Por Carlos Saglul | ¿Se equivoca Donald Trump cuando en medio de la descomunal protesta que vive los Estados Unidos, en lugar de tratar de poner paños fríos, incurre en una provocación? Con la Biblia en la mano amenazó con sacar el Ejército a las calles y reprimir a quienes protestan por el asesinato del ciudadano afroamericano George Floyd. Con esa actitud, en plena calle, rodeado de policías, Trump lanzó su campaña electoral.
En Estados Unidos, donde el voto es voluntario, son millones los que no entienden por qué metieron preso al policía Derek Chauvin que aplastó la vida de Floyd como quien mata un insecto. “Después de todo, era un negro”, dirán.
“No hay capitalismo sin racismo” decía Malcon X. Como en tantas otras oportunidades -¿o debería decirse masacres?- no se trata de un policía descarriado sino de un sistema criminal en un país donde el 70 por ciento de los que pueblan las cárceles son negros, hispanos o pobres. Estados Unidos sigue teniendo la mayor cantidad de presos del mundo en prisiones que están privatizadas y dan mano de obra barata a grandes empresas que contribuyen a las campañas presidenciales.
La actitud del gobierno norteamericano y de la Justicia que en principio ni arrestó al homicida, encubrió a sus cómplices y solo actuó cuando todo el país ardía, recuerda a la “doctrina Chocobar” de Patricia Bullrich en la Argentina.
En el Parque Jurásico
“Los dinosaurios van a desaparecer” prometió Charly García en un disco que editó en 1983. Se equivocó, al menos hasta ahora. Hoy el mundo parece un gran Parque Jurásico. Donald Trump recomienda combatir al coronavirus con lavandina mientras los muertos en su país ya superan los 100.000. Otro a quien le gusta retratarse blandiendo una Biblia, Jair Bolsonaro solo se muestra preocupado por la reanudación del fútbol cuando la peste ya barrió más de 27.000 vidas y los pronósticos son terroríficos, especialmente, y no es casual, entre negros y pobres.
En Chile las barriadas populares salen a protestar en plena cuarentena acorraladas por el hambre. Los alimentos que se reparten en filas desordenadas que multiplican el contagio son insuficientes. Escondido quien sabe dónde, el presidente de Ecuador Lenin Moreno, a contramano de las políticas expansivas del mundo, profundiza el ajuste. Crece la indignación popular y los cementerios. Perú ya superó los 4.200 muertos y es el segundo país más afectado de Sudamérica con 135.000 casos. Su presidente, Martín Viscaya justificó el nuevo récord señalando que “cuando se aumenta la cantidad de pruebas, aumenta la cantidad de personas afectadas”. No tranquilizó a nadie. El 70 por ciento de los peruanos no tienen ocupación formal. No pude realizar una cuarentena porque se gana la vida día a día. El bono que distribuye el gobierno no alcanza. El sistema sanitario colapsa por falta de inversiones, una de las más bajas del continente. Los regímenes neoliberales han sido los principales cómplices de la pandemia.
Por todos partes crece el descontento pero sin alternativas opositoras claras que lo canalice. Los dinosaurios van y vienen a su antojo.
Derechos, blancos y humanos
Los mismos diarios que aquí pusieron en primera plana a los desórdenes en Estados Unidos, casi no dieron espacio a alguno de los dramas que se repite a diario y merecen pocas líneas en las páginas policiales.
Policías chaqueños allanaron la casa de una familia indígena, abusaron a las mujeres, torturaron a los hombres, golpearon a los niños. Después los metieron presos. También eran policías los que fusilaron quien sabe porque antojo de la impunidad al peón rural Luis Espinoza en Tucumán. Como casi siempre, la policía trato de encubrir el caso y desapareció el cuerpo de la víctima.
El racismo está implícito en estos crímenes. No solo en Estados Unidos o Brasil es peligroso ser negro, indio o pobre. Aquí, tal vez, son más hipócritas. Derechos, blancos y humanos.
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Los negros son el 13 por ciento de la población estadounidense y el 25 por ciento de los muertos por coronavirus. En estos días tuvo amplía difusión el video donde una enfermera denuncia la clase de atención médica que se brinda en los barrios negros: “Vi un anestesista colocar un tubo EF y romper el esófago del paciente que se asfixió en su sangre. Los están asesinando. Ni siquiera a las organizaciones de apoyo les importa una mierda esta gente. Las vidas de los negros no importan”
Uno de cada tres hospitalizados muere entre la población negra de Brasil. Entre la blanca, uno de cada cuatro. La encuesta fue realizada por la Agencia Pública en base a los boletines del Ministerio de Salud. “Es en los barrios negros donde más se muere la gente” señalan.
Algo similar pasa en Argentina donde justamente a las villas se les llama “barrios populares en riesgo” y algunas no tenían ni agua cuando la pandemia ya llevaba muchos días de iniciada. La derecha cada vez más fascista presiona por levantar la cuarentena.
Aquí hablan de “infectadura”. En Brasil, Bolsonaro desfila en una movilización de golpistas. Para ellos, aunque jamás la admitan, la vida de un negro, un indio, un pobre no vale nada.
Ser diferente es sinónimo de inferioridad, “son culpables de lo que les pasa”, piensan. “Seamos un poquito egoístas”, recomienda Susana Giménez. Los dinosaurios nunca se fueron.
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Foto: 7días.co
Ilustración: Marcelo Spotti