Canal Abierto continúa con la publicación de los capítulos del libro
Pibes. Memorias de la militancia estudiantil de los años setenta,
de Hernán López Echagüe
[mks_dropcap style=»letter» size=»52″ bg_color=»#ffffff» txt_color=»#b2b2b2″]XXV. [/mks_dropcap]Llegó la mañana de la toma del mercado municipal del barrio de Flores. Una manzana, diez compañeros, ocho accesos al mercado que debíamos resguardar en tanto un par de compañeros recorrieran los puestos distribuyendo volantes entre público y comerciantes. Pasé la noche en la casa de un compañero en Puente Saavedra, un colchón en el piso junto a la cama de su abuelo. A la madrugada desperté presa del encantamiento: estaba en Castelar, sin abrir los ojos me quedé escuchando el sonido de la lluvia sobre las chapas de zinc, sonido muy cercano, la brizna de las gotas me acariciaba la cara, gotas que de pronto comenzaron a sonar como aguacero y, pesadas, viscosas, me mojaban un brazo, el cuello, el pelo. Encendí la luz del velador y entonces vi la nube negra en camisón, mi chubasco personal: el abuelo estaba meando en una escupidera a centímetros de mi cara. Me lavé, me vestí, en un bolsillo del gamulán percudido que me había dado Tucho luego de haberse comprado uno nuevo metí la pistola y en el otro la granada. Esperé el amanecer sentado en el piso, la espalda recostada sobre un placard viejo. En la calle lloviznaba de veras. Colectivo 68, estación Once, vagón del tren del Sarmiento que a esa hora de la mañana estaba saturado de pasajeros y perfume falso de pinares y lavanda; necesidad casi abyecta de prender el primer cigarrillo del día y, en el apuro, el tacto aún dormido, confundo el carusita con el cargador de la pistola y lo saco, al cargador lleno de balas, y lo pongo en el extremo del cigarrillo y de inmediato, cuando percibo que las personas que me rodean me están echando miradas legañosas llenas de sorpresa, lo guardo. Un tipo se ríe y me alcanza su encendedor.
La operación fue un éxito.
Una semana más tarde, el ataque a la comisaría de Floresta con fusiles arruinados: veinte compañeros en escena; sirenas muy locas colocadas estratégicamente en el terreno baldío lindero a la comisaría para causar inquietud y revuelo entre los canas; disparos desde los bancos de la plaza; agentes huyendo de su nido como hormigas aterrorizadas, alguno que cae malherido; todos los teléfonos de la comisaría, y de las cercanas, bloqueados por compañeros desde teléfonos públicos. Acción, adrenalina pura y tareas de distracción propias del buen cine americano. Éxito rotundo. Y siguieron los éxitos.
Hermanito, efectivamente no me ha causado alegría recordar ese tiempo, porque hemos perdido la batalla y la guerra. No hay más que mirar a nuestro alrededor, incluso con indulgencia. Cuando estudiábamos a Marx teníamos la idea de que el imperialismo como último estadio del capitalismo se instalaría en USA, mi impresión es que estamos viviendo esa última etapa pero en forma de globalización, el capital en este momento de la historia es esencialmente financiero, no tiene fronteras ni obedece a los poderes políticos ni sociales, es cada vez más cruel e insensible, es como una corriente desbordada a la que nada ni nadie puede encauzar ni frenar. Si seguimos a Carlitos Marx, llegará a ser ineficiente por sus propias contradicciones y serán las fuerzas productivas las que impulsarán su recambio. Como ves todo muy lejano para mí y para mi generación. Tener la certeza de que esto tenga fin no consuela ni alivia la pena de vivir este momento. Hay dos cosas que he leído y que dan que pensar, una es que el ‘qué hacer’. La izquierda política sólo propone cambios y mejoras en el sistema sin atreverse a ponerlo en duda, y la otra es que la mayoría de los humanos percibe como más probable un contacto con seres de otro mundo o la caída de un meteorito que cambie la faz de la tierra, que un cambio radical en las teorías económicas del capitalismo actual.
Besos y abrazos.
Tu hermano Gonzalo