Por Carlos Saglul | Los CEO saben que los recursos materiales, cuando no se necesitan se almacenan, pero ¿qué se hace con los “recursos humanos”?. Para el secretario de Empleo (ex Techint) Miguel Ponte, es natural que los trabajadores “se coman y se descoman”.
¿En que se convierte la comida cuando se “descome”? La respuesta, no por escatológica deja de rebelar una visión clasista y siniestra. Ahora, otro funcionario completa la mirada descarnada que se tiene sobre los trabajadores y los pobres.
En una entrevista de la revista Noticias el ministro de Economía de la provincia de Buenos Aires, Hernán Lacunza, dijo que se siente gratificado “cuando la gente tiene paciencia porque entiende que vivíamos en una situación artificial”. El funcionario describe todo lo que el gobierno que integra está haciendo para lograr “la pobreza cero” y cuando el cronista le hace notar que “los pobres mueren de hambre hoy”, Lacunza responde con orgullo: “sí, pero lo peor es engañarlos, yo no lo hago”.
Tratemos de entrar en la lógica del funcionario bonaerense: Admite que hay formas de gobierno que no dejan a los pobres “morirse de hambre”, es decir, por lo menos se aseguran de que se los alimente. Es lo que caracteriza a los “perversos populistas”, que aun ante la falta de trabajo, garantizan una red de contención social que les permite a las clases bajas sobrevivir. Pero para Lacunza, la verdad está ante todo. Su mamá, la escuela, sus profesores, le enseñaron que la mentira no lleva a ninguna parte. Los pobres se tienen que morir de hambre, por lo menos hasta que dejen de ser pobres. Tienen que aprender que son pobres.
Pero ¿cuándo dejarán de serlo? Nadie sabe en cual generación, pero seguro será producto del efecto derrame en una Argentina en plena producción. No producto de la “beneficencia pública” sino del esfuerzo del ahora ex pobre que habrá calificado para gozar de los beneficios de la “Nueva República”.
La felicidad será compartida por sus hijos que trabajaran en las cadenas de comidas rápidas mediante convenios del gobierno con empresas multinacionales, una vez que los jueces populistas dejen de fallar en contra de esos planes, aduciendo que los sueldos que se le pagan en esos empleos no alcanzan siquiera a un salario mínimo.
¿Cómo se relanzara el país? Por supuesto producto de la inversión extranjera. No faltará el periodista insolente que haga notar que ningún gobierno contrajo tantos créditos como el actual, que la lluvia de dólares no se detiene, solo que riega la especulación financiera y la fuga de capitales. Alguien como Lacunza, sabe la respuesta, “hay que ganarse la confianza de los capitales, con argentinos que trabajen aún los domingos” y dejar de lado leyes laborales “obsoletas” que le han dado al obrero “privilegios” que ya no pueden ser mantenidos.
Terminar con el déficit fiscal es fundamental. Hay que extender la edad jubilatoria, de manera que solo los que tengan el mérito de sobrevivir hasta los 75 años, puedan hacerse acreedores a una jubilación, que si bien no le alcanzará para comer, es una jubilación al fin. Además deberá sobrellevar el recorte del pago de los medicamentos gratis, el alza de tarifas y el transporte, no salir muy tarde para que no lo mate algún vecino al que la desesperación empujó al choreo o la policía cada vez más brava. No va a ser fácil. Pero esta competencia por llegar vivo los 75, seguro reducirá la cantidad de beneficiarios. Todo requiere esfuerzo, en la Nueva Argentina. Y de una cosa podes estar seguro, Lacunza no miente y si lo dejas, termina con los pobres.