Por Hernán López Echagüe
[mks_dropcap style=»letter» size=»52″ bg_color=»#ffffff» txt_color=»#b2b2b2″]N[/mks_dropcap]o estuvo en el corte de ruta; lo vieron comprando en un kiosco de una ciudad de Entre Ríos; una pareja de personas mayores lo levantó en algún camino de algún lugar de Tierra del Fuego; pero no, parece que está escondido en Chile; testigos dicen haberlo visto vendiendo artesanías en Plaza Francia; un vecino de la calle Defensa, en San Telmo, aseguró que lo vio salir de la pizzería Pirillo con una enorme porción de mozzarella y fainá en la mano; fuentes confiables nos aseguraron que los mapuches estuvieron guardando el cuerpo hasta ahora; un funcionario del gobierno, que pidió el anonimato, informó a este medio que justo días antes de las elecciones al gobierno “le tiraron un cadáver”.
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-¡No jodan más, el pibe ni estuvo en ese piquete!
-Sí, yo escuché que al flaco lo vieron comprando en un kiosco de una ciudad de Entre Ríos.
-¿Y no vieron eso de los dos viejitos que lo levantaron en una ruta en el sur?
-Para mí, el flaco está cagado en las patas y escondido en Chile. Lo leí.
-No sé, a mí me dijeron que anduvo por Plaza Francia vendiendo esas cositas que venden los artesanos.
-¡No, no, boludo! ¡Lo vieron saliendo de la pizzería Pirillo morfándose una porción!
-Mirá, a veces creo que los mapuches guardaron el cuerpo y ahora, con el tema de las elecciones, lo plantaron.
-Y, puede ser. Al gobierno le tiraron un muerto, ¿no?
-¡Qué sé yo! Pero hay que ser boludo para no saber nadar a esa edad.
-Es verdad. Pero pedite la cuenta y no te hagás el oso.
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Ni modo. Tampoco ingenio o compromiso del real, es decir, ese compromiso con alguna causa que pueda llegar a poner en riesgo el empleo, la reputación de persona bien reputada, el buen pasar, la vida fácil. En todo caso el compromiso, para los que en los últimos veinte años lograron hacer del periodismo una cloaca, hoy está fundado en la conveniencia, en el provecho; tiene que ver con el empleo y con la certeza de una tranquilidad absoluta. No hay voces impares que suenen en alguna parte de los medios de comunicación que toman partido, a toda hora, por una u otra parte. Porque hay dos partes. Una tiene la verdad absoluta, y al que no esté de acuerdo con esa verdad, ni bola, ni empleo, ni jota. Y la otra mitad, también. Un duelo de mandatarios de la voz en el que no tienen cabida las voces que disienten con esa mirada jerárquica y absolutista de la vida. Los de un lado, el lado opositor, cometen el terrible error de dárselas de hacedores de una historia en la que buena parte de ellos poco y nada participaron, y que muchos de ellos seguramente habrían condenado. Los del otro lado, oficialistas, nuevos ricos de cuarta, publicistas de la dictadura, de la época dorada del menemismo, sin ferrocarriles, ni rutas, ni petróleo ni nada, lo mismo. ¿En qué lugar buscar respiro? El periodismo argentino se ha convertido en una resaca de lágrimas, en una carrera de vociferadores que trata como estúpidos, pelotudos, funcionales a esto o aquello, a los que vacilan, a los que dudan de la veracidad de una u otra voz.
Así las cosas, escribir se ha convertido en un drama. Escribir, digo, lo que uno quiere escribir; decir lo que uno cree más apropiado decir; gritar lo que uno cree que se debe gritar. Para escribir hoy una nota en la Argentina sugiero incluir un prólogo, suerte de “Aclaración al lector”. Tipo: “El autor de este artículo cree oportuno aclarar que no tiene militancia partidaria. Que tanto abatimiento le causan los arrebatos y las estupideces de Página/12 como los arrebatos y las estupideces de La Nación, Clarín, Perfil, Noticias y demás. Simplemente pretende contar o decir algo y que no lo ahorquen”.
Al diablo, por favor, ese encadenamiento de mamarrachos prostibularios que hoy dicen es periodismo. Escriben con los codos. No tienen la menor idea de lo que están diciendo. No hablan de las cosas que interesan. Nos meten, esos bandos, en un lupanar de la información. Y cobran buenos pesos por hacerlo. Creo que el periodismo es otra cosa. Ni una ni la otra. Otra. Difícil de definir. ¿Tiene que ver con el bien público? Uno presume que sí. ¿Tiene que ver con la advertencia, con la vigilancia, con el control del poder político? Tal vez. El buen periodismo no debe declamar ni gritar ni ocultar ni amenazar ni sostenerse en la chicana. Creo que debe estar del lado de lo que considera más justo. El periodista, no el periodismo, porque el periodismo es una categoría vaga, evanescente. Ahora se habla de periodismo como si el periodismo no fuera otra cosa que un altar al que llegan los iluminados. El periodismo es un oficio al que se entregan personas que quieren contar las cosas que les pasan a las personas. No es tan difícil entenderlo. No es una profesión a la que se entregan, a cambio de un buen salario, personas que quieren contar lo que consideran que deben contar para satisfacer la gula de un patrón o de un gobierno o de un partido político. Para eso, que militen, organicen actos, tomen un megáfono, digan lo que quieren decir, y nada de centavito a cambio. Porque la militancia es otra cosa. No nos sometan, los de uno y otro lado, porque hay uno y otro lado, al martirio de escuchar o leer sus divagues ideológicos. Está muy bien que eviten el contrabando de ideología y a los gritos declaren que son oficialistas u opositores, pero, por favor, háganlo con una cuota de decoro, de talento, de lucidez, de propiedad. No asesinen la semántica, la gramática, el calor de la palabra. De la declamación al patetismo hay menos de un paso, o quizá ninguno. Ya no quedan en los diarios y en las revistas artículos de personas que escriban de modo libre, independiente, con algo de estilo y soltura. Todo es chirle, sometido a urgencias políticas. No hay cronistas. No hay tipos que al menos deslicen una idea.
El periodismo se ha convertido en espectáculo. La noticia, en mercancía. De uno y otro lado. Porque, cosa de mierda, hay uno y otro lado.
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El periodista relata los hechos, opina, comenta, continuamente dominado por su manera de ver, de mirar, de observar. Cada uno cuenta a su modo por la sencilla razón de que cada uno percibe a su modo. Hay quienes escriben “exceso” para referirse a una masacre. Hay quienes denominan “guerra” a una invasión salvaje.
Camilo Taufic: “Si la objetividad periodística, como reflejo fiel de la realidad, es posible y deseable, la neutralidad –en cambio– no es posible ni deseable. Ningún periodista es imparcial ante un incendio, una guerra, la entrega de un Premio Nobel o el nacimiento de un niño en la vía pública. Si es indiferente frente a los hechos, su lugar está en un manicomio y no en un diario. No está en la naturaleza humana la neutralidad frente al medio ambiente. Otra cosa es que la clase social dominante exija a determinados grupos (periodistas, educadores, científicos, etc.) que no se pronuncien críticamente sobre la realidad que describen, para evitar que las contradicciones que genera su dominio queden al descubierto, y otra cosa también es que muchos de estos periodistas, científicos, educadores, etc., lleguen a aceptar su `neutralidad`, sea por no perder el empleo, o por otra razón más `ideológica`. Pero, de todas formas, la objetividad no supone neutralidad; son términos distintos”.