Por Gladys Stagno | Escraches. Denuncias. Femipatrullas. Injusticia. Incomodidad. Punitivismo. Antipunitivismo. Y tres palabras recurrentes: abuso, violencia, violación. La discusión es confusa e inaprensible para quienes miraron, hasta aquí, al feminismo desde afuera, pero asistieron y opinaron (eso sí) sobre cada denuncia que cobró popularidad y trajo consigo acciones concretas. Que si está bien decirlo en redes sociales, que si debió denunciarlo en la Justicia, que no parece creíble, que a las feministas nada les alcanza, que ahora todos los hombres son culpables.
“Todas las manifestaciones de las chicas han traído interpelaciones al mundo adulto. Porque significaron una fuerte ruptura con las lógicas sexuales bien aceptadas por las generaciones anteriores”, sostiene Eleonor Faur, doctora en Ciencias Sociales y autora de una investigación sobre los “escraches” en los colegios Nacional Buenos Aires y Carlos Pellegrini. La metodología, que cobró popularidad hace dos años, significó una oleada de denuncias –redes sociales mediante- por parte de las estudiantes hacia acosadores, abusadores, violentos, violadores. Pares y docentes. Una vez que empezaron, se fueron acumulando por decenas.
“Fueron procesos fuertes, dolorosos, angustiantes, de muchísimo aprendizaje a altos costos -agrega Faur-. La primera respuesta fue marginar. Hubo enorme niveles de angustia, desconcierto y enojos. Los chicos percibían que las acusaciones eran injustas, las chicas se sentían sobrepasadas y muchas dicen que ahora ven que la solución de excluir no fue la mejor”.
Buenas o malas, las formas de justicia quedaron enteramente en manos de las alumnas, a quienes la sociedad no tardó en juzgar. El escrache fue criticado por exagerado, por incomprobable, por vengativo, por punitivista. “Frente a toda esta hecatombe, las autoridades demoraron mucho tiempo en hacer algo. Empezaron con respuestas muy cosméticas, que no hicieron más que dilatar las respuestas institucionales”, relata la investigadora. En tanto, a las estudiantes -quienes fueron creando herramientas de justicia donde no las había- se les pidió un accionar ecuánime y moral que el mundo adulto no supo darles. Ni en las escuelas ni en ninguna otra organización (ocurrió en todas) donde aconteció alguna denuncia: las respuestas superadoras no aparecieron o llegaron tarde, y su demora ahondó la injusticia vivida por las denunciantes.
La charla titulada Transfeminismos antipunitivistas -organizada por la Asociación de Pensamiento Penal, la Procuración Penitenciaria de la Nación y el Espacio de Géneros y Grupo de Estudios en Contextos de Encierro del Centro Cultural de la Cooperación, y coordinada por la periodista e investigadora Luciana Mignoli- abordó uno de los temas más ríspidos en esta etapa del feminismo: la necesidad de hacer justicia para las víctimas en un mundo que sólo conoce la justicia del patriarcado. Punitivista por definición, e imitada por ósmosis.
“¿De qué estamos hablando cuando hablamos de punitivismo? Esto debe ser puesto en sospecha porque justo cuando alzamos la voz aparece la preocupación. La instalación del punitivismo como una especie de consecuencia de las reivindicaciones feministas es sexista en sí misma”, afirma Ileana Arduino, abogada penalista, especialista en seguridad y políticas de género.
Que nadie esté obligado a soportar en silencio
Ariell Carolina Luján es una de las denunciantes de Cristian Aldana, el cantante de El Otro Yo que está siendo juzgado por abuso sexual y corrupción de menores, en siete ocasiones, y espera una sentencia inminente. Ella es otra de las integrantes de la mesa y la fundadora del blog Ya No Nos Callamos Más, donde por mucho tiempo se recibieron y visibilizaron las denuncias de cientos de mujeres que habían sufrido agresiones, abusos, violaciones en todos los ámbitos, de todas las clases sociales. Desde allí se promovía: “Hablá. Expresá. Gritá. Hacelo como quieras y como puedas. ¡No estás sola!”. El portal dejó de funcionar el 27 de junio de 2018 porque, según ella misma afirma, llegó el “momento de expandir y reforzar las formas particulares de expresión que surjan a partir de nuestro empoderamiento y autodefensa”. Pero allí quedó subida la Guía femimutante de escrache y denuncia que promueve la autonomía en lugar de “alimentar estructuras que fomenten la verticalidad y el partidismo”. Ariell discute con el rol que la sociedad pretende otorgarle a cada persona que se anima a denunciar y piensa en una empatía que supere lo que llama “la falsa sororidad”. “Quiero desmitificar al escrache como algo no virtuoso, como un hecho que surge del caos y la desorganización ante el machismo operante y que, por eso mismo, es punitivista”, analiza.
“Las víctimas tenemos prohibido defendernos. Siempre seremos criticades, señalades, arrinconades al silencio y la invisibilidad. Esto es sistemático y genera traumas profundos. El Sistema Judicial resulta un castigo para quienes denunciamos, arraiga el rol de víctima siendo constantemente violento. ¿Cómo pensamos al antipunitivismo con un sistema que nos humilla y abusa? –se pregunta-. En este punto el escrache se vuelve una herramienta de autodefensa creativa. Punitivista es la violación. Punitivistas son los binarismos, la heterosexualidad obligatoria, el silencio”.
Y es que penalizar o no, el punitivismo o no, es un terreno fangoso, una trampa tendida por el mismo patriarcado. Vocablo que, dependiendo a quién se dirige, funciona como elogio o insulto. “¿De qué estamos hablando cuando hablamos de punitivismo? Esto debe ser puesto en sospecha porque justo cuando alzamos la voz aparece la preocupación. El punitivismo no empieza con la enunciación de estas violencias, vivimos en sociedades profundamente punitivistas. Esta asociación entre feminismo y punitivismo, que lo instala como una especie de consecuencia de las reivindicaciones feministas, es sexista en sí misma”, afirma Ileana Arduino, abogada penalista, especialista en seguridad y políticas de género.
Luego aclara: “Nadie podría estar en desacuerdo con que es mejor vivir en sociedades donde nadie esté obligado a soportar en silencio nada. No hay que confundir punitivismo con alzar la voz ante nichos estructurales de impunidad”.
«Tenemos que pensar algo diferente que esté en el medio del Poder Judicial y la sociedad civil. Un instrumento nuevo, que no es fácil de crear pero estamos obligadas a una gran creatividad. No es un observatorio, ni un instituto bellísimo, ni un ‘sana, sana, colita de rana’. Es un marco de alta institucionalidad que pueda funcionar, inclusive, con cierta sensatez punitiva leve”, piensa Dora Barrancos, socióloga y candidata a senadora nacional.
Para Alba Rueda, de la Organización Mujeres Trans Argentina, más allá de su alcance punitivo, el escrache es una herramienta imposible para muchas víctimas. “En los debates acerca de las modalidades de denuncia es fundamental poder ver quiénes son las mujeres que pueden salir exitosas con este tipo de denuncias públicas y quiénes van a quedar en el camino de ese planteo, siendo profundamente escrachadas en sus ámbitos, en sus pueblos”.
Por otro lado, la cuestión punitiva va mucho más allá del debate sobre si escrache sí o no. “El movimiento travesti nació desde la criminalización, fuimos nombradas primero por el Código Penal, por la criminalística, por los edictos policiales –recuerda Alba-. Después surge la reacción, el movimiento travesti aparece poniéndole freno a la violencia institucional como una de las caras del punitivismo. El movimiento travesti-trans constituye una posición política antipunitivista porque convivimos con la criminalización de nuestras identidades. Y el Estado tuvo todo que ver con eso”.
Dora Barrancos, socióloga y candidata a senadora por la Ciudad de Buenos Aires, reconoce la ineficacia de las herramientas a disposición. “Éste es un tiempo bisagra. Estos debates que hoy tenemos son porque ha habido un monopolio punitivo por un lado, y una deshabitación completa de la justicia en relación a las subordinadas, subordinados, y subordinades”, explica.
Finalmente, sentencia: “Como hay un orden vasto de cuasi delitos, hay conductas cuasi delictivas que son eventuales, y la judicialización es un camino tenebroso, es un nuevo martirio, tenemos que pensar algo diferente que esté en el medio del Poder Judicial y la sociedad civil. Un instrumento nuevo, que no es fácil de crear pero estamos obligadas a una gran creatividad. No es un observatorio, ni un instituto bellísimo, ni un ‘sana, sana, colita de rana’. Es un marco de alta institucionalidad que pueda funcionar, inclusive, con cierta sensatez punitiva leve. Hay sistemas de repedagogía que podemos inventar. Dirán que es medio utópico, pero más de lo mismo se ha probado que no sirve”.
En tanto, el momento histórico impone preguntas. Para reparar a las víctimas de las violencias patriarcales, ¿estamos buscando y legitimando las figuras punitivas que generaron esas mismas violencias? ¿Hay nuevas formas de justicia que podamos crear, que no revictimicen y sirvan para construir sociedades mejores? Y, mientras lo hacemos, las herramientas del amo ¿servirán para derribar su propia casa?
Foto de portada: Belén Araya