Por Inés Hayes | La primera novela de Noemí Frenkel, Cuerva (editado por Milena Caserola) cuenta una historia de amor llena de erotismo pero es a la vez el relato de una metamorfosis sobrenatural ante lo insoportable de la pérdida. Frenkel es actriz y desde que aprendió a leer le hipnotizan los libros: a los 11 años fantaseaba con ser escritora y rebelde como Simone de Beauvoir. Estudió actuación y dirección, profesiones por las que es internacionalmente reconocida. Es licenciada en Artes de la Escritura por la Universidad Nacional de las Artes y ya está trabajando en el manuscrito de su segunda novela.
En esta charla con Canal Abierto habla de su reciente publicación y de las influencias literarias que lo atraviesan, y adelante su próximo trabajo.
¿Cómo se te ocurrió la novela?
-Acometí la novela sin un plan predeterminado. Surgió de la propia escritura: primero, la imagen de esa mujer sola en la cocina de una casa de campo, hablándole a un muerto. Se me impuso una voz perturbada, rota, la voz de la herida. Mientras trabajaba en esa subjetividad y me preguntaba qué había pasado entre ella y él, descubrí que en esa relación había entrado un tercer personaje. Y que el amor de a tres, marcado por el erotismo, había disparado una espiral de traición y pérdida.
En eso estaba cuando vi un documental sobre cuervos –criaturas de las más inteligentes del reino animal- y una escena me subyugó: un biólogo que documentaba sus interacciones con una cuerva con la que convivía, regresó a casa al cabo de un mes de viaje. Al verlo llegar, la cuerva, que durante su ausencia había entrado en un estado de desolación tal que se negaba a comer, se abalanzó sobre él y le agarró la nariz con el pico. Se quedó así por una hora mirándolo fijamente a los ojos y él se entregó a ese contacto hasta que ella lo soltó. Vi en esa escena el dolor puro del abandono hecho interrogación. Diría que ese fue un big bang que dio origen a toda la historia, que me dediqué a relatar por los siguientes cinco años.
¿La actuación te ayudó a la hora de escribir? ¿de qué manera?
-La actuación me dio un entrenamiento para reconocer los impulsos y las emociones en el cuerpo. Y también pude usarlo a la hora de desarrollar el aquí y ahora de los personajes y los conflictos; para que se articulara esa dramaturgia y esas voces en los diálogos. Creo que eso está plasmado en el texto, o al menos fue mi intención.
¿Por qué transcurre en Santa Fe?
-Tenía la experiencia de pasar mucho tiempo en una casa de campo adentro en Entre Ríos, que en una época de mi vida frecuenté. Para distanciarme de la autorreferencia mudé a Candela, mi protagonista, a Santa Fe.
La novela recuerda un poco a Barba Azul, Poe y Rimbaud, ¿qué retomás de esas letras?
-De Barba Azul, el arquetipo de lo femenino iluso y crédulo, que en un momento dado se decide a transgredir la prohibición y usar la llave que devela lo monstruoso. Se liga con la oscuridad de Rimbaud (que toma a Barba Azul como sujeto en Iluminaciones) y de Poe, esa zona tortuosa, embriagadora, conjugada en belleza poética. Y por supuesto el poema El cuervo que uso en el acápite de la novela, ese hombre desconsolado al que se le presenta un cuervo que habla y le repite “nevermore”. Bauticé Edgardo al protagonista masculino de esta historia, como Edgar Allan.
¿Cómo fue recibida por la gente?
-Está siendo muy bien recibida, estamos recién en el comienzo del camino de la novela, pero las devoluciones son hermosas, les lectores se conectan con la intensidad, me hablan de sentirse “atrapados”, “fascinados” y convocados por la historia y por el lenguaje del texto.
¿En qué estás trabajando ahora?
-Estoy comenzando a hacer circular el manuscrito de mi segunda novela, un híbrido entre lo autobiográfico, lo ensayístico y la crónica de un viaje que hice en 2022 a Polonia para indagar en la historia de mis orígenes. Mis cuatro abuelos migraron a la Argentina a fines de la década del 20 y por eso se salvaron del Holocausto, pero de los parientes que quedaron en Europa no se hablaba, nunca me hablaron ni yo pregunté. Quise investigar ese silencio y ese trauma y tuve muchas revelaciones. Fue una puesta en abismo, un proceso de encuentro con lo indecible, un trabajo en las raíces de mi identidad como judía que siempre había desestimado por rebeldía a los imperativos familiares. Este texto lo trabajé como tesis de la Licenciatura en Artes de la Escritura de la UNA, de la que me gradué hace dos meses. Produje ese texto, creo, para rescatar y alojar a esos muertos silenciados.