Por Revista Cítrica | ¿Quién dijo que las películas porno no tienen argumento? ¿Por qué una película pornográfica no podría contar una historia interesante? ¿Acaso no puede tener valor estético y narrativo? Albertina Carri estrenó en 2018 (y aún continúa en cartel) Las hijas del fuego, una película que rompe con el prejuicio de que el porno es un género de malas películas en donde solo se pasean cuerpos artificiales y desnudos para la masturbación (principalmente) del macho. Pero las películas pornográficas son siempre malas y entonces Las hijas del fuego no es porno… “Para mí, sí es porno, lo que pasa es que no es el porno hegemónico al que estamos acostumbrados”, nos salda la duda Albertina en el inicio de una entrevista en donde volverá a desnudarse, como hace en sus películas. Un desnudo integral. Puro y natural. Sin maquillaje. Mostrando sus incomodidades: la incomodidad de una chica a la que la dictadura le arrebata a su madre y a su padre a los cuatro años, la de una adolescente a la que le dan clases de educación sexual en las que alientan a la virginidad eterna, la de la lesbiana que no encuentra erotismo en el porno, la de la cineasta que hace películas que la mayoría de los cines argentinos prefiere no poner en sus pantallas. Y la incomodidad de una mujer que cree –en medio de Trump, Bolsonaro, Macri y el crecimiento de las religiones negadoras de derechos y libertades– que “estamos mucho mejor ahora que antes”.
Las hijas del fuego es una de varias películas estrenadas en Argentina durante 2018 donde los cuerpos reales toman la pantalla. En Mujer nómade, la filósofa Esther Díaz disfruta de sus masturbaciones y sus encuentros sexuales en cámara. O los cuerpos desnudos y envejecidos de una pareja de jubiladxs que en medio de una mudanza se pelean, se amigan y tienen sexo real en La cama, de Mónica Lairana. Como si en 2018 el cine argentino le hubiese gritado al mundo que basta de cuerpos falsos, que es hora de la realidad, que la realidad puede ser erótica. Y que las películas “para adultos”, en donde las escenas de sexo están hechas exclusivamente para varones voyeuristas, ya fueron. “El porno hegemónico explota el cuerpo de la mujer como objeto de deseo del macho”, reafirma Carri. Y cuando dice porno hegemónico, dice porno pero acentúa hegemónico porque quiere rescatar al porno, que el porno no sea despreciado por haber sido simplemente el reflejo de cómo el machismo ha tomado al erotismo.
¿Entonces una película con mucha narración y con argumento puede ser una película porno?
—Las hijas del fuego no parece porno porque es una película que tiene mucha narración, pero lo narrativo de la película es parte de su dimensión erótica. Por eso me parece que está bien inscribirla en ese género. Está bueno que se genere la discusión de que hay otro porno posible. Lo que pasa es que es un género que históricamente estuvo instalado en un único lugar. Casi siempre fue hecho por hombres para hombres y las mujeres tuvieron mucho lugar, pero desde ese lugar de objetos. Por eso es que a mí me interesa rescatar el porno como fuente de placer también para las mujeres y dar cuenta también de que existen mujeres voyeristas. A mí siempre me interesó el porno y siempre me preguntaba cuál era ese interés, porque lo vivía como una incomodidad al no sentirme representada en ese género.
Una película porno femenina encierra una paradoja. Los hombres y la Iglesia no tienen cabida pero, como justamente el patriarcado es el que impide el goce femenino, dos escenas de la película tratan sobre eso: cuando un grupo de mujeres echa del pueblo al violento que hostiga al personaje de Érica Rivas y el trío lésbico en la Iglesia.
—Sí, de hecho mi intención fue armar un colectivo de mujeres para realizar la película. Y funcionan como colectivo en la escena de Érica. La de la Iglesia no sé ni por qué la escribí. Para pensar en deconstrucción de los hombres patriarcales hay que meterse con esa idea religiosa del no goce del cuerpo. Fue compleja esa escena porque había que hacerla en una Iglesia y ninguna hubiera aceptado que la filmemos. Hubiese sido un escándalo. Por suerte encontramos una capilla perdida en un campo perdido y la pudimos hacer con tranquilidad.
¿Cómo sentís que la Iglesia recorta derechos y cómo se la combate?
—La Iglesia es una gran curiosidad para mí, porque es una de las instituciones que más genocidios ha cometido en la historia de la humanidad y sigue teniendo poder y nunca ha sido juzgada. Creo que una de las grandes deudas que tenemos es la separación de la Iglesia y el Estado. Es una locura medieval. Por eso también me parece que es algo a lo que hay que enfrentarse. Cómo se batalla, no tengo ni idea. Yo hago películas, y siempre que puedo molesto. Incomodo porque yo estoy incómoda. Como en general yo estoy medio incómoda, me parece lo natural, pongo incómodos a los demás.
Vos demostrás lo bizarro del argumento de quienes se oponen a la educación sexual integral porque recibiste educación clerical y sin embargo fuiste para el lado contrario…
—Sí, había una clase de educación sexual en el colegio adonde iba: el Sagrado Corazón. Terminaba el video que era una cosa espantosa y el último plano del video era la imagen de la virgen María y la voz de la directora de la escuela diciendo que algunas mujeres, por decisión propia, elegían ser vírgenes.
¿Cómo ves a las nuevas generaciones con todos estos temas, por ejemplo, el aborto, la Iglesia, el movimiento feminista en general?
—Cuando aparece alguna melancólica o melancólico en un grupo, yo siempre les digo: “Acuérdense de cuando éramos chicos”. El mundo está mucho mejor, aunque parezca que no y es un desastre todo. Ahora que tengo más de 40 años, pienso que mi generación es una generación un poco milagrosa porque cuando pienso en cómo fuimos criadas, fue un horror, lo que vimos y vivimos. En ese sentido el cambio es brutal, y a su vez ese cambio también tiene su responsabilidad, pero está bueno. Por ejemplo, cuando empecé a ir a las marchas de mujeres, yo que tendría treinta y pico ya, y era de las más jóvenes en ese momento. Ahora el promedio de edad en las marchas es entre 17 y 25. Ese es un cambio de paradigma que inevitablemente va a cambiar todo.
¿No te resulta extraño pensar que estamos mejor cuando se incrementan los ataques a la comunidad LGTB, Bolsonaro es presidente de Brasil y la Iglesia evangélica crece?
—Sí, es como que ningún poder frente a la pérdida de poder se queda quieto. Es como obvio que ante el cambio que está sucediendo va haber rebrotes de derecha, rebrotes violentos y patriarcales. Cuando se empieza a discutir y a armar el debate sobre los poderes que antes, 20 años atrás eran lo natural, es lógico que esos poderes empiecen a reaccionar.
¿Qué cine te gusta ver?
—Me pasa que la paso mal viendo cine. Además ví mucho cine en los últimos años con el tema de Asterisco, en donde trabajé activamente como curadora. Después, trato de ver buen cine, cosas que me interesan. En general es un cine que me provoca, que me interpela, tanto ficción como documental. No voy a estrenos, salvo que tenga muy buena referencia. Trato de ir a donde es seguro que me va a pasar algo. Tampoco miro series porque son muchas horas de vida que no tengo. Tengo un montón de cosas para leer.
¿Cómo es hacer cine independiente hoy? ¿Cómo financiás las películas, cómo hacés?
—Las hijas del fuego se autofinanció. Es una película que se hizo con fondos privados mínimos nuestros, del equipo, que íbamos poniendo entre todas. Después aparecieron otras colaboraciones pero siempre privadas Decidimos que sea una película por fuera del INCAA. Porque era realmente independiente y había que ir encontrándola durante el rodaje. Hay algunas películas que no entran en esa estructura institucional que te obliga a cumplir con determinadas pautas. Además hubiese significado entrar en una discusión bizantina de si era porno o no era porno, que no teníamos ganas de dar. Lo cierto es que la película es una ficción narrativa con un montón de sexo explícito. Ahora estoy preparando la próxima película que es una producción medio grande, entonces busco fondos de afuera, el Instituto acá tiene que estar de alguna manera, qué se yo. En realidad acá, en Argentina, el cine se hizo siempre de la misma manera. En algunos momentos con más facilidades para entrar en la lógica del INCAA, y en otras épocas con menos facilidades. Siempre fue así, siempre fue fluctuante y siempre se necesitaron coproducciones mayores o menores.
Y esta es una época de pocas facilidades en el INCAA…
—El país está en un momento complicado. En cuanto al cine, cambió la Ley de Fomento y para determinado tipo de producciones independientes se complejizó muchísimo trabajar con el Instituto y además subieron mucho los costos de todo.
Y después está la complicación de la exhibición… la cuota de pantalla que no se cumple y que cuando se cumple tampoco alcanza…
—Yo, la última película que estrené en cines comerciales fue Géminis en 2005. Después de eso no quise saber más nada porque es una masacre la lógica de la cantidad de espectadores por segundo, la gente que no elige por película, sino por horario. Y te la ponen siempre en horarios malos, los boleteros no saben nada. A una peli como Las hijas del fuego la hacen bosta en dos minutos. No duraría más que un par de días en cartel. Yo prefiero que se proyecten mis películas en cines más amables. Además las últimas películas que hice son muy radicales, muy independientes, necesitan de otros tiempos, otra lógica más parecida al teatro, que circulen más de boca en boca. No son películas que tengan publicidad ni afiches en la calle, entonces hay que darles un tiempo que las salas comerciales no te lo dan. Y también es una manera de educar a los y las espectadores y espectadoras. No todo es Netflix, no todo está en el Hoyts, el mundo es más amplio.
¿Qué le dirías a la gente que dejó de ir al cine y se pasó a las series?
—Que los entiendo. El cine viene muy malo, es una máquina de chorizos, es una película igual a la otra. Realmente es muy difícil ver cine comercial.
Foto: Vicky Cuomo