Por Carlos Saglul | Se lo ve tranquilo al presidente Mauricio Macri. No hay preguntas que le incomoden. La reunión parece transcurrir en un país distinto de aquel que pocas horas atrás vivió una represión pocas veces vista en la Argentina y donde se verificaron por la madrugada cacerolazos por todo el territorio nacional.
Se sabe –y él lo admite- que el jefe de Estado mandó a apagar los televisores en que se hacía referencia a los “desordenes” callejeros del lunes último. Una decisión innecesaria ya que, salvo un canal, los demás centraron sus imágenes en un pequeño grupo que arrojaba piedras azuzados por infiltrados –que como registran los testimonios gráficos- no dudan en interrumpir su actuación para ayudar a algún colega de las fuerzas de seguridad cuando cae el piso. O dejan de tirar proyectiles para arrestar manifestantes.
Para que no queden dudas de quién da las órdenes, Mauricio Macri felicitó a los policías por su accionar. No incluyó ninguna mención especial por tirar a quemarropa y a la cara con balas de goma, lo que ocasionó gente que perdiera alguno de sus ojos, heridos graves con contusión cerebral, periodistas atropellados por patrulleros, gente pisoteada adrede por motos, chicas manoseadas por uniformados cuando salían del trabajo, comercios allanados sin orden judicial.
“Todos nos podemos equivocar”, dijo el jefe de Estado porque, quizá, pensó que algún periodista le preguntaría por la masacre que por casualidad no ocurrió, cuando se comenzó a disparar gases desde la terraza de los edificios y las calles laterales contra una multitud de miles y miles de personas que trataban de escapar por Avenida de Mayo, convertida en un embudo, hacia 9 de Julio. La sensación de ahogo y miedo pudo ser providencialmente contenida por algunos delegados obreros y dirigentes que tranquilizaron a los más alterados para que no corrieran.
Salvo aquel otro diciembre en que una pueblada terminó con el gobierno de Fernando de la Rúa, pocas veces se vio una represión de tal magnitud. Nadie quedó a salvo: periodistas, diputados, gente que pasaba o vive en el lugar. Como en el terrorismo de Estado. Todos podían ser el próximo.
Mientras en su conferencia habla de paz y pluralismo, en los hechos Macri no deja dudas: la violencia es política de Estado para con la oposición. Y toda oposición “es violenta”. Por eso siempre la violencia está del otro lado, el de las víctimas.
Aún el gobierno no tomó nota que la gente se está cansando de perseguir con Clarín y La Nación a Lázaro Baez y otros chorros, mientras le multiplican las tarifas, reducen sus sueldos o la dejan sin jubilación para el futuro. Que las promesas de un mañana promisorio gracias al esfuerzo presente tienen una duración que se agota a medida que crece la deuda externa y la economía amenaza con saltar por los aires, no por “la herencia K” sino en razón de una política económica que se reduce a pagar gastos corrientes tomando deuda en dólares que no tardan en ser fugados al exterior. El tanque de agua del funcionario K López que bien preso está, no alcanza para esconder los dólares que en diariamente se esfuman del país vía especulación financiera.
El gobierno sigue tratando a quienes lo votaron como idiotas. Es el caso de los jubilados, muchos de los cuales ganaron las calles esta semana. Les dará un bono de 750 pesos por única para los que cobran menos de diez mil cuando rapiña 961 pesos, una jubilación entera por año. Hasta el más crédulo recapacita cuando hay hambre y se comienza a pensar con el estómago.
Carlos Menem y Fernando de la Rúa pensaron que el crédito que le dieron sus victorias electorales era eterno y, como pasa ahora, no notaron que tenía un término. No es gratis para el actual gobierno tener que votar las medidas que le ordena el Fondo Monetario Internacional con el Congreso cercado y las calles ocupadas por la Gendarmería y las fuerzas de la represión. Esa no es postal de una democracia sino de dictadura.
Decíamos en un artículo anterior que la “derecha moderna” que señalan algunos comunicadores comienza a mostrar la garra ensangrentada del neoliberalismo genocida de los setenta. Eso ya quedó fuera de discusión con lo sucedido, pero hay un nuevo dato: es la resistencia popular que crece, el pueblo que marca límites. Este diciembre es necesario recordar la lección de otro diciembre, aquel de 2001 cuando un gobernante pensó que se podía reemplazar la legitimidad perdida con estado de sitio y represión.
Durante esta semana la democracia -que es pura formalidad y no existe sin justicia social y respeto por los derechos humanos- ganó encabronada la calle. La expulsaron, pero nunca es para siempre. La historia lo dirá una vez más.
Foto: composición entre fotos de sub cooperativa de fot{ógrafos y @dicoluciano