Por Federico Chechele | Empecemos por el final. Los cambios en el gabinete le entregan aire fresco al Gobierno en el marco de la disputa de poder político más fuerte de los últimos tiempos. Una foto de Alberto Fernández y Cristina Kirchner que parezca real con un nuevo paquete de medidas sería la mejor dosis para empezar de cero de cara a las elecciones de noviembre.
En el medio pasó de todo. Wado de Pedro se vistió de talibán y comenzó la corrida política del kirchnerismo hacia la Casa Rosada. Luego le siguieron varios funcionarios y funcionarias que responden a la vicepresidenta. Cuando parecía que el apriete había surtido efecto para que el presidente modifique el rumbo económico a partir de cambios en el gabinete, Alberto Fernández salió a pedir apoyos a los intendentes y gobernadores y logró – por un rato – una especie de albertismo tardío. Pero al otro día llegó la lapidaria carta de Cristina Kirchner que terminó por implosionar la Casa Rosada.
A partir de la misiva de la vicepresidenta, las tres patas fuertes del Frente de Todos comenzaron a diagramar una salida armoniosa con un nuevo gabinete sin esperar las elecciones de noviembre tal como quería el Presidente. La señal de unidad debía darse ahora y se selló con estas incorporaciones:
Juan Manzur como Jefe de Gabinete de Ministros, Santiago Cafiero al Ministerio de Relaciones Exteriores, Aníbal Fernández al Ministerio de Seguridad, Julián Domínguez a Ganadería, Agricultura y Pesca, Jaime Perzyck a Educación, Daniel Filmus a Ciencia y Tecnología y Juan Ross vocero presidencial.
A simple vista la vicepresidenta sacó ventaja. Forzó los tiempos del recambio y los cargos que para ella no funcionaban. Mantuvo a Wado de Pedro, las cajas de ANSES y PAMI para La Cámpora y logró que se eyecten cinco ministros que respondían al presidente junto al vocero y amigo personal que ella misma se encargó de denigrar. Sin embargo, el Presidente mantuvo a su equipo económico, puso al Jefe de Gabinete (por más que Cristina lo haya indultado, según su propia carta) y resistió la embestida contra Cafiero, ahora en un cargo menor.
En síntesis, se conformó con consenso un gabinete con más peronismo y con hombres de gestión, pero sin renovación, con dirigentes debilitados, con mala imagen y, fundamentalmente, con orientación conservadora. Un equipo para atajar penales que rompe aquella consigna fundacional del Frente de Todos que fogonearon algunos sectores de “volver mejores”.
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A partir de ahora todo se pondrá en duda en el Frente de Todos. La única manera para desempolvar la crisis institucional y personal entre el Presidente y la vice será realizar cambios bruscos con decisiones fuertes que no es lo que aparece en el horizonte más cercano. Las idas y vueltas públicas de esta semana quizás no se logren emprolijar nunca y corren peligro las elecciones de 2023.
Más allá de los resultados que se obtengan en las legislativas de noviembre, el Jefe de Estado deberá construir el albertismo en estos 17 meses de gestión que le quedan y obtener buenos resultados en los índices económicos para llegar con posibilidades reales en su intento de ser reelecto. Mientras que la vicepresidenta, conociendo la estrategia que la llevó a conducir el país durante dos mandatos, difícilmente sea complaciente para que el Presidente obtenga su venia con el fin de renovar su mandato. Ante esto, la convivencia será explosiva y lo más probable es que lleguen divididos y tensionados al final de este camino.
En el medio habrá que estar atentos a la coexistencia dentro del Frente de Todos. El massismo no cobró nada en esta crisis pero tampoco perdió terreno, hasta se cree que con su rol de mediador logró más empatía sobre los dos espacios más importantes. La tensión entre el Movimiento Evita y La Cámpora que viene de hace años en la disputa territorial se vio tensionada esta semana con amagues de movilizaciones con olor a clamor popular de uno y otro lado. Y la construcción de una cuarta posición crítica en el Frente comenzó a correr, se trata de los espacios políticos que no son tenidos en cuenta a la hora de tomar decisiones.
Y quizás, la incógnita más importante seguirá siendo el rumbo económico que tome el Gobierno. Quedó claro con las elecciones del domingo pasado la disconformidad de todos los sectores de la sociedad. Lo números no le cierran a nadie. Por eso habrá que ver qué camino emprende el Gobierno, si sigue alineado a las disposiciones del FMI o comienza a desarrollar políticas que le empiecen a resolver los problemas a la población más necesitada y atienda las quejas de los sectores medios. Casi que no hay tiempo para dudarlo después de lo que pasó el domingo y la irresponsable semana que se atravesó.
Porque del otro lado del mostrador la oposición espera agazapada con un cartel que reza: “cuando el enemigo se equivoca, no lo interrumpas”. Tienen los medios empresariales a disposición, son golpistas y cuando la tormenta se transforme en una llovizna apuntarán por debilitar más a un gobierno que se autoflageló. Lo más probable es que comiencen las disputas en las calles: para debilitar, para exigir un cambio en el rumbo económico o para sostener al gobierno.
Lo que no se puede dudar es que esto es mejor que aquello.
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