En su corto vocabulario hay infinidad de palabras cuya acepción más obvia y sencilla ignora por completo. Honestidad, límite, sensatez, culpa, escrupulosidad, llanto, muerte, genocidio, prepotencia, hambre, salud, autoritarismo, etcétera, etcétera. Palabras de esa naturaleza, para sus oídos, no son otra cosa que ruidos fastidiosos. No profesa un cariño especial por la palabra. Nunca la ha comprendido. Todo indica que la lectura de los textos bíblicos, en los que tiene la certeza de ser uno de los protagonistas, le difuminaron el cerebro. Un auténtico líder norteamericano. Cayó en el espejismo de creerse el Yavé del Génesis tramando el diluvio universal: “Borraré de la superficie de la tierra a esta humanidad que he creado, y lo mismo haré con los animales, los reptiles y las aves, pues me pesa haberlos creado”.
Un dios infernal que tiene el don providencial de purificar las almas, de librarlas de todo mal. Lo atacó el aura de un mandato divino: “He escuchado el llamado de Dios”, dijo alguna vez, o quizá muchas veces, vaya uno a saberlo.
Una superproducción de Hollywood: la lucha entre el Bien Absoluto, encarnado por los EE.UU., país que todavía no ha recibido la visita del pecado original, y el Mal Absoluto, protagonizado por el resto de la humanidad, suerte de pocilga donde viven apelotonadas millones de criaturas depravadas e incorregibles, muy probablemente alumbradas en Sodoma.
Fue posible gracias a la sociedad estadounidense. Porque una cosa es votar, elegir, y muy otra, en cambio, es convertirse en el sustento cívico y legal de una enorme, temible y planetaria asociación ilícita. “Dice Nietzsche”, escribió José Saramago, “que todo estaría permitido si Dios no existiese, y yo respondo que precisamente por causa y en nombre de Dios es por lo que se ha permitido y justificado todo, principalmente lo peor, principalmente lo más horrendo y cruel”.
En la última elección lo votaron más de setenta millones de personas, es decir, acaso el cuarenta y ocho por ciento de los norteamericanos que decidieron dejarse llevar por la parodia del voto en la mejor democracia del mundo.
¿Biden? Otro miembro fundador de la cofradía del Gran Hermano, diría Orwell. Pero, al menos, me dice Silenzi, un miembro de veras canoso.