Por Carlos Saglul | Es una suerte que el presidente Alberto Fernández sea más amplio que algunos de sus seguidores y haya respondido a las dudas planteadas por no pocos dirigentes -que también lo respaldan- sin confundirlas con “fuego amigo”. Pensar que el debate de ideas es la guerra es tan peligroso como las canalladas de la derecha destinadas claramente a desestabilizar al Gobierno sin reparar en los medios.
Los elogios a Marcelo Mindlin y el arco empresario que lo rodeó en la fecha patria del 9 de Julio no podían sino generar reacciones entre quienes tienen presente -como el propio Presidente lo ha dicho- que “muchos salieron más ricos de las ruinas en las que dejó al país la gestión de Mauricio Macri”. Resulta extraño que precisamente sean esos grupos empresarios, los convocados a construir “una nueva realidad económica”. Los medios hegemónicos al servicio de estos grupos económicos aprovechan esta visión perruna de la lealtad.
Tomaron la recomendación de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner a sus seguidores para que leyeran un artículo de Alfredo Zaiat en Página 12 para fabular un enfrentamiento entre ambos. En que lo que en realidad debe ser cuestión de debate, el periodista recordó que “casi todos los integrantes del bloque de poder económico concentrado están cada vez más alejados del destino del mercado interno, operan en áreas monopólicas o con posiciones dominantes y están subordinados a la valorización financiera de sus excedentes, de los cuales gran parte son dolarizados y fugados”. Subrayó que los grupos Clarín y Techint “se han convertido en la conducción política de ese espacio, porque les resulta funcional a la defensa y a la aspiración de continuar expandiendo su base material”. El artículo no habla de “simpatías políticas” contrapuestas, habla de intereses enfrentados, proyecto que está en las antípodas.
Juegos de guerra
El peronismo ha sido campeón en soñar el renacimiento de una gran burguesía nacional entre capitales que hace rato son multinacionales. No parecen interesados en volcarse al mercado interno. Hasta cuando las financió el Estado en el cometido de evitar cesantías durante la cuarentena se tuvo que agregar una cláusula para que no vuelquen esos fondos a la especulación financiera.
Difícil estar en la piel del jefe de Estado tratando de abrirse camino en un país devastado económicamente, sometido a una oposición salvaje que lo acusa de ser “un dictador soft”, a las presiones empresarias, al aislamiento continental en medio de gobiernos neoliberales, a las operaciones de la prensa hegemónica y a una oposición jugando a la ultraderecha con la simpatía del Departamento de Estado estadounidense. Igualmente, ver aliados donde no los habrá jamás no ayuda.
Y hay otro frente de tormenta: la principal negociación en materia de deuda externa aún no comenzó. Dicen otra vez que el Fondo Monetario Internacional, que desde los años setenta es vehículo de la dominación del capital financiero, “ha cambiado”. ¿Será verdad esta vez? ¿O es como decía Juan Perón “el mismo perro con otro collar”? Está por verse.
Cuando comenzó la pandemia muchos pensaron que al salir de ella el mundo no sería igual. Soñaron con la vuelta a un Estado de Bienestar, el fin del neoliberalismo.
No parece que el destino haga el trabajo de los hombres. Los sistemas no cambian sin lucha o confrontación. No ceder a las presiones del poder económico concentrado es muy complicado, ceder es suicida. Significa caer una vez que se ha perdido la base de apoyo.
El derecho a la verdad
No es Cristina Fernández de Kirchner ni Hebe de Bonaffini quienes intentan marcarle la cancha al Gobierno, sino los grupos económicos. Del otro lado está la gente, el pueblo, las mayorías, desde los laburantes a los pequeños y medianos empresarios, hoy encerrados en sus casas por la pandemia. Son la única herramienta capaz de contraponerse a las minorías que intentan hacer de la democracia una caricatura. Pero para movilizar esos sectores es necesario decirles la verdad por más cruda que sea. Tienen derecho a la verdad que los diarios le mienten, que la televisión les oculta.
El Presidente señala que se equivocó cuando anunció el proyecto expropiación de Vicentin. Los autores de la estafa del siglo cuentan con el respaldo de los grupos económicos que justamente se han enriquecido jugando a tomar créditos y a la fuga. Utilizan todos los medios, la oposición y sus voceros para presentar al Gobierno como intentando “quedarse” con la empresa vaciada por sus dueños. Del otro lado queda el tendal de productores estafados, trabajadores que pueden quedar en la calle. No es verdad que esa gente está feliz de ser estafada, de quedarse en la calle, pero es necesario salir a explicarlo como hicieron contados dirigentes y sindicatos. Resulta imprescindible movilizar a la opinión pública, enfrentar la confusión que quiere sembrar la derecha para cubrir los negociados del Poder Económico.
Es natural que Fernández como líder democrático insista en el camino del diálogo con todos los sectores pero buscar la sensibilidad social de la derecha criolla es una empresa sumamente incierta. Sumarla a un proyecto de unidad nacional que contemple los intereses de todos, aún más. Mientras Mauricio Macri y Patricia Bullrich actúan como una derecha salvaje, Horacio Rodríguez Larreta no tiene problemas con sacarse fotos en Olivos. No obstante, a la hora de los hechos le preocupan más los runners que la falta de agua y luz en los barrios populares donde la peste hace estragos, o la falta de equipamiento de los hospitales. Basta ver la inversión económica que realizó el Estado nacional y compararla con la de Buenos Aires, una de las alcaidías más ricas del continente. Las fotos pasan, lo que queda es la miseria, las villas donde recién ante la contundencia de la muerte “descubren” el hacinamiento.
Es entendible que el jefe de Estado se sienta como “un director de orquesta”, lo cierto es que debería aceptar que la banda que tiene enfrente, aunque no tenga problema en dialogar, está tocando otra melodía que más parece una marcha.
Ilustración: Marcelo Spotti