Por Elisa Corzo | 8 de marzo de 2018. En cada ciudad del mundo hierve el segundo Paro Internacional de mujeres, lesbianas, trans y travestis. Mientras, en el caracol Torbellino de Nuestras Palabras (Morelia, México) rodeado por las montañas del monte chiapaneco, las zapatistas dan la bienvenida a un hecho político acertado: el Primer Encuentro Internacional de Mujeres que Luchan.
Las zapatistas ven lo que pasa en el mundo y diagnostican: “la violencia y la muerte de este pinche sistema capitalista nos hace iguales a las mujeres. Y vemos que su violencia y su muerte tienen la cara, el cuerpo y la cabeza pendeja del patriarcado”. Entonces, “si nos organizamos como mujeres, en el mundo, no nos van a poder matar”, sostienen.
Por último, dan la receta: “Si les preguntan qué acordamos, digan que acordamos seguir vivas, y para nosotras seguir vivas es seguir luchando”.
El mensaje en el acto de apertura, en la voz de la insurgenta Érika, fue bien claro y para todas (o “todoas” como suelen decir): “No importa la edad, si son solteras, casadas, divorciadas o viudas, si son de la ciudad o del campo, si son partidistas, si son lesbianas o transgénero, o como se diga cada quien, si tienen estudio o no, si son feministas o no”.
Pero la convocatoria tiene una aclaración: «Entonces te decimos, hermana y compañera, que no les pedimos que vengan a luchar por nosotras, así como tampoco vamos a ir a luchar por ustedes. Cada quien conoce su rumbo, su modo y su tiempo. Lo único que sí les pedimos es que sigan luchando, que no se rindan, que no se vendan, que no renuncien a ser mujeres que luchan».
Despierta, mi bien, despierta
El sol empezaba a desteñir el cielo plomizo lleno de estrellas. Miles de nosotras dormíamos en los templetes o en las carpas de colores que florecieron por todo el caracol cuando irrumpió el primer acople de Las Mañanitas a cargo de una banda de mujeres zapatistas.
Envueltas en las bolsas de dormir las invitadas nos asomamos a los balcones que daban al escenario. Fotógrafas en piyama corrían hacia el campo para registrar el recital de las 6 de la mañana, particular modo de las organizadoras de dar inicio al Encuentro.
Luego de la música, voceras de los cinco caracoles zapatistas leyeron documentos colectivos donde contaron cómo era la vida antes de 1994 -“antes de la lucha”, dicen- cuando eran sometidas a las chingaderas de los militares, de los patrones y patronas, y también de sus maridos, que actuaban como “pequeños patroncitos”. Era, contaron, “una situación muy difícil de explicar con palabras y más difícil de vivir”.
Y por esa insuficiencia de las palabras, después de la inauguración se presentaron grupos de teatro conformados por jóvenas de cada uno de los caracoles para representar esas historias.
En una de ellas, trabajadoras textiles explotadas y sometidas a un régimen laboral autoritario deciden organizarse para exigir mejores sueldos y jornada laboral de ocho horas. Al enterarse, el patrón manda a prender fuego la fábrica. Las obreras sobreviven, su rabia crece, y se unen al Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Una de ellas, Chela, es propuesta como comandanta, pero eso despierta el rechazo de su marido, quien se queja por tener que cuidar a los hijos y reclama que no lo deje solo. En el final, se va a luchar, demostrando que las mujeres “no sólo servimos para la cama y tener hijos”.
En los documentos colectivos, las zapatistas también hablaron de sus logros: las Juntas de Buen Gobierno, los Municipios Autónomos, los productivos, las escuelas autónomas, las clínicas, tener promotoras de salud, un Banco de Mujeres, entre otros. “Y miramos ahora que sí hemos avanzado, aunque sea un poco, pero siempre algo. Y no crean que fue fácil –recordaron-. Costó mucho y sigue costando mucho. Y no sólo por el pinche sistema capitalista que nos quiere destruir, también porque tenemos que luchar contra el sistema que les hace creer y pensar a los hombres que las mujeres somos menos y no servimos”.
No queda otra
Las argentinas, que fueron muchas, contaron sobre la experiencia de los Encuentros Nacionales: “Este año hacemos el número 33”, se nos escuchó decir varias veces.
Y cuesta no hacer comparaciones entre ambos acontecimientos. En el Encuentro organizado por las mujeres del EZLN, además de charlas, hubo muestras, partidos de fútbol, vóley y básquet. También hubo poesía, teatro, yoga, observación astronómica, una clase de meneo para descolonizar las caderas, otra de autodefensa, una charla sobre los “siete principios zapatistas”; sobre las violencias que padecen las indígenas en Canadá, en Estados Unidos, en Colombia. También se habló sobre los feminicidios y asesinatos a periodistas en México.
En una de las paredes exteriores del templete destinado a la exposición de producciones artísticas, flameaban pañuelos bordados para mantener vivas en la memoria a las asesinadas y desaparecidas en México. “Nadie me reclamó”, “No se sabe mi nombre”, escribieron una y otra vez las puntadas de las bordadoras debajo de fechas, edades estimativas y presuntas formas de muerte.
La misma estrategia con la que se recuerda a lxs 43 normalistas desaparecidxs en Ayotzinapa. Sus familias también estuvieron presentes. En una carta dejada en el buzón de “reclamos” pidieron: “No nos dejen solos”.
Escucharnos, festejarnos, mirarnos
Una de las “pláticas”, como les gusta decir allí, fue en torno a la explotación y los abusos sexuales a los que son sometidas las obreras de las maquilas ubicadas en Ciudad Juárez, en la frontera con Estados Unidos. Allí, las trabajadoras son sometidas a extensas jornadas de tareas insalubres, sin descanso ni tiempo para almorzar. Les proveen alimentos chatarra que se los descuentan de sus magros sueldos y sufren discriminación por su deterioro físico.
Esa región, en la que se asientan esas empresas -de capitales norteamericanos- está primera en el ranking de los estados con más ingresos y exportaciones. Pero también es uno de los nueve más pobres de México.
Las zapatistas escucharon atentamente esa charla. Al finalizar, una de ellas agradeció a Susana, abogada y defensora de los derechos de las obreras, y abrazó con palabras a las maquiladoras. “Si sabemos que ya estamos en la boca del lobo no nos queda más que unirnos y luchar. Como pueblo zapatista que estamos en la lucha les quiero decir: ánimo. Si tenemos miedo nos van a matar, por eso hay que ponernos fuertes. Es la que nos queda”, sostuvo.
La mayoría de las actividades en el caracol se hicieron a partir de la propuesta de las participantes y asistentas. El dato no es un detalle. Tiene relación intrínseca con el objetivo que se plantearon las zapatistas, el de escucharnos, mirarnos, festejarnos. “Estemos o no estemos de acuerdo con lo que dicen”, aclararon.
Al comparar éste con los Encuentros Nacionales de Mujeres en la Argentina, se nota una continuidad en el potencial de transformación sobre cada una que lo vivencia. Sin embargo, el carácter internacional en México posibilita construir otras perspectivas.
El día previo a viajar al caracol, en San Cristóbal de las Casas, y mientras esperábamos para acreditarnos, una compañera de El Salvador que vive en Viena explicó su incomodidad con un “feminismo blanco” que ni siquiera tiene en su agenda el acceso al aborto. Porque en Austria es legal, pero sale 480 euros. Muchas -como las mujeres con las que ella trabaja, migrantes y sobrevivientes de trata, que muchas veces llegan con embarazos- no pueden pagarlo. “Las feministas de allá responden que se pueden hacer fiestas para juntar dinero. Pero así no abordan la verdadera discusión que hay detrás del reclamo por el aborto, que es la cuestión de quién posee el poder sobre los cuerpos de las mujeres”, resumió.
En la noche del 9 de marzo, las abuelas de distintos pueblos originarios convocaron a una reunión. Alrededor del fuego, distintas referentas del feminismo popular del Abya Yala, de distintas regiones del continente, hablaron de sus luchas.
Entre ellas, la líder mapuche Moira Millán contó sobre los procesos de recuperación y pelea por la tierra, así como de la resistencia al saqueo de los bienes comunes que ejecutan empresas privadas con la complicidad de los gobiernos.
Una abuela de Guatemala, en tanto, habló sobre la grave persecución política que pesa sobre las líderes indígenas de la Red de Sanadoras, obligadas a desplazarse o pedir asilo político en situaciones de extrema pobreza. Puntualizó en el caso de Lolita Chávez. “Si vuelve a Guatemala, la matan”, dijo y llamó a visibilizar su situación.
Repensar las estrategias, en contextos de violencia, estigmatización y criminalización de quienes luchan es un hilo conductor que también acerca esas experiencias.
En Morelia, compartieron y dialogaron entre sí alrededor de 8000 mujeres, lesbianas, trans, travestis, indígenas y no indígenas, y migrantes, que llegaron de México y de todos los continentes con distintas lenguas, de diferentes pueblos y naciones, con diferentes historias, luchas, dolores.
A partir de esas charlas quizás se pueda ver y sentir cómo las opresiones y estrategias del sistema se repiten en cada territorio, justamente, de forma sistemática.
Como dijo Meliza, compañera de lucha de Berta Cáceres, en una de las pláticas en la que habló del legado de la lidereza hondureña del pueblo lenca: “Si las opresiones confluyen, las luchas también deben confluir”.
Tres propuestas
El sábado 10, pasadas las 19 (hora México) comenzó a concluir el Primer Encuentro Internacional de Mujeres que Luchan. En la despedida, en la que hubo llantos, gritos, risas, abrazos y fiesta, las zapatistas hicieron tres propuestas.
Una: Seguir vivas y seguir luchando, cada quien según su modo, su tiempo y su mundo.
Dos: “Como ya lo vimos y escuchamos que no todas están contra el sistema capitalista patriarcal, pues respetamos eso y entonces proponemos que lo estudiemos y lo discutamos en nuestros colectivos si es que es cierto que el sistema que nos imponen es el responsable de nuestros dolores”.
“Si es que sale que sí es cierto, pues entonces, hermanas y compañeras, saldrá otro día el acuerdo de que luchemos contra el patriarcado capitalista y contra cualquier patriarcado”.
“Si sale que no es cierto, bueno, como quiera nos vamos a estar viendo para luchar por la vida de todas las mujeres y por su libertad y que ya cada quien, según su pensamiento y lo que mira, pues va construyendo su mundo como vea mejor”.
Tres: Volver a encontrarnos el año que viene.
“Pero no nada más aquí en tierras zapatistas, sino que también en sus mundos de cada quien, de acuerdo a sus tiempos y modos. O sea que cada quien organice encuentros de mujeres que luchan o como le quieran llamar”.
Construcción
En octubre pasado, el mundo volvió a posar los ojos en las y los zapatistas, cuando el Consejo Indígena de Gobierno (CIG) lanzó la campaña de recolección de firmas para que María de Jesús Patricio (Marichuy) se convierta en la primera candidata indígena –independiente- a la presidencia de México.
Sin embargo, el objetivo no era tomar el poder, estrategia de construcción política que el zapatismo ha impugnado durante toda su historia. Esta campaña, desde abajo a la izquierda, autónoma, que recorrió decenas de estados y comunidades, que no aceptó dineros oficiales y que se hizo en base al trabajo y la entrega de cientos de voluntarixs, buscó que los medios comerciales de comunicación, la sociedad y la política volteen la mirada hacia los pueblos indígenas que sufren el despojo, la explotación, el racismo y la opresión provocados por el capitalismo.
La campaña finalizó el 19 de febrero tras el accidente que sufrió un camión en el que se trasladaba la comitiva del CIG y del Congreso Nacional Indígena, y en el que perdió la vida Eloisa Vega Castro.
A los pocos días, el zapatismo produjo un nuevo hecho político que desborda las fronteras mexicanas. Marichuy estuvo presente cada día del Encuentro de Mujeres, no así su voz. Esta vez hablaron las insurgentas, las bases de apoyo, las milicianas. Y también y sobre todo, las experiencias y luchas de mujeres de otros pueblos y naciones.
En un mural pintado sobre uno de los templetes, quizá esté la clave de la continuidad entre esos acontecimientos. “No sólo somos la voz de las indígenas de México”, exclama.
Fotos: Elisa Corzo y Karen Krenz