Por María Paula Lozano, María Terragno y Luciana Censi* | En el libro “Derecho Laboral Feminista” nos preguntamos: ¿Por qué motivo las potentes transformaciones motorizadas por los feminismos en las últimas décadas no impactaron en el mundo del trabajo?
En Argentina los transfeminismos logramos instalar una agenda propia, cuestionar la héteronorma, desnaturalizar prácticas patriarcales, visibilizar asimetrías, arrancar algunas conquistas. Se consagraron múltiples derechos a nivel constitucional, supralegal y en el ámbito civil.
Llamativamente tuvieron muy poco impacto en las leyes laborales e incluso se dieron en un escenario en que las asimetrías de género, las violencias y la precarización laboral se profundizaron.
La respuesta principal atiende a una paradoja: el derecho laboral surge históricamente para proteger a la persona que trabaja en la relación “capital-trabajo”, pero fue fundado bajo el paradigma universal del “varón trabajador” como sujeto protegido. El denominado “trabajo de mujeres” es ubicado como una “particularidad”, cuyo objeto de tutela es la mujer en su rol de madre y garante de los cuidados familiares.
Si bien existió un hito transformador y revitalizante que se dio entre feminismo y sindicalismo en nuestro país, cuando en el año 2016 el colectivo “Ni una menos” convocó a un paro nacional de mujeres en respuesta al femicidio de Lucía Pérez, bajo la consigna “Si nuestras vidas no valen, produzcan sin nosotras”, ello no determinó un cambio sustancial en la composición del trabajo asalariado, en la normativa legal y en los sindicatos. Éstos en su gran mayoría expresan el conflicto entre capital y trabajo desde una perspectiva masculina, invisibilizando o ignorando las necesidades de las mujeres y diversidades.
Con la asunción del gobierno de Javier Milei se ha instaurado un programa que deteriora la calidad de vida de la población en su conjunto, con políticas de ajuste que descartan la presencia del Estado, con reformas laborales regresivas, en beneficio del capital concentrado y la destrucción del modelo productivo, llevando a cabo una reconfiguración de la relación capital-trabajo. Este modelo se lleva adelante además pretendiendo derribar todas las conquistas en materia de igualdad de género.
Sin embargo, el enorme retroceso no puede leerse en términos aislados, es preciso articularlo con el deterioro de las condiciones de existencia de la clase trabajadora, que se viene operando desde hace más de una década con el significativo aumento del empleo informal, la caída del salario real y las continuas crisis inflacionarias.
¿Cuál ha sido el motivo de tamaño retroceso? ¿Por qué los gobiernos de “ultraderecha” atacan a las cuestiones de género en forma tan brutal? En definitiva, ¿cuál es el motivo de la embestida hacia las mujeres y disidencias?
Si existe una línea común en las expresiones políticas de Milei y Trump, por citar algunos ejemplos, es el ataque abierto hacia las políticas de género con especial énfasis en los derechos de libertad y el fortalecimiento de un esquema conservador de familia tradicional estereotipada bajo una mirada binaria.
Asimismo, refuerzan el planteo de una igualdad formal, negando la desigualdad estructural que determina formas de discriminación y violencia hacia las mujeres y diversidades, rechazando cualquier medida de acción positiva
Clase y género: mismo horizonte de desigualdad
El actual Gobierno se caracteriza por la profunda subestimación y estigmatización de las problemáticas que atraviesan las mujeres y diversidades en función de la desigualdad estructural que vivencian en todos los ámbitos.
En tal sentido, la actual gestión gubernamental nacional no sólo suprimió el rango de Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad, el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI) y programas que financiaban políticas públicas para la salud sexual de las mujeres, tal como el Plan Nacional de Prevención del Embarazo No Intencional en la Adolescencia (ENIA), entre otros, sino que se ha caracterizado por promover a través de manifestaciones de sus funcionarios/as, discursos de odio, agresivos, misóginos, homo-odiantes y discriminatorios hacia la comunidad LGBTTIQ+, hacia las disidencias.
Esta línea de gobierno pudo verse conceptualmente desarrollada en el discurso del presidente Javier Milei en Davos (del 23 de enero de 2025): “Hoy vengo a decirles que nuestra batalla no está ganada, que si bien la esperanza ha renacido, es nuestro deber moral y nuestra responsabilidad histórica desmantelar el edificio ideológico del wokismo enfermizo…”, calificó al wokismo como “un régimen de pensamiento único” y agregó que “feminismo, diversidad, inclusión, equidad, inmigración, aborto, ecologismo, ideología de género, entre otros, son cabezas de una misma criatura cuyo fin es justificar el avance del Estado mediante la apropiación y distorsión de causas nobles”.
En su intervención, el presidente calificó los derechos fundamentales de las mujeres y las personas LGBTIQ+ como parte de una “agenda woke“, refiriéndose a esta comunidad y la “ideología de género” como “el cáncer que hay que extirpar”.
El año anterior, en 2024, también en el Foro Económico de Davos, Milei dijo en su discurso: “Los socialistas se vieron forzados a cambiar su agenda. Dejaron atrás la lucha de clases basada en el sistema económico para reemplazarla por otros supuestos conflictos sociales igual de nocivos para la vida en comunidad y para el crecimiento económico… La primera de estas nuevas batallas fue la pelea ridícula y antinatural entre el hombre y la mujer. El libertarismo ya establece la igualdad entre los sexos”.
Este escenario presenta entonces una nueva paradoja que fue planteada en Derecho Laboral Feminista, esto es, que no pueden resolverse los conflictos de clase sin resolverse los conflictos de género y que a la inversa, no puede existir resolución de la problemática de género sin resolver los conflictos de clase.
Nancy Frazer (en “¡Contrahegemonía ya!, Por un populismo progresista que enfrente al neoliberalismo”) afirma que existe una tensión entre políticas de reconocimiento y de distribución. Las primeras serían aquellas que tienden a ampliar libertades y derechos de las mujeres, personas LGTBQ+ ambientalistas e identidades múltiples. En cambio, las segundas apuntan al reparto de la riqueza e ingresos. Sostiene que en EEUU el “neoliberalismo progresista” muchas veces logró mejoras en términos de políticas de reconocimiento pero no pudo diferenciarse en materia de distribución, y que tras su fracaso, emerge el resentimiento de los sectores postergados asumiendo posiciones hiper reaccionarias.
Profundizando estas preguntas, Wendy Brown (en “En las ruinas del neoliberalismo, El ascenso de las políticas antidemocráticas de Occidente”) discute con lo que llama la explicación de sectores de izquierda, donde ponen la mirada sólo en las condiciones económicas de un presente catastrófico. Afirma que en las últimas cuatro décadas – Thatcher y Reagan mediante, las formulaciones de Hayek y la Escuela de Chicago – se ha ido consolidando una “razón neoliberal”, basada en el valor absoluto del mercado y la moral tradicional.
Estas derechas hiper reaccionarias – podríamos decir sin entrar en debates terminológicos “neofascistas, neorracistas”, etc – propician simultáneamente y con una relación simbiótica, la libertad absoluta de mercado, con un conservadurismo extremo en términos de vidas personales, operando como fuerte reacción contra los feminismos.
¿Fue el feminismo la causa del retroceso?
Sin duda que atribuir al feminismo la causa de la derrota, del avance de los gobiernos de “ultraderecha” no solo es una mirada simplista sino que constituye tierra fértil para la reacción conservadora que pretende la sumisión de las mujeres y diversidades con un modelo que profundiza el odio, la desigualdad, la discriminación y la violencia.
Estas miradas también olvidan que en las luchas de los feminismos está en juego la materialidad, el tiempo, el trabajo, la libertad, un mejor vivir, la sostenibilidad de la vida.
Desde este tópico, la Teoría de la Reproducción Social -elaborada por Lise Vogel, Tithi Battacharya y Cinzia Arruzza, entre otras- (en “El Trabajo de las mujeres. Feminismos, marxismos y reproducción social”), que analiza la relación entre la explotación de clase y la opresión de género o entre el capitalismo y el patriarcado, resulta de gran utilidad para contribuir a este análisis. Esta teoría llevó a formular un análisis unitario de la opresión y la explotación, que desanda los dualismos que argumentan desde el género y la condición de clase como opresiones separadas y diferenciadas; dualismos que generan obstáculos y problemas a la hora de ejercer la defensa de los intereses de la clase trabajadora de conjunto ante los ataques al Derecho del Trabajo, las mujeres y disidencias llevados adelante por estos gobiernos de ultraderecha.
Por ejemplo, si observamos nuestro Derecho Laboral, surge palmaria la interrelación estructural que existe entre trabajo reproductivo -realizado en el ámbito doméstico primordialmente- y el trabajo productivo -materializado en los sitios de producción-, fortaleciendo estereotipos de género y la gratuidad del trabajo de cuidado y es ahí donde la lente debe fijarse, en el aspecto nodal en que género y clase se intersectan necesariamente para que este sistema se reproduzca.
Para comprobarlo, es esclarecedor el aporte que nos proporcionan los datos en materia de mercado de trabajo. La crisis del capitalismo argentino oficia en el marco de una clase obrera inmersa en la informalidad creciente. Es así como el sector asalariado compuesto por desocupadxs, registradxs, no registradxs y también cuentapropistas -muchos de ellos en fraude a la ley laboral- demuestra una fragmentación en su interior, signada por desregulaciones legales y por modificaciones productivas estructurales (deslocalización, tercerización, empleadores múltiples, etc), que dividen al colectivo laboral y promueven enfrentamientos entre los mismos trabajadorxs.
A ello se agrega la desigualdad de género operando como otro factor de fragmentación histórico transversal, “la división sexual del trabajo”: de la totalidad de las mujeres mayores de 14 años solo el 55,5% es parte de la PEA, mientras que entre los varones este valor alcanza al 72,4%. Por otro lado, la incidencia de las mujeres en la tasa de la desocupación se incrementa en el 6,9%, respecto de los varones que representa el 5,7% (INDEC, “Dossier estadístico en conmemoración del 113° Día Internacional de la Mujer”).
Es decir, la inserción de las mujeres en el mercado de trabajo es significativamente menor respecto de los varones, ya sea por falta de acceso al empleo – por multiplicidad de causales, entre ellas el cuidado de familiares e hijxs – o ya sea por expulsiones del mismo – son más propensas a ser despedidas en momentos de crisis porque cuando los empleos son escasos, se tiende a considerar al hombre como el legítimo sostén de la familia, así como también los servicios sociales altamente feminizados, son los primeros recortados por los gobiernos -.
Por otro lado, en la composición de la clase trabajadora informal la incidencia de las mujeres es mayor que la de los varones. Al comparar varones y mujeres en categorías similares de ocupación, el 59,5% de las mujeres mayores de 14 años tiene descuento jubilatorio, mientras que el 64,2% de los varones está en esta situación.
Esta brecha de género en el acceso, egreso y formalidad del mercado de trabajo, se relaciona a su vez con la brecha salarial, donde la remuneración promedio que perciben las mujeres respecto de los varones es 27 puntos menor (CIPPEC).
La brecha se agrava cualitativamente, dado que las mujeres, en promedio, alcanzan mayores niveles educativos que los varones: están más formadas pero reciben menos paga y dicha formación no garantiza una mayor participación en el mercado laboral. Esta problemática está nuevamente relacionada con la mayor responsabilidad de las mujeres en tareas domésticas y de cuidado de familiares al interior de sus hogares y se refleja en la etapa de retiro: las mujeres en edad de jubilarse acceden en menor medida que los varones al beneficio previsional (INDEC).
Asimismo, las mujeres a pesar de estar más formadas se insertan en los sectores menos dinámicos de la economía o con inferior productividad y a su vez tienen menor acceso a los puestos de dirección. Esta segregación horizontal en el ingreso al mercado de trabajo hace referencia a la participación diferencial de mujeres y varones en los distintos sectores de la economía, caracterizados como típicamente femeninos o masculinos. Las mujeres tienen una mayor participación relativa en ocupaciones vinculadas al cuidado: empleos en casas particulares, educación, salud, servicios sociales y asistenciales; que en general son los peores remunerados de la economía.
Lejos de la promesa del aumento del empleo registrado que supuestamente quería instalar la sanción de la Ley “Bases” 27.742, volvió a aparecer una crisis de empleo que arrastra la ausencia de un modelo productivo, registrándose una caída del empleo en 9 de los 14 sectores de la actividad (Informe Análisis sobre la situación del empleo registrado privado, Datos a Noviembre 2024, CEPA).
Frente a este contexto regresivo, la desocupación de las mujeres aumentó y duplicó la tasa de desocupación en relación a los varones comparando el 3° trimestre 2023 con el 3° trimestre 2024. En particular para las mujeres jóvenes de 14 a 29 años la desocupación aumentó un 3,4% en relación a la tasa de desocupación de los varones que fue del 1,7% (Fuente: INDEC).
Como puede observarse, el ataque brutal y descarnado desde la esfera gubernamental hacia mujeres y disidencias sexuales se convierte en abono para un terreno de precariedad de las condiciones de existencia de toda la población.
La composición fragmentada de la clase trabajadora – contrataciones a plazo, tercerizados, cuentapropistas, sin registrar, etc. – fue acompañada por la construcción simbólica de la idea de “meritocracia” que ubica al esfuerzo, a las habilidades o al mérito como determinantes para el ascenso social. Esta reconfiguración ha calado dentro de la clase trabajadora y se agrava con el ataque a las mujeres y diversidades, respondiendo a la estrategia divisionista fomentada por el capital para explotar en mejores condiciones a lxs asalariadxs.
Por ello, abordar la cuestión de género desde una perspectiva de la clase trabajadora resulta crucial para elaborar una autocrítica, en la medida que en muchos casos se hizo lugar a un enfoque feminista desde una mirada liberal, legalista y punitivista restando valor a las fundamentaciones de índole estructural de opresión de clase, género y raza.
Asimismo, ello nos lleva a asumir que no se trata sólo de cuestiones individuales o de víctimas y victimarios sino de un sistema de explotación que requiere de luchas emancipadoras como respuestas a sus estrategias de dominación.
* Coordinadoras de “Derecho Laboral Feminista”, Editorial Mil Campanas, 2022. Texto original publicado en negrasyblancas.com.ar. Foto de portada: Sofía Alberti.