Redacción Canal Abierto | En medio de una suba –que parece imparable- de los precios de los alimentos, en las últimas horas se escuchó al ministro de Economía, Martín Guzmán, hablar sobre el crecimiento sostenido de la economía argentina que se vio afectado por la guerra en Ucrania.
También se escuchó al presidente de la reconocida cadena de supermercados La Anónima decir que por culpa de la inflación remarcan precios todos los días en tono burlesco y entre carcajadas.
Lo cierto es que los procesos inflacionarios sorprendieron a muchos países acostumbrados a no tenerlos, o en todo caso en niveles mucho más bajos. La guerra fue la primera causal señalada por sus líderes. Pero, ¿son realmente estos hechos los responsables de la inseguridad alimentaria?
Para el economista británico Michael Roberts, “si algo demuestra que las hambrunas y la inseguridad alimentaria son provocadas por el hombre y no por caprichos de la naturaleza y el clima, es la actual crisis alimentaria, que está poniendo a millones de personas en todo el mundo al borde de la inanición”.
Los alimentos
Roberts explicó que el conflicto entre Rusia y Ucrania puso en relieve el desastre mundial del suministro de alimentos que se estaba gestando mucho antes de la guerra. En este sentido se remonta a la gran recesión del 2008/2009 que irrumpió en la cadena de suministro de alimentos de las empresas multinacionales que controlan el abastecimiento de los agricultores de todo el mundo.
“Estas empresas dirigían la demanda, generaban la oferta de fertilizantes y dominaban gran parte de la tierra cultivable. Cuando golpeó la Gran Recesión, perdieron beneficios, por lo que redujeron la inversión y aumentaron la presión sobre los productores de alimentos en el ‘Sur Global’”, sostuvo Roberts.
Estas cuestiones a su vez estuvieron acompañadas por el aumento en los precios del petróleo, la demanda excesiva de biocombustibles a base de maíz, los altos costos del transporte, la especulación en los mercados financieros, las bajas reservas de cereales, las severas alteraciones climáticas en algunos de los principales productores de granos y el aumento de las políticas comerciales proteccionistas. “Este fue el clima alimentario en la larga depresión hasta 2019, antes de que ocurriera la pandemia”, añadió el economista.
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Según el experto, la crisis alimentaria posterior a la Gran Recesión duró relativamente poco, pero fue seguida por otra explosión de los precios de los alimentos en 2011/2012: “Finalmente, el ‘boom de las materias primas’ terminó y los precios de los alimentos se mantuvieron relativamente estables durante un tiempo. Pero la crisis de la pandemia provocó una nueva crisis cuando la cadena de suministro global colapsó, los costos de transporte se dispararon y el suministro de fertilizantes se agotó. El índice de precios de los cereales muestra que los precios alcanzaron su nivel de 2008 en 2021”.
La guerra
Hoy, mientras el mundo aún no se recupera de las consecuencias de la pandemia del COVID-19 –la peor crisis económica desde la Segunda Guerra Mundial- el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania empeoró el panorama.
África es la región más vulnerable, ya que el norte es un gran importador neto de trigo, y la mayor parte de éste proviene de Rusia y Ucrania, por lo que enfrenta una crisis alimentaria particularmente aguda. A su vez, agricultores de muchas partes del continente luchan por acceder a los fertilizantes, incluso a precios inflados, debido a problemas de transporte y cambio de divisas. “Los costos exorbitantemente altos erosionan las ganancias de los agricultores y podrían reducir los incentivos para aumentar la producción, lo que amortiguaría los beneficios de unos precios más altos de los alimentos para la reducción de la pobreza”, explicó Roberts.
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Y añadió: “La guerra entre Rusia y Ucrania exacerbó este desastre de precios y seguridad alimentaria. Rusia y Ucrania representan más del 30 % de las exportaciones mundiales de cereales, Rusia por sí sola proporciona el 13 % de los fertilizantes mundiales y el 11 % de las exportaciones de petróleo, y Ucrania suministra la mitad del aceite de girasol del mundo. Sumado todo ello, tiene un gran impacto en la oferta del sistema alimentario mundial, y una guerra prolongada en Ucrania y el creciente aislamiento de la economía de Rusia podrían mantener altos los precios de los alimentos, el combustible y los fertilizantes durante años”.
El hambre
Según el Programa Mundial de Alimentos, millones están siendo empujados al hambre. Los considerados “desnutridos” aumentaron en 118 millones de personas en 2020 después de permanecer prácticamente sin cambios durante varios años. Las estimaciones actuales sitúan ese número en unos 100 millones más para fines de este años.
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Los niveles de hambre aguda (la cantidad de personas que no pueden satisfacer sus necesidades de consumo de alimentos a corto plazo) aumentaron en casi 40 millones el año pasado. La guerra siempre ha sido el principal impulsor del hambre extremo y ahora la guerra entre Rusia y Ucrania aumenta el riesgo de hambre y hambruna para muchos millones más.
La respuesta de las potencias capitalistas
Según la directora del FMI, Kristalina Georgieva, para varios países, esta crisis alimentaria se suma a la crisis de la deuda. “Desde 2015, la proporción de países de bajos ingresos que se encuentran en situación de sobre endeudamiento o cerca de ella se ha duplicado, del 30% al 60%. Para muchos, la reestructuración de la deuda es una prioridad apremiante. Sabemos que el hambre es el mayor problema solucionable del mundo. Ante una crisis inminente es el momento de actuar con decisión y resolverla”.
Sin embargo, en la práctica, la solución para el FMI sigue siendo ajustar la soga. Sin ir más lejos, las exigencias para la reestructuración del acuerdo con Argentina incluyeron el cumplimiento de metas fiscales que implican incrementos en las tarifas de servicios y reducción de subsidios, produciendo así un deterioro en el poder adquisitivo de la población mayor al que tenían al momento de haber sido solicitado el préstamo por el entonces presidente Mauricio Macri.
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Para Roberts, “las principales potencias capitalistas están haciendo muy poco para ayudar a esos países pobres con millones de hambrientos y desnutridos”. A fines de mayo, la Comisión Europea anunció un paquete de ayuda de €1.500 millones, junto con medidas adicionales, para apoyar a los agricultores de la UE y proteger la seguridad alimentaria del bloque. “Los líderes del Grupo del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas y la Organización Mundial del Comercio pidieron una acción coordinada urgente para abordar la seguridad alimentaria. Bellas palabras, pero sin acción”, señaló el economista.
En esta línea, agregó: “Una verdadera ayuda sería cancelar las deudas de los países pobres. Pero todo lo que han ofrecido el FMI y las principales potencias es una suspensión del servicio de la deuda: las deudas permanecen, pero los reembolsos pueden retrasarse. Incluso este ‘alivio’ es patético. En total, durante los últimos dos años, los gobiernos del G20 han suspendido solo $10.3 mil millones. Solo en el primer año de la pandemia, los países de bajos ingresos acumularon una carga de deuda de $860 mil millones, según el Banco Mundial”.
A modo de conclusión, Roberts dijo: “Esta es una crisis global y requiere una acción global, de la misma manera que la pandemia y la crisis climática. Pero tal coordinación global es imposible mientras la industria alimentaria mundial esté controlada y sea propiedad de unos pocos productores y distribuidores de alimentos multinacionales y la economía mundial se dirija hacia otra recesión”.