Por Mariano Vázquez | El 25 de mayo, varios agentes de la policía detienen al ciudadano negro George Floyd en Minneapolis a quien acusan de haber intentado usar un billete falso de 20 dólares en un supermercado. Las cámaras de vigilancia y los videos de transeúntes muestran esta escena que dura ocho minutos y 46 segundos.
“Por favor, por favor, no puedo respirar, por favor, no puedo respirar”, la voz entrecortada de George Floyd ruega para que la rodilla izquierda del policía Derek Chauvin deje de aplastar su cuello. Los transeúntes también imploran mientras otro uniformado impide que se acerquen. Ningún pedido de clemencia fue suficiente, ni el de la víctima ni el de los testigos. El rostro de Chauvin lucía exultante, en pleno goce de su white cop power sometiendo a un negro. Los videos también desmienten la versión oficial de que hubo resistencia a la autoridad. Así se consumó el asesinato que provocó la indignación popular. Remember Rodney King en 1992 en Los Angeles.
Al presidente Donald Trump no se le ocurrió emitir opinión. Lo hizo cuatro días después del asesinato. Como siempre, mal y tarde, azuzando la violencia y culpando a los otros. El mandatario amigo del Ku Klux Klan, de los supremacistas blancos, de los portadores de armas, de los neofascistas publicó en su cuenta de twitter que los manifestantes eran “matones”. Y amenazó: “cuando comienza el saqueo, comienza el tiroteo”.
Las respuestas no se hicieron esperar.
La alcaldesa de Chicago, Lori Lightfoot, sostuvo: “Su objetivo es polarizar, desestabilizar el gobierno local e inflar ansias racistas. Y no podemos dejarle ganar. Y diré lo que quiero decirle a Donald Trump: comienza con ‘f’ y acaba con ‘you’ (fuck you)”.
El ícono del básquet de la NBA, Kareem Abdul-Jabbar, escribió en Los Ángeles Times: “Justo cuando el sórdido punto flaco del racismo institucional queda expuesto, parece que hubiera iniciado la temporada de caza de negros. Si existiera alguna duda, los recientes tuits del presidente Trump confirman el espíritu nacional con el término que empleó para referirse a los manifestantes -‘matones’- y su consideración de los saqueadores como blanco justo de las balas. Lo que se debe ver al observar a esos manifestantes negros en la era de Trump y el coronavirus es a personas llevadas al límite, no porque desean la reapertura de los bares y salones de belleza, sino porque quieren vivir, respirar”.
O la manifestante que se ha viralizado en las redes sociales con su contundente mensaje sobre la naturaleza opresiva del sistema estadounidense: “Ya basta. ‘La tierra de los libres’ no lo ha sido para los negros y estamos cansados. No nos hablen de los saqueos, Estados unidos ha saqueado a los negros, Estados Unidos saqueó a los pueblos indígenas… Saquear es lo que hacen ustedes, lo aprendimos de ustedes”.
Como la lucidez ni la templanza son características que habiten en Trump, este subió la apuesta. Declaró al antifascismo como “organización terrorista”. Antifa es el flamante fetiche del odio de Trump, para quien, por el contrario, los grupos ultraderechistas, supremacistas y neonazis son “muy buena gente”.
Desde que Trump asumió la presidencia, los sectores extremistas se han sentido legitimados para perpetrar sus acciones violentas. Según las cifras publicadas por el Centro de Estudios sobre el Odio y el Extremismo de la Universidad Estatal de San Bernardino en California en 2015 se registraron 1.618 crímenes de odio; en 2016 hubo 1.730; 1.836 en 2017 y en 2018 fueron 2.009.
Esto se complementa con otro informe de la Liga Antidifamación que da cuenta del aumento exponencial de la propaganda supremacista blanca. Reportó 2.713 casos de divulgación de material racista comparado con 1.214 casos en 2018. Los mensajes de odio van dirigidos a negros, latinos, judíos y comunidad LGTB.
Ni Trump ni sus “buenos muchachos” pueden encontrar un solo asesinato por parte de los grupos Antifa. Pero en la lógica racista tiene sentido criminalizar a quienes plantan cara a la violencia fascista.
Uno de los referentes de la lucha por los derechos civiles, Stokely Carmichael, denunciaba en la década de 1960 que la “privación de los derechos civiles” se sostenía mediante “el terror racista”. Y agregaba: “Debemos empezar con la realidad básica de que los negros americanos tienen dos problemas: son pobres y son negros”. En ese tiempo, según la Administración de la Seguridad Social, el 40 por ciento de las familias negras eran pobres, contrastando con el 11 por ciento que alcanzaban a las familias blancas.
En el siglo XXI, si tomamos las cifras del Instituto de Política Económica, observamos un aumento de la brecha salarial por causas raciales. En 2019, un blanco ganaba 26,5 por ciento más que un negro. En el 2007, la cifra era de 23,5, en el 2000 de 21,8. Le sumamos que más del 30 por ciento de los negros perciben salarios por debajo de la línea de la pobreza y que a raíz del coronavirus se han perdido unos 40 millones de empleos en Estados Unidos.
El 18 de agosto de 2018 el diario Los Ángeles Times tituló: “Ser baleado por la policía es la principal causa de muerte de los hombres negros en Estados Unidos”. En otro de sus párrafos cita al responsable del estudio Frank Edwards, sociólogo de la Universidad de Rutgers, que enuncia: “Las probabilidades de ser asesinados por la policía son más elevadas que las que tienes de ganar muchos juegos de lotería”.
El presupuesto que las ciudades otorgan a las fuerzas de seguridad asusta. La lógica es armarlos para una guerra, no para combatir el delito o servir a la sociedad. Un promedio del 25 por ciento de las partidas municipales va a la policía. Es el ítem más importante. Más represión menos políticas públicas.
Apenas el 20 por ciento de los policías blancos de Minneapolis viven en la ciudad. Este dato local se reproduce en todo el país y se recoge del último censo (2010). Al menos el 50 por ciento de los oficiales de policía no tienen vínculos con la ciudad en la que trabajan, ya que viven en otras localidades y en el caso de los blancos las estadísticas son más altas.
Si no se atacan las consecuencias ancestrales de racismo, exclusión y pobreza que condenan a los negros en los Estados Unidos; si no se condena la brutalidad y el racismo policial; si no se condenan los crímenes de odio y a los supremacistas blancos, estos eventos continuarán impune y cíclicamente.
Como dijo Kareem Abdul-Jabbar: “Hace cincuenta años, Marvin Gaye cantó en Inner City Blues: ‘Me dan ganas de gritar/por la forma en que me hacen vivir’. Y hoy, a pesar de los apasionados discursos de líderes bienintencionados, tanto blancos como negros, siguen queriendo silenciar nuestra voz, robarnos el aliento”.
Publicado originalmente en Clate.org