Redacción Canal Abierto | El 25 de mayo es la fecha central de un proceso que desde la escuela primaria conocemos como Revolución de Mayo. Según los manuales escolares tradicionales, se habría tratado de una gesta compartida por próceres y pueblo que resultaría en la constitución de la Primera Junta de Gobierno tras el derrocamiento de la autoridad del virrey español Baltasar Hidalgo de Cisneros sobre el Virreinato del Río de la Plata.
A grandes rasgos, así se nos presenta un relato épico originario de un Estado nación que sería proclamado como tal recién seis años más tarde, el 9 de julio de 1816.
Como todo relato histórico, el de la Revolución de Mayo fue cambiando a lo largo de la historia, adecuando sus sentidos a los distintos intereses y necesidades de los actores políticos. Pasó de ser sacro mito de origen nacional en las plumas de las historiografías liberales y conservadoras, a un evento secundario para corrientes posdemodernas más cercanas a nuestros días.
En un intento por entender quiénes protagonizaron la “semana de mayo” –y más interesante aún, quiénes no– o cuáles eran intereses y objetivos, hablamos con el historiador, docente de la UBA e investigador, Fabián Harari.
¿Qué miradas históricas continúan disputando el sentido la Revolución de Mayo?
-Hay una visión liberal, mitrista, que en la actualidad no tiene mucha influencia académica, pero sí popular porque es lo que ha aprendido cada argentino hasta la década del 80. Lo cierto es que, hoy, criticar al mitrismo es atropellar una puerta abierta.
En la actualidad hay una nueva historiografía oficial que nos dice que en la Revolución de Mayo no pasó nada.
Mientras que para Mitre existía la patria antes de 1810, para esta escuela –llamémosla posmoderna– reciente la nación se va a conformar en 1860, y la revolución no fue más que una situación de vacancia del poder producto de la crisis monárquica por la invasión napoleónica de España en 1808.
Sin embargo, esta mirada posmoderna no distingue entre quienes llevaban los asuntos ni los intereses sociales en juego durante aquel proceso.
¿Quiénes estaban en disputa y qué disputaban?
-Lo primero que hay que entender es que la Revolución de Mayo es la revolución burguesa del Río de la Plata.
Había una crisis del sistema que lleva a las élites a disputar el poder por vía de la violencia, y esa disputa no está determinada por la crisis de la corona española. La cuestión aquí es entender qué intereses hay detrás.
Hay un enfrentamiento de dos clases sociales: por un lado, los que defienden la monarquía, liderados por comerciantes monopolistas ligados a la nobleza española; y por otro, una alianza dirigida por una burguesía agraria. En esta última alianza podríamos identificar también a clases explotadas, pero siempre bajo el liderazgo de estos hacendados.
De hecho, tanto Manuel Belgrano como Cornelio Saavedra, por ejemplo, integran familias de grandes hacendados y Mariano Moreno es abogado de los intereses de las más importantes estancias.
¿No existió una movilización popular?
-Todos los testimonios apuntan a una indiscutible presencia popular y miliciana, tanto el 25 de mayo como los días previos, que inclinó la balanza a favor de los revolucionarios. Estos grupos armados integrados por sectores humildes habían surgido durante las invasiones inglesas de 1806 y 1807, y perdurarían en el tiempo.
Pero uno no puede decir que participan como actor político, porque eso significaría que toda esa gente debía haber tenido un programa político. Y si bien en 1810 estas milicias populares tienen reivindicaciones corporativas, estas no son políticas. Es más, mi investigación demuestra que limitaban su participación a acciones meramente defensivas, como por ejemplo que se le paguen sueldos adeudados, que no los acuartelen o que no los lleven a pelear fuera de Buenos Aires.
¿Por qué esos sectores no lograron diseñar un programa con reivindicaciones propias?
-El de aquellos años es un mundo en constante transformación, de clases en descomposición y clases en formación. Incluso creo que es tan cambiante la situación que cuesta organizar a esa gente bajo un núcleo común y un programa.
Hay que pensar que, por ejemplo, a partir de 1806 hay un relajamiento de las relaciones esclavistas en Buenos Aires que implicaban la posibilidad de que un esclavo pueda ser contratado como jornalero o incluso trabajar una tierra junto a otros peones. Por lo tanto, es difícil que un conjunto de esos sujetos tengan una posición social definida, y por lo tanto una serie de reivindicaciones políticas definidas.
Diferente es la situación que encontramos en quienes formaban parte de la burguesía hacendada. En su conjunto, vemos que está conformada por un cuerpo estable con intereses identificables.
Desde el punto de vista territorial o geográfico, se puede identificar a esa burguesía con la provincia de Buenos Aires. ¿Qué pasaba en el resto de las provincias? ¿Fue una revolución porteña?
-En primer lugar, el programa de esa revolución incluía la instauración de un Estado nacional. Por otro lado, cabe recordar que los Cabildos del interior se pronuncian por la revolución.
A su vez, y en líneas generales, cabe señalar que anteriormente las economías de las provincias estaban ligadas al mercado del Alto Perú. Sin embargo, ya unos años antes de la revolución, esas economías empiezan a trastabillar, sin lograr una capacidad de reconvertirse de cara al mercado internacional que proponía la hegemonía porteña. Este va a ser uno de los orígenes del grave problema que va a arrastrar el Estado nacional argentino.
Es decir, el problema respecto a cómo unificar un territorio en el que la mayor parte de las provincias no se pueden sostener económicamente. Ahí surgen las discusiones respecto a si valía la pena o no un Estado tan grande; y en el caso de que así fuera, cómo se logra. Las fórmulas que buscan dar respuesta a esas provincias van a atravesar los conflictos de la historia argentina durante casi todo el siglo XIX.
Pero ya para la década de 1860 Buenos Aires logra someterlas al poder central…
-Hay dos hipótesis históricas al respecto: una que plantea a Buenos Aires sometiendo a las provincias; y otra inversa, que propone que son las provincias las que terminan sometiendo a Buenos Aires en la década de 1880. En general, los historiadores terminaron coincidiendo en que sucedió esto último: Buenos Aires termina nacionalizando las rentas de la aduana –la gran disputa económica por entonces– y se crea un Senado con mayor representación relativa del interior respecto a provincias pampeanas más pobladas, como Buenos Aires.
No obstante, yo planteo una hipótesis alternativa que –a grandes rasgos– corre el eje de la disputa entre Buenos Aires y provincias. Lo que se está consolidando en esas décadas es la clase dirigente nacional, que no tiene ese problema.
Pero siendo una clase que persigue la defensa de sus intereses económicos, sí tiene un problema…
-Sí, pero es más un tema financiero que político. No es una clase sólo agraria de Buenos Aires o vinculada únicamente a alguna actividad particular del interior, sino que tiene intereses en distintas provincias.
Si quisiéramos rescatar a alguno de esos próceres o dirigentes revolucionarios para una suerte de panteón popular, ¿cuál sería?
-Tenemos que tratar de entender la historia sin que interfieran nuestras simpatías.
Yo soy socialista y, por lo tanto, creo en la abolición de clases a través de una revolución de la clase obrera. Esa convicción está basada en un elemento racional que identifica a esta clase como el sujeto revolucionario de nuestros tiempos.
Eric Hobsbawm (célebre historiador británico marxista) explicaba que no se pueden tratar a todas las clases explotadas de la historia como a la clase obrera moderna o contemporánea. Por ejemplo, las condiciones subjetivas y objetivas de los campesinos medievales impedían que esta fuera la protagonista de una revolución social de tipo socialista. En cambio, hacia el final del periodo medieval el sujeto histórico revolucionario era, de hecho, la burguesía. En el caso del Río de la Plata del siglo XIX, la clase que forzó el cambio y portó la bandera de una nueva sociedad fue esa burguesía estanciera.