Por Corina Duarte | Un brindis de viernes por la noche, un pasaje de avión de cyber monday, un deseo enorme de una amiga y un fin de semana de sol y temperaturas superiores a los 29 grados fueron el escenario para, desde un profundo anticlericalismo, emprender un viaje a la fe de la mano de la Virgen del Cerro, un templo entre montañas y piedras y una mujer, María Livia, que te toca el hombro y sin mirarte te hace caer al piso, mientras un «ejército» de servidores, hombres y mujeres, resguardan el silencio imponiendo el control.
Nadie en Salta, a la hora de ser consultado, omite sus aportes con respecto a María Livia. El taxista desde el aeropuerto al centro nos dará una clase de teología y nos invitará a las fiestas religiosas que proliferan en la ciudad. Hará hincapié en la Fiesta de la Virgen del Milagro que es el 15 de septiembre y que es “hermosa, multitudinaria, tienen que venir” y pondrá en duda con cuidado el “poder milagroso” de la encargada de ser la intermediaria de la virgen en la Tierra.
Desde 1990 la Virgen comenzó a aparecérsele a esta mujer que no debe tener más de 65 años, que camina incesantemente por el “pulmón principal” del templo levantado sobre el cerro, de techo de media sombra negra, remendada por donde pasan las copas de los árboles. Hace meses que no llueve, la tierra está seca, hay polvo en el aire, hace calor, y hay un coro que hace más de tres horas canta cuando María Livia da otro sinfín de vueltas, tocando el hombro de miles de hombres y mujeres que de todas las provincias se acercan a pedir o agradecer.
El silencio incomoda, desgasta. Aburre. Durante más de una hora se reza el rosario sin detenerse. Sentados en improvisados bancos de piedra y madera, desparejos, algunas parejas se abrazan se besan y lloran. Otras sonríen y consultan. Pregunto a tres mujeres que están detrás nuestro si vienen a agradecer, y una me dice:
-Sí.
-Ah, ¿se cumplió tu deseo?
-No -se ríe- pero vengo igual.
Ascensos
Los ascensos comienzan a las 8 de la mañana y continúan hasta las 12 del mediodía. A esa hora, todos deberán estar sentados en cada uno de los diferentes sectores numerados. A un costado, cerca del altar adónde se encuentra la Virgen, se encuentran los enfermos que llegan hasta ahí en camionetas doble cabina de pulcro color blanco, y en los colectivos municipales que proveen el servicio gratuitamente.
El playón de estacionamiento es enorme, capaz de albergar hasta 100 colectivos. El fin de semana largo de agosto hubo “peregrinación”, y participaron más de 40 mil personas. “Hoy no hay nadie”, me dice con una sonrisa una de las “servidoras”, y agrega: “No hay más de 15 mil… La semana pasada hubieron 100 colectivos”.
Las mujeres –mayoritarimente– y hombres que organizan y trabajan durante toda la peregrinación tienen carteles identificatorios, pañuelos celestes, o tarjetas identificatorias. Son Servidores, Aspirantes a Servidores, Servidores con Tarjeta y sin Tarjeta y Aspirantes en la misma situación. La jerarquización se corresponde con el tiempo que llevan acompañando a la virgen. El celeste es el color que prima en todo el predio, entre infinitos rosarios deslucidos por el clima que cuelgan de los árboles. Los carteles identificatorios también son celestes, y las jarras de plástico con las que te convidarán agua por el camino de piedras perfectamente señalizado.
Entre los arbustos, se divisa la ciudad de Salta. El pituco barrio de Tres Cerritos se llena de autos, colectivos y taxis durante todo el sábado, primero hasta las 12 del mediodía y después de las cuatro de la tarde, la hora estimada en que todo termina, cuando el último peregrino fue tocado en su hombro por María Livia y comienza el descenso.
Nada se sale de su lugar. Todo está tan organizado y controlado que afecta. Dos amigas intentaron salirse del grupo para fumarse un cigarrillo. Fue imposible. La cartelería indica que es un predio de oración “no de turismo ni de deporte”, también te invita a cuidar tu vestimenta, y hace hincapié en el silencio y la oración.
Los celulares no descansan, sin embargo, también su uso está controlado. “La virgen nos pidió”, nos dirá una de las Servidoras, entrada en años, atenta a cada movimiento. Las fotos a María Livia durante la imposición de manos fue imposible. Cada intento de fotografiarla fue impedido por un reto que apelaba al convencimiento desde el mandato.
La ermita de la Virgen del Cerro permanece custodiada. Las filas son intensas, un árbol gigante, sin hojas, luce miles de rosarios de colores vivos y opacos por el paso del tiempo. Jazmines, romeros, lavandas emergen desde los canteros adónde muchos se sientan bajo la sombra después de permanecer ante la virgen, dejando notas breves con pedidos.
Entrar en oración
Una mujer se cae hacia un costado. El marido intenta sostenerla. Vuelve a caer. Me detengo.
-¿Están bien, necesitan algo?
-No. Se pone así cuando se relaja demasiado.
La mujer sigue cayendo, a él le cuesta sostenerla. Las piedras sobre las que se desploma son incómodas. Insisto.
-¿Le consigo agua?
-No -me dice ella, abriendo los ojos-. Pasa que cuando Jesús o la Virgen se me meten acá -acariciándose el pecho- me pasa esto. Entro en oración
-Ah, ¿qué es entrar en oración?
-Qué el espíritu se relaja.
Confesiones
Antes de llegar a los sectores de oración, tres carretas pintadas de verde ofician de confesionarios. Un cura escuchará a decenas que esperan al costado, bajo el sol. Dos mujeres aguardan su turno.
-Yo me confieso todas las semanas. Parece más mi psicólogo que un cura.
Los diálogos son breves. La música se escucha menos. Un hombre de Chaco acompaña a una mujer de Tucumán. Se hacen preguntas en voz baja.
-¿Ustedes le piden cosas y las cumple?
-Si, siempre está conmigo.
«Se restaura mi vida/ se restaura mi vida», dicen las canciones. «Ven con nosotros a caminar/Santa María ven», dirá después una de las más conocidas que todos comienzan a cantarla despacito.
Cerca de las 12 del mediodía comenzó el movimiento y el rezo del rosario. Los pedidos, «por las víctimas de los desastres naturales y los niños por nacer», incluían durante su lectura, espacios para contar las apariciones de la virgen. Una de las primeras notas, fechada el 21 de febrero de 1996 decía, entre otras a María Livia: «Nada tenías hija. He puesto mi fe en ti. Orad y meditad mis mensajes». El 13 de febrero del mismo año, el mensaje era más breve: «Amén, Aleluya/ Amén Aleluya».
Se rezaron oraciones por la Patria al ritmo de Aurora en los micrófonos. La oración llamaba a darnos «la valentía de la libertad» y terminaba diciendo: «Argentina canta y camina».
Una nota fechada en 2001 llamaba a María Livia «Instrumento Humano».
Con estas cartas, la aparición y una organización sin fisuras, cada sábado, el cerro reza en silencio. Las filas para ser tocados se arman por sectores. Tiene un carril de entrada y uno de salida. Si alguien se confunde, inmediatamente dos o tres servidores de pañuelo celeste lo interceptarán y volverán a su camino. Uno al lado del otro. Cientos en los «pulmones» mientras María Livia pasa sin mirar a nadie a los ojos. Más de 30 hombres desde los 20 y hasta los 50 años correrán uno detrás del otro teniendo como único objetivo acompañar la caída de quién, inspirado en la fe, se caerá de espaldas al ser tocado.
Un hombre con su hijo de menos de un año permanece más de 15 minutos en el piso. Una mujer grande, de pelo rojizo y pantalones claros, estuvo más de una hora. Tirados en el piso de piedra permanecen estáticos. Parecen dormidos.
Nada se sale de su lugar, el mecanismo de la imposición de manos es inalterable mientras ella camina con una camisa blanca, pollera gris con tablitas y el pelo sujeto con una colita de color azul. Parecería una monja, excepto por unos borceguíes de montaña color marrón.
Habíamos llegado a las diez y media de la mañana. Comerse una banana fue casi tan difícil como robar un banco. Impensado tomar un mate. Eran las tres de la tarde y esperábamos todavía. Finalmente nos tocó.
Pasamos al frente, pusimos las mochilas a los costados, y la esperamos.
María Livia pasó por nosotras, atrás cada una tenía un hombre para sostenerle la espalda en caso de ser necesario.
Permanecimos de pié, inalterables. Rozados los hombros por su mano. Todas pedimos algunos deseos, con diferente intensidad y de diferentes características. Nuestra fila fue desarmada. Nadie cayó cerca nuestro. Bajamos el cerro y los contingentes de todo el país emprendían el regreso. En los carteles se podía leer «Córdoba», «Neuquén», y una iglesia o congregación que los reunía.
Sobre María Livia se suponen varias cosas. En el predio nada se vende, nada tiene precio. Sin embargo, sugieren que los tours de visitantes surgen todos de la organización empresarial de la familia.
Lo cierto es que en la aridez salteña, cada sábado, miles depositan su fe en la Inmaculada Madre del Divino Corazón Eucarístico de Jesús y en una mujer, que no te mira a los ojos.
Fotos: Corina Duarte