Redacción Canal Abierto | El 25 de mayo es la fecha central de un proceso que desde la escuela primaria conocemos como Revolución de Mayo. A grandes rasgos, se nos presenta como una gesta de próceres, la piedra basal de un Estado nación que sería proclamado como tal recién seis años más tarde, el 9 de julio de 1816.
Como todo relato, fue cambiando a lo largo de la historia, adecuando sus sentidos a los distintos intereses y necesidades de los actores políticos de turno: pasó de ser sacro mito de origen nacional en las plumas de las historiografías liberales y conservadoras, a un evento casi intrascendente para corrientes posdemodernas más cercanas a nuestros días.
Ahora bien, ¿Quiénes fueron sus protagonistas? ¿Hubo acciones y programas revolucionarios alternativos a los de la elite criolla? A continuación, algunos eventos e interpretaciones para reflexionar en torno al rol que jugaron las clases populares en las jornadas de mayo de 1810.
Incluso los historiadores que niegan el carácter revolucionario de aquel movimiento, reconocen como indiscutible que la presencia popular y miliciana -tanto el 25 de mayo como los días previo- inclinó la balanza a favor de los revolucionarios. Es decir, de la “plebe” o “bajo pueblo”, dos términos empleados en la época que incluían negros y mestizos, así como también de los numerosos blancos pobres, que no recibían antes de sus nombres el título don o doña.
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Pero lo cierto es que la presencia de estos sectores en la discusión pública era previa a los eventos de 1810. Cuatro años antes Buenos Aires había sufrido la invasión inglesa, cuya reconquista había sido planeada y ejecutada en las calles, sin intervención del virrey Rafael de Sobremonte, que se había replegado hacia el interior del virreinato ante al ataque.
Tras aquella primera incursión británica fueron creados una serie de cuerpos milicianos voluntarios que reunieron a la mayoría de la población masculina de la ciudad. Los oficiales eran elegidos por los soldados y provenían de la elite porteña, mientras las tropas eran mayoritariamente de origen popular.
En 1809 estos estos volvieron a intervenir cuando se movilizaron a favor del virrey Santiago de Liniers —el héroe de la reconquista de 1806— contra un movimiento juntista encabezado por peninsulares que buscaba deponerlo.
“Es decir que antes de la Revolución de Mayo -en la que la presencia popular fue secundaria- la plebe contaba con una experiencia de movilización, pero a partir de ella los efectos de su acción iban a ser mayores”, explica Gabriel Di Meglio, historiador y actual director del Museo Histórico Nacional, en su investigación La participación popular en la revoluciónde independencia en el actualterritorio argentino, 1810-1821.
Los eventos que siguieron ratificaron no sólo su participación, sino el protagonismo popular en las rivalidades y antagonismos que se sucederían durante todo el siglo. El mejor ejemplo de ello lo encontramos en 1811, durante las agitaciones callejeres impulsadas por seguidores de Cornelio Saavedra contra la figura de Mariano Moreno. En aquella ocasión, no bastaban las órdenes impartidas o promesas clientelares de parte de los los influyentes alcaldes de barrio, cabecillas de la revuelta. Los saavedristas debieron apelar a consignas comunes, que en este caso condensaba el popular rechazo imperial. Por eso, enarbolaron el reclamo popular de la expulsión de todos los españoles de la ciudad.
A partir de entonces se fue construyendo una grieta entre el bando americano, incluidos los negros de con origen africano, contra los peninsulares. Esto significó, al menos en el plano discursivo, una igualación simbólica, un popular y radical “nosotros” en contraposición a un elitista “ellos”.
De todas formas, y sin menoscabar la participación de esa plebe en los sucesos de mayo de 1810 y los que le siguieron, dicho surgimiento tendría como máxima expresión jornadas de agitación popular posteriores, en particular el levantamiento –o golpe de Estado- de 1820.
A una década de la Revolución de Mayo, el año 1820 se presentó como de crisis y tumultos que representaron un punto de quiebre tras el triunfo de los caudillos federales de Santa Fe y Entre Ríos sobre el Directorio, y la consiguiente fragmentación del poder en las provincias.
Otro ejemplo de protagonismo de nuevos actores sociales en la vida política fue el levantamiento rural de 1829, cuando grupos indígenas, gauchos y otros sectores populares se expresaron con violencia ante la noticia del fusilamiento de Dorrego.
Para los esclavos rioplatenses, por su parte, la Revolución abrió una oportunidad de acceder a la libertad.
Es cierto, en 1812 el triunvirato declaró que poner fin a la esclavitud de un día para otro iba contra el derecho de los propietarios y tenía un costado peligroso, dado que se trataba de “una raza, que educada en la servidumbre no usaría la libertad sino en su propio daño”. Pese a ello, el órgano de gobierno inició algunas reformas en el tema: en abril de ese año prohibió el tráfico de esclavos y dispuso que la carga de cualquier barco negrero debía ser confiscada y liberada.
La situación revolucionaria hizo que además surgieran algunas acciones colectivas, como ocurrió en la ciudad de Mendoza en mayo de 1812, cuando un grupo de unos 30 esclavos organizó un levantamiento.
Los cambios antiesclavistas se profundizaron en febrero de 1813 con la Ley de libertad de vientres, y en 1815 con las requisas de las propiedades españolas.
Las medidas afianzaron el apoyo de los negros, esclavos y libres a la Revolución. Quedaba claro que la libertad tenía un costo elevado, el de poner el cuerpo en la guerra: “la mayoría de los esclavos que pudo optar prefirió ese riesgo a mantener su servidumbre”, señala Di Meglio. Las mujeres, por supuesto, no tuvieron esa posibilidad.
Son muchas las discusiones e interpretaciones respecto del terreno ganado por las clases subalternas y sus reivindicaciones materiales y políticas. No obstante, son innegables los efectos de la Revolución de Mayo y el proceso independentista en la ampliación de la base ciudadana en lo que años más tarde conoceríamos como territorio argentino. Como plantea el historiador Gabriel Di Meglio: “Más allá de que las transformaciones resultaran más limitadas de lo que algunos soñaron, lo cierto es que el fin de la guerra de independencia en 1821 no significó el regreso a una realidad previa sino el inicio de una nueva, surgida de las conmociones de la década y por lo tanto moldeada, entre otras cosas, por la participación popular”.