Redacción Canal Abierto | No eligieron vivir en la calle. Pero ahí están, de espaldas al Riachuelo y el famoso puente de La Boca que sábados y domingos sirven de escenario para la foto del turismo extranjero que visita Caminito.
María está sentada dentro de uno de los precarios gacebos cubiertos de nylons agujereados y lonas sucias, al lado de una carpa iglú de camping, colchones tirados sobre el piso y palets para alimentar la combustión que arrima algo de calor.
Vivía enfrente, en Pedro de Mendoza 1447, donde el jueves a las seis de la mañana se produjo un incendio en que murieron una bebé de un año, dos jóvenes de 20 y 23 años y una señora de 60 (ver nota).
Se salvaron 27 familias que ahora hacen guardia a la espera de que el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires les encuentre un lugar donde alquilar. Pero no se quieren ir, a pesar de la lluvia y el frío. No aceptan ir a un parador porque conocen por experiencia de otros que al regresar les habrán desalojado sus pertenencias para dejarlos a la buena de Dios. Las catástrofes asiduas en conventillos de La Boca más que un designio, son parte del negocio inmobiliario.
En la misma situación está Marixa, otra de las entrevistadas. Madres las dos, con hijos en edad escolar, sin planes y con trabajo precario al que ahora no pueden rendir cuentas.
Quieren pagar agua, luz, gas y alquiler, como lo vienen haciendo al mismo precio que un departamento en el barrio clase media de Barracas. Pero insisten: no quieren irse y denuncian que es mentira todo lo que dijo Horacio Rodríguez Larreta. No les ofrecieron ni vivienda ni subsidio.
Buscan que les permitan entrar a peritos imparciales, decisión que el juez demora a la espera de quién sabe qué.
Por al lado nuestro caminan perros vagabundos, un niño de tres años que come un pancito, seis policías que se acercaron a custodiar la puerta apenas llegamos para advertirnos que no íbamos a poder entrar. Hay un colectivo escolar, donde a la noche duermen los más pequeños. Y entre el humo sobrevuela la solidaridad de los vecinos de la cuadra que, a pesar de la falta de luz, cobijan a cualquiera cuando arrecian las bajas temperaturas.
Seguramente el hecho es uno más entre los tantos que se suceden en alguna provincia. Sin embargo este tiene un dato inexorable, cínico e imperdonable. Ocurre a quince cuadras de Puerto Madero, en el bastión donde el Pro dijo que iba a alcanzar el hambre cero a partir de la asunción presidencial de su máximo referente.