Por Hernán López Echagüe | El bautismo de fuego en Lanús, dice Carlos, fue la ocupación de alrededor de seis manzanas que estaban abandonadas y pertenecían a una cooperativa trucha manejada por un empleado del Intendente. Era 1995. La gente estaba en un estado de abandono total y la prioridad era tener un terreno para las viviendas. En el barrio vivían dos o tres familias por casilla, totalmente hacinadas. Seis años atrás un grupo de vecinos intentó ocuparlas, de manera casi espontánea y sin una organización, y fueron brutalmente reprimidos. Hubo ochenta detenidos y mucho miedo. Entraron a caballo a empujar a todos, a los palazos con todo el mundo; te imaginás, ochenta detenidos, unos cuantos se rajaron, entonces eso a la gente le quedó bastante, un cacho de miedo, ¿no? Por ejemplo, acá vive una compañera, Dora, que siempre se acuerda cuando las topadoras le pasaron por encima, en la época de Cacciatore. Cuando desalojaron a esta gente de acá, ella se acordaba de aquellas topadoras de cuando era chica. Acá la gente le teme a la policía… De los milicos todavía hay muchos que se acuerdan. Hace un año y medio cortamos la ruta junto a los compañeros de Solano y Almirante Brown. Fuimos ochenta vecinos con mucho miedo y volvimos ochenta vecinos con mucha fuerza. Habíamos conseguido arrancarle al gobierno lo que pedíamos. Después del primer corte de ruta en el que participamos, quedamos con la autoestima reconstituida y volvimos a intentar la toma. Primero nos iban a dar una manzana, después le sacamos una manzana más, y así fuimos haciendo el barrio, digamos. La recuperación de la autoestima y la idea de que es posible dar ese paso hace que te lances aunque haya miedo. Y creo que lo que cambió de antes a después de ganar los terrenos es que se pensó que era posible y que valía la pena enfrentarlo. Ahí se rompió el miedo.
Carlos es retacón, grueso, panzón, de pellejo curtido por los años y la intemperie. En su cara, redonda, enmarcada por una barba puro alambre, son los ojos azules, movedizos y cargados de picardía, lo que sobresale. Se echa a hablar sin que medie pregunta o palabra. El último laburo bueno que tuve fue hace tres años, en Telefónica. Tenía un camión y hacíamos trabajos. Yo, desde los doce años siempre laburé. Nací en Sarandí. Mi viejo era un laburante, siempre tenía transporte, que un camioncito, que una camioneta. Un trabajador autónomo. En el año 1970, más o menos, tuvo un taxi, le duró hasta el noventa y pico, él ya estaba viejo, y con todos los remises se terminó de fundir. Todavía está vivo. Yo tengo 45 años. Mi viejo tuvo una particularidad, siempre me decía: este Estado nos va a cagar a todos. La guita él nunca la puso en la caja de jubilación, logró juntar 73 mil dólares y los puso en el Hogar Obrero. Lo cagaron. Mi viejo, hoy, está arruinado. Otra vida. Yo, en mi juventud, siempre tuve laburo como para poder estar el sábado en el boliche. Ahora los pibes tienen que estar parados en una esquina tomando una cerveza. Antes vos estabas en un boliche y querían pagar todos. O ir a bailar y encontrarnos a la salida del baile en Las Flores y Mitre, en el centro de Wilde, y alguno tenía un coche y te decía: ché, vamos para Mar del Plata, y bueno, vamos, y arrancábamos para Mar del Plata. No teníamos necesidades. Yo iba a la casa de mis abuelos, eran dos jubilados, pero abrías la heladera y había de todo. Abrís la heladera de mi casa ahora y es como la canción de Charly García: un limón sin exprimir, o si no exprimido porque tomo mate con jugo de limón, y por las dudas lo guardo. Todo se fue al carajo. Cuando tenía quince años, con otros pibes íbamos a joder a la salida del colegio nocturno del primario. Y ahí conocimos a unas pibas y nos arrimamos al fondo de Wilde, y justo ahí había una Unidad Básica de la Juventud Peronista. Y entonces empezamos a ir, más que nada para perseguir a las pibas. Después empezamos a participar en esa Unidad, me gustaban las cosas que iba viendo. Yo terminé la secundaria de noche, con bastante sacrificio porque trabajaba y estudiaba, me costó eso. Siempre por una rebeldía natural hice como cuatro veces primer año. Pero lo que pasa es que me echaron de un colegio porque dije que Jesús y las hormigas eran comunistas. Después me echaron de otro colegio cuando hacía un año de la masacre de Trelew, el 22 de agosto, y cuando apareció la directora yo pasé al frente y dije: propongo un minuto de silencio por los compañeros caídos en Trelew. Hicieron el minuto de silencio y todo, pero después me llamó la directora y me puso cuarenta y pico de amonestaciones. Y vino el 76. Nosotros teníamos varios compañeros que para ese tiempo estaban participando con la jotapé en esa unidad básica. Eso después se tornó más violento. Un día llego a mi casa y la veo a mi tía llorando, contando que se habían llevado a mi primo. Locura. Agarré todo lo que tenía, libros, banderas pegadas en las paredes, fotos. Hice un incendio con todo eso. Mi viejo no entendía nada. Era apolítico. Inclusive a veces tenía problemas si yo llevaba alguna bandera o alguna cosa. Entonces agarré y con otros pibes nos fuimos al sur de Santa Fe. Nos quedamos en la casa del tío de un amigo, que era comisario del pueblo. Leíamos Patoruzito, íbamos a pescar… y estuvimos ahí un par de meses, después vine y empecé a estudiar de vuelta, todavía en el 76. Estudiar en ese momento sabés cómo era… De repente venían los milicos a la puerta a buscar a uno, era jodido. Pero siempre parte de la militancia de mi vida era ver una injusticia y tratar de hacer algo. Después trabajé, no hice mucho en tiempos de los milicos mas que estar en contacto con algunos compañeros. Por ejemplo, en la unidad básica donde nosotros estábamos éramos cuarenta y dos y quedamos ocho. Una limpieza total. En la dictadura tuve problemas. Aparte que me gustaba usar el pelo largo. Sabías que cuando salías te paraban. Está bien que yo un poco provocaba. Una vez me habían regalado un poncho rojo con una guarda negra. Y me voy al centro. Bajé del 17, en la avenida Corrientes, y no llegué a hacer ni media cuadra. Me agarraron así y me llevaron en cana a una comisaría que está por la calle Lavalle. Me cagaron a trompadas. Siempre tuve esa historia en contra de lo que es la cana. Cuando llegó la democracia voté por el Partido Intransigente. Después, cuando apareció Menem casi le creo. Y un día estoy escuchando la radio y el tipo dice: “Y vamos a hacer como dijo el general San Martín, vamos a pelear en pelotas…”. Ah, no, me dije, éste es un mentiroso de mierda. Voté al MAS o algún partido de izquierda, y últimamente no voto más. Agradezco estar en el MTD. Pensar que antes no les daba bola. Cuando me quedé sin el laburo de Telefónica empecé a agarrar changas de remisero, y andaba más o menos, un peso un día y, al siguiente, nada. Y siempre veía que ellos se juntaban, no sabía de qué se trataba ni nada, algunos vecinos me decían: no, estos están con el tema de los Planes pero te sacan 50 mangos, y eso estaba circulando por el barrio, y yo vivo en este terreno, acá en el fondo, desde que se empezó el barrio, y sabía que era mentira. Otro día, ellos habían hecho un corte, allá, donde estaba la virgencita de Luján, y yo me arrimo, de curioso y ansioso por ver qué era. Era una fecha patria, o por el golpe. Y yo me arrimé y uno me dice: ¿qué hacés vos ahí? ¡Vos tenés que estar acá!. ¡Paff!, fue una bofetada. La verdad, tenía razón, mucha razón. Me hice una casa con pedazos de asfalto. Todos me miraban pasar con los pedazos, más grandes que esta mesa, y se cagaban de risa. Y la hice. Y acá estoy. Contento de lo que hago. Porque esto te lleva todo el tiempo. El MTD te saca, loco. Hay que poner huevos todo el día, todo el tiempo, hay que poner todo el pensamiento. A veces te vas a dormir y estás pensando algunas cosas, o las cosas que pasan, o que va a haber una acción, o estás pensando en poder conseguir un campo para poder sembrar, o alguna máquina para poder hacer algo. Tenés todo el tiempo ocupado en esto. Sos parte, yo me siento como parte de esto y lo veo como una posibilidad de desarrollo de vida, de futuro. Muchas veces digo el ejemplo del limonero. Se planta, se pone en una estaca, y tenés que esperar seis años para que la planta te de una buena producción de limones. Y acá yo pienso así. Esto es algo para largo, vamos a tener por lo menos cinco años de terrible miseria. Pero yo creo que desde acá tenemos la oportunidad de organizarnos, y el que no la entienda se quedará afuera, va a sufrir bastante más, pero nosotros vamos a tener, medianamente, la posibilidad de comer y de estar organizados y de poder discutir entre nosotros. Creo que acá tenemos la posibilidad de desarrollarnos, de tener una perspectiva de vida. Tengo 4 hijos, loco. Tengo una piba de 24 años estudiando economía, le faltan cuatro materias; tengo un pibe de 17 que está en tercero del polimodal y termina este año. Mi señora también hacía cosas. Cuando estaba el tema de la Copa de Leche, ella y unas vecinas se levantaban a las cuatro de la mañana, con la leña bajo el brazo, y yo miraba por una ventanita y me decía: estas minas están locas. Mi señora hace cosas pero todo ligado con la Iglesia. Ella entiende que yo salgo a cortar una ruta y lo ve como una cosa violenta. Para ella la solución sería vivir según el Ave María. A ella le da miedo. Pero sabe que si yo digo me voy, me voy. Me jode un tiempo, pero después se cansa. Sabe que si yo tengo una idea la llevo adelante. Hasta ahora tuvimos suerte, porque decíamos que si nos salía un pibe rebelde, se iba a la mierda. La más revolucionaria me parece que es la más chiquita de mis pibes. Al piquete no vienen. Tampoco participan conmigo, ni vienen acá cuando estamos reunidos. En ese sentido soy bastante cerrado, mi mujer pregunta poco. Nosotros tenemos algunos proyectos de poder desarrollar pollos, ponedoras. También sé que podemos criar conejos de hasta ocho kilos. Por ahí uno puede tener la visión hasta ahí, pero a veces yo pienso que podemos hacer lombrices, vamos a hacer balanceado, vamos a poder desarrollarnos. Creo que si no lo hacemos nosotros, el futuro será bastante jodido, el morfi y todo eso. Poder sembrar. A mí, además, me da la satisfacción del respeto de los compañeros, de que vos sabés que podés ir caminando por la calle y te cruzás con uno que está acá y seguramente es tu compañero. La semana pasada fui a comprar a la carnicería de la esquina y viene un pibito y me dice: ¡Eh, piquetero!. Y yo le digo: Ey, ¿cómo anda, cumpa?. Y el pibito que se queda por ahí. Después, yo dejo la bici, y cerca había uno con una bici, un tipo que tenía una cara, que yo dije ¡uy!, éste me la afana. Y el pendejo, que ve la jugada, se da la vuelta, viene y me dice: entre, entre compañero, que yo le miro la bicicleta. Y se quedó ahí parado hasta que yo terminé de comprar y salí. Ser piquetero te da seguridad. Un día tuve que ir con otros compañeros a reclamarle al viejo Manolo Quindimil por el tema de la comida. El guacho, orgulloso, me dijo: sepa usted que abrí 58 comedores populares en Lanús. El tipo esperaba aplausos. No. Le dije: ¿y no le da vergüenza? Mejor sería crear fuentes de trabajo, ¿no?. Manolo me comía con los ojos.
Estamos en Monte Chingolo, de modo que el recuerdo del asalto al Batallón de Arsenales 601 “Domingo Viejo Bueno”, en el mediodía del 23 de diciembre de 1975, aflora, de pronto, con naturalidad. Las Fuerzas Armadas tendieron una ratonera perfecta a los guerrilleros del Ejército Revolucionario del Pueblo. La represión fue feroz: entre miembros del ERP y habitantes de las villas aledañas al cuartel (que ninguna relación habían tenido con el frustrado copamiento) los militares mataron a cientos de personas. Nunca pudo saberse con precisión cuántos fueron asesinados, porque la mayor parte de los cuerpos tuvo como destino la fosa común.
Mi vieja era enfermera y estaba en los bomberos de Sarandí, dice Carlos. Cuando fue todo ese lío, un médico del Ejército fue a buscarla. No podía negarse, ¿no? La llevaron a un descampado donde había un pozo muy grande, y en un camión volcador empezaron a traer cuerpos, muchos cuerpos. Antes de tirarlos en el pozo, a mi vieja la obligaban a ayudar al médico a cortarles las manos, para que no quedase identificación, les cortaban las manos, loco, y mi vieja agarraba las manos de esos cuerpos mientras el hijo de puta del médico buscaba la coyuntura con un bisturí, en la muñeca, y las manos las metían en una bolsa. Habían pasado tres, cuatro años, y mi vieja todavía se ponía a llorar. Se quedaba sola un rato y entraba a llorar a lo loco. Varios compañeros que yo conocía la ligaron. Uno, con tres tiros encima, se escondió en el pozo de una letrina y se quedó ahí un día y pico, y la gente venía, meaban, iban de cuerpo, hasta que el tipo no aguantó más y le habló a uno, le habló a un culo, ¿te imaginás?, y lo sacaron, y la gente fue solidaria, lo lavaron, le prestaron pilchas y el chabón zafó.