la diferencia o le puede ir peor. Depende de sí mismo.