Una vez dijo: “En este gobierno no hay lugar para los cagones”. A juzgar por su temerario derrotero político, el secretario general de la Presidencia, Aníbal Fernández, ha dicho algo sensato. No es, desde luego, un hombre timorato. Prueba irrefutable de su intrepidez ha sido el papel que le tocó en suerte durante la Convención Constituyente de la provincia de Buenos Aires, en 1994.
En el cráneo del gobernador Duhalde sólo había cabida para un tenaz pensamiento: lograr la aprobación de una cláusula que posibilitara su reelección. Los votos, sin embargo, resultaban insuficientes; la Unión Cívica Radical, el Frente Grande y los hombres del Modin, partido que lideraba el desastrado y levantisco ex militar Aldo Rico, se oponían. Las cuentas no cerraban. Faltaban cinco, tan sólo cinco votos. ¿Qué hacer para obtenerlos? Duhalde, pues, resuelve echar mano de todas las artimañas posibles. Su ojos se posan en el Modin, movimiento informe donde han confluído personas de toda catadura.
Presa de la ambición, en los buenos oficios de su íntimo amigo Aníbal Fernández, convencional por Quilmes, deja la responsabilidad de encabezar una misión que logre persuadir a los riquistas. Fernández era el hombre ideal. Buen conversador, ubicuo, atrevido, un hombre que como mayor mérito podía presentar su efímera estadía como intendente de Quilmes, de donde debió huir acosado por diversas denuncias judiciales acerca de presunta corrupción. La estratagema ideada por Duhalde contempla argumentos políticos, promesas de cargos en el poder, y no desecha, como última vía, la persuasión económica. A Alberto Pierri, (a) Muñeco, le encomienda conversar con Rico. Debe ofrecerle al carapintada razones éticas y políticas: un hombre que se dice peronista no puede de manera alguna aceptar proscripciones; si Rico desoye esa argumentación, deberá asegurarle que sus hombres tendrán las puertas abiertas para ocupar diversos cargos en el gobierno; por último, queda apelar, de modo decoroso, a la retribución económica.
En tanto Pierri y Rico dialogaban, Fernández comete una imprudencia. A través de un empleado de apellido Souza ofrece un millón de dólares al convencional riquista Miguel Di Cianni, de Berisso, a cambio del voto positivo. Di Cianni se lo hace saber a Julio Carreto, presidente del bloque del Modín, que de inmediato comunica a la prensa el intento de soborno (En julio de 1994, Di Cianni radicó la pertinente denuncia ante el Juzgado en lo Criminal y Correccional del departamento Judicial de La Plata, a cargo del doctor Saraví Albarracín, por presunto intento de soborno. Además, la denuncia fue publicada en El Constituyente, periódico que rescataba los asuntos más importantes de la Convención Constituyente de la provincia de Buenos Aires de 1994. Y forma parte de la causa que se abrió en el juzgado del doctor Emir Caputo Tártara, en La Plata).
Doce millones de dólares fue el precio que Duhalde pagó por los votos. Carlos El Indio Castillo, guardaespaldas de Rico, fue el encargado de recibir, inspeccionar y transportar la primera maleta con dinero. Convencionales del Modin, como Santiago Chervo y Hernán de Benedetti, que no aceptaron el dinero, oportunamente ratificaron el carácter mafioso del pacto.
(*) Acerca de Aníbal Fernández. Artículo escrito el 10 de octubre de 2003