Redacción Canal Abierto | A 22 años del 19 y 20 de diciembre del 2001, las escenas de la noche del miércoles 20, tras el decretazo de Milei, nos trajeron fuertes resonancias de aquellos días pero en un escenario políticamente mucho más desolador.
Contrariamente a este ánimo, que se quebró un poco con la marcha de la tarde y los cacerolazos y movilizaciones de la noche, algunos datos estadísticos de la economía no eran tan catastróficos como en aquellos días en que la convertibilidad se pulverizó y arrastró consigo al gobierno de Fernando De la Rúa que en pleno desmadre se cobró la vida de 39 manifestantes.
Cierto es que, tras la brutal devaluación anunciada por el ministro vaciador Luis Caputo, todas las variables económicas irán en detrimento de los trabajadores, trabajadoras, las clases medias y peor aún, para los sectores más postergados.
Para pensar el escenario actual y trazar un recorrido histórico situado en el campo popular, en las luchas de los territorios, en la vivencia de la clase trabajadora, dialogamos con Miguel Mazzeo, escritor, historiador, docente, autor de numerosos libros y artículos, quien recientemente publicó “Democracia” contra Democracia (o la política contra lo político).
Miguel, ¿qué nos pasó? ¿cómo llegamos a que el pueblo elija a un Presidente ultraliberal dispuesto a escupirle en la cara?
-Uno de los tantos problemas que uno puede identificar, una causa que desembocó en esto, tiene que ver con lo que las ciencias sociales denominaron el problema de la representación del subproletariado, del precariado. El problema de la representación política del subproletariado, esa franja de la sociedad, a veces muy numerosa, que no tiene representación política. Ahí tenemos un problema.
Cuando decimos precariado estamos hablando de esa parte de la clase trabajadora que vive en condiciones de precariedad, en la informalidad, ese sector que es prácticamente la mitad de la clase trabajadora en Argentina. No estamos hablando de un sector pequeño, marginal, estamos hablando de la mitad de la clase trabajadora argentina que vive en condiciones de precariedad. Si uno se pregunta: ¿por qué gana la ultraderecha?, tiene que buscar ahí la causa.
Se trata de masas en disponibilidad hegemónica, es decir, un sector de la sociedad susceptible a ser seducido por expresiones como estas, como la ultraderecha o por un demagogo de ultraderecha. No es la primera vez que ocurre en la Argentina. En nuestro país hubo un momento histórico en donde emerge un sector nuevo en la sociedad en cuanto a su peso social en los años 30-40 y aparece ahí un problema de de representación política de esas masas que se va a resolver con el peronismo, podríamos decir que fue una solución virtuosa, porque después se convirtió en una identidad muy potente de la clase trabajadora, con sus luces y sus zonas de penumbra.
Claramente, ante la ausencia de una alternativa política que represente positivamente, en un sentido superador a esas masas. La ultraderecha encuentra ahí un terreno más que propicio. Esa sería una primera explicación posible.
En una nota reciente, escrita al calor de los resultados del balotaje, decías que las generación jóvenes eligieron ‘el mal peor’ contra la idea de persistir en la lógica del ‘mal menor’.
-Está esa idea que alguien formuló, no es original, de la venganza de la generación del XXI contra las generaciones del siglo XX. Creo que algo de eso hay, no sé si plantearlo en términos de venganza, pero sí está claro que hay ciertos discursos que no interpelan a los sectores más jóvenes. Las personas jóvenes y precarias no son interpeladas por los viejos discursos que apelan a viejas ilusiones, la ilusión del ascenso social a través del trabajo, el ascenso social a través del acceso a la educación, la movilidad social ascendente.
Al final de la campaña, esto era muy notorio. Tenías a personas de más de 50 años que habían vivido, de alguna manera el “privilegio” de haber tenido contacto con el Estado Benefactor, tratando de convencer a los más jóvenes apelando a ilusiones que para esos jóvenes no tenían ningún sentido. Ahí hay un problema muy grave, ciertas retóricas retóricas de izquierda, retóricas del campo popular, en un sentido muy amplio, apelan a ilusiones que están en crisis. Entonces es muy difícil seducir, atrapar el deseo, de esos sectores más jóvenes apelando a ilusiones que están en crisis. Hay un corte generacional, y el argumento de que estábamos mal, pero esto va a ser peor, no aparece como muy convincente.
Hacia los 2001, transcurridos los 90, hubo una masa precaria que se organizó en los movimientos piqueteros que fueron por un momento una instancia superadora. ¿Qué pasó con esa herramienta que ahora parece ser pura gestión?
-Sí hablamos del 2001, tenemos que ver los momentos previos. Cuando decís 2001 tenés que hablar de los 90. Hay toda una narrativa en torno a los 90s como una década oscura. Pero, la verdad que quien militó en los años 90, no en partidos políticos específicamente, te diría que no existían salvo la izquierda y algunos sindicatos. Hubo una parte sindical que desarrolló prácticas muy interesantes en esos años. Los 90 son una época de recomposición del campo popular. Aparecen un montón de organizaciones, colectivos pequeños, grandes, colectivos políticos, colectivos barriales, culturales, de contrainformación y hay una densidad organizativa muy importante. Hay una característica general que fue la cuota de autonomía muy grande, estas organizaciones se desarrollan a mucha distancia del Estado y confrontando con el Estado. Es el caso de la corriente autónoma de los primeros movimientos de trabajadores desocupados de la década del 90.
Entonces, llegas al 2001 con un tejido social recompuesto, politizado, politizado artesanalmente, politizado a distancia del Estado, en confrontación con éste y con un grado importante autonomía. La situación, veintitantos años después, es diferente; tenés organizaciones sociales, movimientos sociales, que desde el punto de vista material y organizativo, en cuanto al peso de sus aparatos es mucho más grande que en el 2001, son organizaciones mucho más sólidas, con aparatos mucho más más aceitados, con cuestiones vinculadas a la supervivencia mucho más resueltas… Pero sin capacidad de creación política. Creo que hubo y hay un proceso de corporativización de las organizaciones populares, de los movimientos sociales, hubo una una apuesta fuerte a la gestión.
Hubo una forma de entender la política muy distinta a la de los 90. En esa década la política era otra cosa, era una política instituyente. Ahora es como que la política se subordina a la gestión pública. Es una política gestionaria y eso afecta la capacidad de respuesta de esas organizaciones. Y se nota en el perfil de las dirigencias también.
Algo de este escenario tiene que ver con que las herramientas que tenía el campo popular, la huelga, el piquete, la marcha, los hemos ido despotenciando, vaciando de contenido y cuando llega la hora de la lucha no son eficientes para generar política. Se nos viene una etapa que se parece un poco a los 90, ¿cómo ves esta etapa de resistencia?
-En primer lugar lo que me parece que hay que tratar de dar cuenta es del sujeto político. Es un sujeto muy fragmentado. El sujeto clase trabajadora, proletariado extenso, es un sujeto muy fragmentado, es como un sujeto mutante que está cambiando todo el tiempo. Entonces es muy difícil, no imposible, pensar una representación política para ese sujeto mutante. Hay que intentarlo.
Por otro lado hay una experiencia de las organizaciones populares de los movimientos sociales que está agotada, ya estaba agotadas hace unos años, se notaba cierto hastío, se notaban los límites de la política gestionaria. Hoy esos límites están bien claros. El tema es ver cómo se recomponen las organizaciones, qué rol asumen las dirigencias, cómo hacen esa transición de una política gestionaria a una política mucho más crítica, una política de confrontación.
Cómo hacer esa transición de entender la política como una cuestión de gestión pública a entender la política como una práctica instituyente. Yo creo que en las bases hay una predisposición a dar ese salto. No estoy tan seguro de que en las dirigencias ocurra lo mismo, pero noto que sí en las bases.
Entrevista: Nahuel Croza