Redacción Canal Abierto | Jaime Breilh es reconocido por sus investigaciones en un campo particular de la epidemiología, llamado epidemiología crítica, y sus análisis sobre las determinaciones sociales de la salud.
En esta entrevista -desde su Ecuador natal, y en tiempos de pandemia-, el académico acerca su mirada sobre las diferentes aristas del fenómeno global al que asistimos desde el aislamiento social preventivo.
¿Cuál es su punto de vista para entender la dinámica de esta pandemia global?
-Pertenezco a una tradición académica crítica en salud y hemos estado trabajando desde hace mucho tiempo en una visión distinta de la epidemiología que llamamos epidemiología crítica. Ésta es distinta a aquella que se aplica en los sistemas convencionales de aquello que llamamos salud pública. Yo no tengo ningún reparo sobre lo que hace la institucionalidad pública para hacer salud. Creo que es una de los recursos importantes para afrontar esta pandemia. Pero creo que hay que introducir el análisis de la salud pública, y en este caso de una pandemia en el marco interpretativo de una visión integral, de una ciencia que conecte las cosas que suelen estar desconectadas en el análisis convencional, que no trabaje solamente con las expresiones epidémicas o pandémicas, que no vea sólo la punta del iceberg sino que vea todo el proceso de generación.
¿Cuál sería ese análisis en esta crisis?
-Yo creo que esta pandemia del COVID-19 es una crisis que desnuda las realidades de sistema global económico y de la civilización moderna porque tiene ciertas características que hacen evidente lo que no lo ha sido en anteriores pandemias. También esta crisis desnuda algunos silencios que corresponden a pensar la salud no como efecto que se manifiesta en las personas enfermas o los casos de muerte, sino en saber qué es y cómo se generó esta pandemia. Finalmente, qué es esta pandemia, qué lecciones nos deja para esta emergencia, y qué nos dice para el futuro.
Tengo cuatro argumentos principales: que en las pandemias del siglo XXI -es decir aquellas que han venido como formas virales, virus de recombinación genética- estas formas virales, como es el caso de la COVID-19, son apenas uno de los componentes de un verdadero tsunami de las llamadas enfermedades emergentes de esta época o re-emergentes, muchas de las cuales tienen mayor letalidad que la propia pandemia del coronavirus. Pero que no son visibles o no generan pánico porque no se las ha tenido en cuenta, porque no han forzado a interrumpir la vida económica con una cuarentena generalizada.
Estamos hablando de una pandemia que sin ser la de mayor letalidad, por su abultada mortalidad, su globalización tan rápida y también porque aún no existen vacunas ni un conocimiento completo del cuadro clínico que genera, ha tomado a las sociedades, incluso a las sociedades hegemónicas del mundo capitalista, como navegando con una embarcación un poco maltrecha, con ciertas costuras, con filtraciones, sin cartas de navegación conocidas, con pruebas y error. Además, estamos trabajando con una brújula equivocada, con un modelo de salud pública equivocado.
¿Cuáles son los otros tres argumentos?
-En segundo lugar, para poder conocer al virus, tenemos que entender que éste tiene formas de transmisión y una configuración de virulencia distintas. Se dan en la ciudades y un poco más tarde en el campo, pero en las ciudades especialmente, con las clases sociales de alta vulnerabilidad, que tienen condiciones de vida malsanas y tienen capacidades de afrontamiento débiles. Decimos también que es una pandemia transclasista: un fenómeno que afectará en el largo y mediano plazo a las clases sociales más depauperadas, a los grupos que tengan alguna condición de género o cultural que les crea vulnerabilidades.
Un tercer argumento es una condición de incompetencia o de debilidad de los aparatos públicos, no sólo de los recursos que nunca son suficientes en una pandemia tan grande ni en las sociedades más ricas, sino en el modo de detectar el problema. De tener una información oportuna, rápida, que nos permita actuar de manera adecuada. Además, nos toma en un momento en el cual todo está diseñado para un tipo de visión de la salud, tanto de la salud asistencial, de consultorio, como la del hospital, la pública. Está pensada en personas, en casos individuales, y no en aquello que genera esos casos individuales. Entonces, el paradigma de la determinación social está ausente o incompleto y eso crea un vacío de conocimiento que es vital, que es clave para poder responder de una manera adecuada.
Finalmente, hay una ausencia de políticas de equidad y una falta de articulación con las organizaciones sociales. No tenemos una visión participativa de la respuesta a la emergencia. Tenemos un sistema vertical institucionalizado donde hay una inteligencia limitada de la salud, una vieja vigilancia epidemiológica.
¿Por qué hay una brújula equivocada en los sistemas de salud pública?
-Hay una concepción dominante de lo que es la salud, que en el mejor de los casos se parece a aquello que define la Organización Mundial de la Salud: “la salud no es la ausencia de enfermedad sino la condición de completo bienestar físico mental, etc.”. A pesar de ese léxico, a la hora de los hechos en las estructuras institucionales y la forma en que se enseña la salud pública en las universidades estamos trabajando con lo que yo llamo una burbuja cartesiana. Es aquella ilusión de conocimiento que nos aporta el paradigma positivista que cree que la realidad de salud es una realidad de fragmentos, de partes que se relacionan entre ellas, como los factores de riesgo o causalidad de enfermedad que se relacionan a unos efectos. La burbuja cartesiana construye esto con los datos empíricos de la realidad sin conectarlos, sin producir análisis en un contexto de una sociedad basada en la acumulación de riquezas y la exclusión social sistemática.
Estas pandemias, que yo llamo del siglo XXI, se dan en sociedades donde las condiciones para la generación de nuevos virus se dan en contextos del extractivismo agrícola o del trabajo con animales en gran escala, en ciudades neoliberales hechas a la medida del gran capital y no a la medida del buen vivir de las mayorías. Se da en sociedades que están profundamente segregadas en clases sociales. Hay barrios caóticos, de subproletariado, de trabajadores, de clase media, barrios suntuosos. Y hay estructuras de movilidad, patrones de trabajo que son propios de esos modos de vivir distintos de las clases sociales. Y es en esos modos de vivir donde aparecen las vulnerabilidades, que nos hacen susceptibles al virus y a transmitirlo. Está servida la mesa: un virus que se origina en estos espacios pueda ser transmitido velozmente.
Sociedades inmunológicamente más vulnerables y despliegue del virus en sociedades más desarrolladas, ¿no es una paradoja?
-Nos enfrentamos a una civilización y a un sistema capitalista del siglo XXI, la cuarta revolución industrial. Esto significa consecuencias dramáticas en la expansión de una serie de procesos destructivos de la vida humana y patrones de indefensión que son marcados por una sociedad de clases. Ese metabolismo que ha existido siempre entre la sociedad y la naturaleza, por ejemplo en una sociedad campesina agroecológica o en una sociedad ancestral indígena de los Andes, es distinta a una sociedad donde se va expandiendo un metabolismo altamente destructivo que nos está dejando con la vida del planeta en un hilo.
Cuando se convierte la tecnología, que es un bien común, en una aceleración de la acumulación y del enriquecimiento deja de tener efectos protectores, pasa de ser un recurso para la vida a ser un recurso para el deterioro de los ecosistemas y las formas humanas.
Por la doble vía, entonces, van haciéndose cada vez más peligrosas las reacciones epidémicas porque tienes una naturaleza que se torna agresiva y por otro lado se expande la miseria, la exclusión social, la desesperación migratoria que generan patrones de vida que no tienen los soportes y las defensas adecuadas. Y que al final se encarnan en los cuerpos, en las mentes, no solo a través de las enfermedades virales sino también de las vectoriales como el dengue, el zika, el cáncer, la obesidad. Esas pandemias no son visibles porque no generan pánico a pesar de que matan incluso más.
¿Como es la situación en Ecuador?
-He estado formando parte de equipos técnicos y como epidemiólogo participo en los medios por mi visión crítica. Discrepo de la visión y el modelo de este gobierno en Ecuador, sin embargo para defender lo público, la única herramienta para enfrentar una pandemia es con una fuerte organización de lo público, tengo que sincerar algunas cosas. Por un lado, no esconder que ha habido debilidades pero tratar de que esas debilidades no se entiendan como las de un país pequeño, pobre. Si bien la letalidad es alta, no tiene nada que ver con la gravedad de los indicadores de otras sociedades, incluso de la norteamericana, gracias al descuido y a la incompetencia de su gobierno. En el caso de Ecuador, estamos hablando de 200 muertos por millón que es mucho más bajo que en Estados Unidos y comparable a Chile. En los Países Bajos tenemos 856 muertos por millón. Si tomamos estos indicadores desconectados dentro del modelos de burbuja cartesiana, comenzamos a tener una cartografía equivocada de las comparaciones.
Cuando uno mira con cuidado los sectores de la costa, con una oligarquía como la de Guayaquil, han caído en un desmanejo de la pandemia, donde no se puede hacer una cuarentena tan rápido porque hay 200.000 personas de esa ciudad pujante que tienen que salir a trabajar. Tengo que escoger entre morir por el virus o morir en la calle y eso no es un fenómeno de Ecuador: pasa en el sur de Italia, en Río de Janeiro. Los trabajadores del sistema de salud está dando la vida. Otro mito que cayó es que la privatización es el único camino de un sistema de salud. Lo que hemos aprendido es que lo único que nos salva de una pandemia es un fuerte sistema de salud no privatizado.
El estado de excepción, la cuarentena y la distancia social…
-Este estado de excepción tiene tres lecturas: política, económica y epidemiológica. Políticamente es complicado, requiere medidas drásticas, la presencia de la fuerza pública. Económicamente, el estado de excepción es la única manera de parar la maquinaria del capitalismo de la cuarta revolución industrial destructiva hasta que pueda organizarse una respuesta colectiva e institucional adecuada. Hay que parar las migraciones, hay que parar las soluciones que el sistema ha construido para poder sobrevivir, parar con la opulencia del 1% de la población. Que la salida de esta pandemia no sea la que señala Naomi Klein, en La Doctrina del Shock, aprovecharse del miedo para enriquecerse más, aumentar la inequidad y la vulnerabilidad epidemiológica.