Por Pablo Bassi | Matías Cambiaggi cree que hay que repensar los límites de la práctica política en el Estado inaugurada en 2003, porque de lo contrario, la camada de jóvenes dirigentes corre riesgo de matar el proceso que busca conducir. Lo dice en Generación 2001, el primer libro de Manzana 1 Ediciones, sello editorial pensado como colección de no ficción y ensayos de la Unión de Trabajadores de la Economía Popular.
“Si al discurso no lo acompaña una épica, objetivos, relato y, sobre todo, hechos concretos que cambien la vida de los más humildes, es todo papel picado”, dice.
Cambiaggi hace un recorte político y académico para definir como generación a la juventud militante de los noventa. Ubica un bautismo, el asesinato de Walter Bulacio. Una irrupción, el 19 y 20 de diciembre de 2001. Y un hecho bisagra en su desarrollo, la muerte de Néstor Kirchner en 2010. Desde entonces, Cristina Fernández incorporó funcionarios jóvenes que mayormente no se habían formado en el Estado sino en organizaciones políticas y sociales que, en ciertos casos, incluso, habían enfrentado a los partidos tradicionales y al propio Estado.
Cambiaggi, sociólogo, maestrando en políticas públicas de FLACSO, autor de El aguante, la militancia en los noventa, entre otros libros, recurre a la voz de activistas y referentes de varias organizaciones políticas y también analiza la cultura de los noventa a través de Osvaldo Soriano, Okupas, Andrés Rivera y el boom de la crónica.
La generación del 70 intentó asaltar el poder. La del 2001 llegó dosificada al Estado, como trasvasamiento generacional. ¿El kirchnerismo funcionó como un disolvente de las ideas más audaces de esa generación?
-Entre una y otra juventud cambió el mundo. La generación de los noventa casi no se planteaba la cuestión del poder, por lo menos en el mismo sentido en que lo hacía el activismo de los setenta. Entonces la cuestión no es llegar, sino cómo y para qué. La generación de los noventa llegó al gobierno de forma dosificada como vos decís, pero casi que a nivel individual y no de la mano de grandes organizaciones capaces de incidir en el debate general a nivel del gobierno. Todo eso tiene que ver con la forma en la cual se construye la relación con el kirchnerismo. Yo creo, viéndolo a la distancia, que es cierto que el kirchnerismo, más allá de todo lo positivo que tuvo con respecto a valorizar la política como ejercicio y aspiración igualitaria, también borró deliberadamente parte de los contenidos más disruptivos de esta generación. En esa pretensión de ubicarse en la historia como el kilómetro cero, dejó de lado la historia previa de lucha por los derechos humanos, del cual el juicio a las Juntas es uno de los ejemplos más claros. Por otro lado, también borró el proceso anterior que fue el que lo habilitó como posibilidad. Fijate que durante los primeros años del gobierno de Néstor, la referencia siempre era la juventud de los setenta, pero pocas veces a la juventud que echó a todos los presidentes que lo precedieron. Creo que la primera que corrige en los hechos esta mirada es Cristina, convocando a este sector a distintos puestos de gobierno, pero como te decía antes, siempre es convocando dirigentes a nivel individual para constituir la fuerza propia. Hoy una de las preguntas más interesantes para pensar es cómo se debe construir una fuerza propia y con qué objetivo, porque el objetivo es el que debería orientar qué es lo necesario para este momento.
¿Hay una marca común de la generación 2001 en el Estado? ¿La gestión de los movimientos populares en el ministerio de Desarrollo Social tiene la misma impronta que la de La Cámpora en PAMI, por ejemplo?
-En parte sí y en parte no. Creo que los compañeros con una práctica social en los 90 tienen muchos puntos en contacto, algunos reflejos o instintos, si querés. Pero pienso, también, que tenemos que repensar nuestro legado como generación: hay miradas contestatarias que no se traducen en prácticas contestatarias, y hasta se van diluyendo para terminar reproduciendo más de lo mismo. Sin estrategia las ganas se van perdiendo, porque la inercia no lleva al cambio, sino a la consolidación de lo injusto. Eso también hay que tenerlo claro.
Te referís al ejercicio de tareas en el Estado.
-Claro, en parte porque el Estado es jerárquico y encorseta. Cuando el chavismo no pudo resolver algunos problemas por dentro del Estado a pesar del poder político acumulado, nacieron las misiones como estructuras paralelas. Hay luchas que no se dan desde un escritorio.
No tiene que ver con que algún dirigente de la generación 2001 no sea el presidente.
-Claro que no, porque no es un problema genético, sino cultural. Un pibe que en los 90 era contestatario, ahora con 40 años y un sueldo de 200.000 o 300.000 pesos no piensa como una mujer de barrio separada con cinco hijos y sin trabajo. Entonces, hay que repensar los límites de la práctica política en el Estado inaugurada en 2003. Entre uno y otro sujeto hay un universo. Esto que digo no es en contra de los funcionarios que están a años luz de Paolo Roca, pero también a años luz de lo que pasa en los barrios, porque no hay planta baja en la caída social, sino muchos subsuelos.
¿Qué práctica política aporta la experiencia de la generación 2001?
-Que un proyecto político se tiene que apoyar en un sector social interesado en llevarlo adelante. No existe movimiento renovador que no se respalde en un sector social. En los 90, encontramos un rumbo e inquietamos al poder cuando sectores juveniles de clase media fuimos parte de la lucha de los sectores más humildes y los trabajadores más postergados como los docentes y estatales, pero sobre todo los que estaban en condiciones de sobre vida. ¿En qué se apoya hoy el peronismo o La Cámpora? Esa es otra de las preguntas importantes me parece. En parte como crítica, pero también de reconocerle sus méritos.
Otra práctica valiosa de la generación de los 90, fue el sentido democrático y antiburocrático de la política. No para pensarlo como algo naif, pero si para desconfiar de lo que se pinta positivo cuando no lo es, como todo ese verso de la real politik. Creo, por eso, que el lugar de los sectores populares en el Estado me parece lo más transformador de la generación 2001. Esa me parece la experiencia que hay que fortalecer y profundizar. También, criticando lo que haya que criticar, pero no a partir de una mirada gorila, sino a partir de pensar en una estrategia para cambiar la correlación de fuerzas.
Citás en el libro a David Acuña, militante de Descamisados, que dice que no hay estrategia nacional de poder en el campo popular ¿Coincidís?
-Totalmente. No es un problema argentino, pero es más acuciante en países donde vivimos tapando agujeros. Perón pensó una Argentina para cincuenta años, nosotros no tenemos capacidad de pensarla siquiera a cinco años. Hasta Alberto Fernández dijo que no cree en los planes económicos. La militancia no coincide sobre qué hacer. Al peronismo tradicional ni siquiera le interesa discutir eso. Hay un estado de apatía similar al de 2001, de demonización de la política, incluso entre el activismo.
Hace un año, dijiste que el ciclo abierto en 2001 podría clausurarse si termina el gobierno de Alberto Fernández. ¿Qué sensación tenés hoy, luego de las PASO?
-Pienso igual y me preocupan dos cosas. Una, que nuestra generación no haya podido encontrar aún un proyecto político para la etapa. Dos, que no haya podido contagiar a las generaciones que vienen. El fantasma Milei es el fantasma de una generación que se agota sin proyecto, sin estrategia y sin proyección. Estamos matando al proceso político que conducimos o, en todo caso, que se avala en silencio.
Tampoco genera expectativas como camada de dirigentes jóvenes.
-Y no, porque ya no es un dato nuevo. Axel tiene casi cincuenta años. Si al discurso no lo acompaña una épica, objetivos, relato y, sobre todo, hechos concretos que cambien la vida de los más humildes, es todo papel picado. Y no es de ciencia ficción imaginar un 20 de diciembre al revés. Ya nos podemos imaginar a sus protagonistas y todo.
¿Qué proyección ves en La Cámpora?
– Tiene una encrucijada de la que participamos de forma indirecta todos: reencontrarse apoyando a un sector social que lleve adelante los cambios para un proyecto político afín o convertirse en el PJ joven. Creo que La Cámpora como fenómeno generacional está agotada, pero puede pensarse como parte central de un proceso más diverso y de voluntad refundadora. O encontrar nuevos fundamentos para avanzar en lo que tuvo de interesante con la impronta de Néstor.
¿Y en los movimientos populares?
-Los movimientos populares lograron avanzar con dos procesos que son muy importantes, y que hablan de una maduración. Uno es la capacidad de articularse, organizando la UTEP, el sindicato, incluso de habilitar procesos unitarios. El otro, es su crecimiento institucional y su consolidación como actor social, pero también político. La dificultad que encuentro, es que están sostenidos en su base social, pero no despliegan capacidad de conducir al resto de los sectores sociales convocándolos con imaginación y políticas y reclamos compartidos. En este caso, como en el de La Cámpora, son procesos abiertos, en el cual el debate tiene un sentido. No se trata de una descripción desde una torre de cristal, sino como parte de los debates que ya están circulando y que son productivos.
¿Qué te pareció la presencia y discurso de Máximo Kirchner en el acto de los movimientos populares días atrás?
-Fue importante, arrancó valorando la práctica de los movimientos parando la olla durante la pandemia. Creo que Máximo es un dirigente interesante, maduró en muchos sentidos, advierte varios de los límites que quedaron expuestos durante esta coyuntura. Fue un paso importante que los movimientos lo hayan invitado, y es importante que él haya ido. Así como es necesario que los procesos políticos encarnen en sujetos sociales, también es importante que el activismo social valore la importancia de las referencias políticas, y el kirchnerismo es la referencia política más importante que construímos durante estos años. Más que criticarla, hay que aportarle nuevas voces. Otras improntas. Sin el kirchnerismo como fuerza política, viviríamos un retroceso importante. Sin la dinámica de los movimientos sociales, tendríamos un PJ muy parecido al de los noventa. Que estos dos actores de la política por especulaciones menores o por hegemonismos o cuestiones personales no hayan podido encontrar lógicas de encuentro es parte de los límites a resolver. Pero no se resuelve sólo entre dirigencias, sino apelando en parte a la tradición que tienen en común. El otro actor en esta articulación es una parte del movimiento obrero, como la CTA, acompañando esta experiencia. Esa articulación es fundamental para superar las contradicciones que estimulan desde los medios al interior del nuevo mudo del trabajo.
¿Por qué elegiste a Axel Kicillof para la tapa?
Podría haber puesto a Petete Almirón (militante popular asesinado el 20 de diciembre de 2001) o a Darío Santillán, pero la idea del libro es darle continuidad al proceso político. Darío y Petete son parte de las banderas de nuestro presente, pero me pareció que había que reforzar una lectura que se pare en esta coyuntura con todos sus grises, sus marchas y contramarchas y sus ruidos. Elegí a Axel porque es el actor de la generación 2001 que llegó más alto por el voto popular. Y por eso uno de los que también tiene más responsabilidad de mostrar otro camino.
¿Kicillof expresa los valores de la generación 2001?
-Es uno de los que más se paró en su momento por fuera del sistema político tradicional. Su propuesta a fines de los 90 fue la del “movimiento 501”: irse 501 kilómetros para no tener que votar. Creo que lo de Axel estuvo bien durante la campaña, pero para la gestión está claro que no alcanzó. Pecó de cierto elitismo, eligió un gabinete de amigos profesionales, pero se trata de interpretar un territorio complejo con sus actores reales. Me parece que tomó nota de eso y por eso armó luego de las PASO otro gabinete, articulado con el saber de los intendentes. El mérito sería lograr una política transformadora con los actores que existen. El problema es que las demandas van por autopista, y las respuestas que da la política van por camino de tierra sin mejorado.
Bonus track
En el libro ensayás una crítica sobre el fenómeno de los nuevos cronistas. En otras palabras, los caracterizás de “gorilas”…
-El boom de la crónica tiene una mirada del pobre como otro cultural, una mirada desde la fragmentación. Y una parte de esos cronistas sufren la informalidad laboral tan acuciante como la sufren los laburantes del barrio. Es una metáfora de la práctica política: sujetos que se dicen transformadores disociados de un sujeto social transformador.
¿Qué te parecieron dos de los libros más vendidos del año, ¿La rebeldía se volvió de derecha?, de Pablo Stefanoni, y El Peronismo de Cristina, de Diego Genoud.
-Sin menospreciarlos, creo que se corren de lo importante. Más allá de lo provocativo del título de Stefanoni, la derecha siempre fue rebelde. En todo caso, lo paradójico es que los poderosos se victimicen, pero lo central está en otro lado. Hay que profundizar el debate -y Stefanoni lo hizo en varios artículos- sobre por qué los sectores progresistas y de izquierda dejaron de ser rebeldes. Y el de Genoud es un libro interesante también, pero sobre las discusiones y corrillos de palacio. Ambos son demostrativos de un clima de época. Pensamos más en la derecha que en nosotros, y más en el palacio que en la calle.