Por Mariano Vázquez | La imagen es ya un ícono de la fotografía política. Un erguido Salvador Allende ocupa el centro de la escena, caminando con firmeza, flanqueado por dos integrantes del Grupo de Amigos Personales (GAP), su guardia personal compuesta por militantes del Partido Socialista. Un fusil Kaláshnikov cuelga de su hombro derecho. Lleva puesto un casco militar. La instantánea se convirtió en la ganadora del World Press Photo en 1974. Aún sigue la polémica sobre quién hizo clic mientras todo era pólvora y tensión. Aún hoy sigue conmoviendo la valentía de Allende y la defensa del proyecto popular a costa de la propia vida. Aún hoy se siguen desclasificando archivos secretos sobre el rol de Estados Unidos en su derrocamiento, una de las páginas más oscuras del oscuro e interminable prontuario criminal de la Casa Blanca en América Latina.
Casi 51 años después, otra foto puede tornarse icónica, pero por las razones opuestas a las de Allende, a pesar de que una de las protagonistas lleva su sangre. Entre el 27 y el 29 de agosto, se realizó en Santiago de Chile la XV Conferencia Sudamericana de Defensa (Southdec24), con la participación del jefe del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos, Charles Brown, y la mediática jefa del Comando Sur (Southcom), Laura Richardson, quien, en repetidas ocasiones, ha dejado clara la voracidad del Pentágono por las riquezas sudamericanas. “¿Por qué es importante esta región [refiriéndose a América Latina]? Con todos sus ricos recursos y elementos de tierras raras, está el triángulo del litio, necesario hoy en día para la tecnología. El 60% del litio del mundo se encuentra en el triángulo del litio: Argentina, Bolivia, Chile […] También están las reservas de petróleo más grandes, incluidas las de crudo ligero y dulce, descubiertas frente a las costas de Guyana hace más de un año. Venezuela también posee recursos de petróleo, cobre y oro […] La Amazonía, que son los pulmones del mundo […] El 31% del agua dulce del mundo se encuentra en esta región”, declaró en enero de 2023 durante una entrevista con el otanista think tank Atlantic Council.
En la propia página del Comando Sur, se informó que los “líderes de Defensa sudamericanos se unieron para discutir amenazas regionales”. La inefable Richardson desempolvó el vetusto manual del peligro rojo para advertir que “la democracia y sus valores fundamentales siguen siendo atacados a nivel mundial” (léase Venezuela, China, Rusia, Irán) por culpa de “gobiernos comunistas y autoritarios que intentan apoderarse de todo lo que pueden en el Hemisferio Occidental, operando sin tener en cuenta las leyes nacionales o internacionales”.
A la generala del ejército se le percibe cierto gusto por la ciencia ficción berreta: “Los actores estatales malignos están utilizando cada vez más tecnología avanzada para perpetrar corrupción, desinformación, ciberdelincuencia y abusos de los derechos humanos, socavando el tejido de las sociedades democráticas y ocultando la verdad a las poblaciones”, afirmó Richardson.
La noticia tuvo escasa repercusión. El propio Ministerio de Defensa de Chile apenas la consignó en un tuit. Sin embargo, en las fotos difundidas por el Comando Sur se puede ver a una anfitriona sonriente. Su apellido es emblemático, y dirige la cartera de Defensa. Ella es Maya Fernández Allende, nieta de Salvador Allende, quien murió defendiendo el orden constitucional en la Casa de Gobierno durante el golpe de Estado encabezado por Augusto Pinochet. El gobierno estadounidense había organizado, al más alto nivel, la injerencia contra Allende y la Unidad Popular mucho antes de su victoria en las elecciones del 4 de septiembre de 1970. La CIA, el Pentágono, el Estado Mayor Conjunto, el Departamento de Estado, las Secretarías de Defensa y del Tesoro, el Consejo de Seguridad Nacional, la Corporación de Inversión Privada en el Extranjero, e incluso personeros de empresas, estaban involucrados.
El 27 de junio de 1970, Henry Kissinger, asesor de Seguridad Nacional del presidente Richard Nixon, dijo en una reunión secreta: “No veo por qué nosotros deberíamos adoptar una actitud pasiva mientras Chile se vuelve comunista debido a la irresponsabilidad política de su pueblo”. La más impúdica acción de intrusión se registró unos meses después, el 15 de septiembre, en una reunión en la Casa Blanca que duró veinte minutos, entre Nixon, Kissinger, el fiscal general John Mitchell y el director de la CIA Richard Helms, quien tomó las siguientes notas: “Reunión con el Presidente sobre Chile. 1 en 10 posibilidades tal vez, pero ¡salvar a Chile! Vale la pena gastar. No importan los riesgos involucrados. Sin participación de la embajada. U$10.000.000 disponibles, más si es necesario. Trabajo a tiempo completo: los mejores hombres que tenemos. Plan de juego. Hacer que la economía grite. 48 horas para el plan de acción”.
Estados Unidos no descansó un segundo hasta lograr el objetivo de derrocar a Allende y su vía democrática al socialismo. El 11 de septiembre de 1973, a las 7:30 de la mañana, a través de Radio Corporación, el propio Salvador Allende, desde el Palacio de La Moneda, informaba a la ciudadanía: “La marinería habría aislado Valparaíso y la ciudad estaría tomada, lo cual significa un levantamiento contra el Gobierno legítimamente constituido. Llamo a los trabajadores a que ocupen sus sitios de trabajo”. A las 9:03 de la mañana, Radio Magallanes, que logró esquivar la censura golpista, transmitió lo que sería el último discurso del mandatario: “Seguramente esta será la última oportunidad en que pueda dirigirme a ustedes. La Fuerza Aérea ha bombardeado las torres de Radio Portales y Radio Corporación. Mis palabras no tienen amargura, sino decepción. Que sean ellas el castigo moral para los que han traicionado el juramento que hicieron […] ¡Yo no voy a renunciar! Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo”. A las 11:50, los aviones Hawker iniciaron el bombardeo a La Moneda.
El mismo 11 de septiembre, Kissinger envió un memorándum a Nixon diciendo: “Un desafiante (y supuestamente borracho) Allende finalmente aceptó la derrota después de que aviones de la Fuerza Aérea de Chile bombardearan el Palacio”. Este y otros 365 cables desclasificados del Departamento de Estado son la prueba viviente de la magnitud de esta conspiración para destruir a la democracia de Chile. A pesar de las huellas, los perpetradores negaron su rol ante las comisiones investigadoras de la época: “Nuestra mano no debe detectarse en este caso”, le dijo el 16 de septiembre Nixon a Kissinger.
La dictadura militar encabezada por Pinochet se extendió por diecisiete años. La cifra oficial de víctimas es de 40.277, de las cuales 37.050 padecieron prisión política y tortura y 3.227 fueron asesinadas o desaparecidas. Unas 200.000 personas se vieron obligadas a exiliarse.
A días de cumplirse el 51.º aniversario del golpe contra Allende, su nieta posó sonriente, como funcionaria del gobierno de Gabriel Boric, con los militares que ejecutan la política de intervención en la región y que siguen reivindicando la política monroísta del garrote.
El poeta nicaragüense Ernesto Cardenal escribió hace un tiempo: “Cuando te aplauden al subir a la tribuna, pensá en los que murieron. Cuando te llegan a encontrar al aeropuerto, en la gran ciudad, pensá en los que murieron. Cuando te toca a vos el micrófono, te enfoca la televisión, pensá en los que murieron. Miralos sin camisa, arrastrados, echando sangre, con capucha, reventados, refundidos en las pilas, con la picana, el ojo sacado, degollados, acribillados, botados al borde de la carretera, en hoyos que ellos cavaron, en fosas comunes, o simplemente sobre la tierra, abono de plantas de monte: Vos los representás a ellos. Ellos delegaron en vos, los que murieron”.
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Publicada originalmente en Sangrre