Por Federico Chechele | Es cierta aquella idea de Arturo Jauretche que advierte que los gobiernos populares atacan, o se defienden, de lo que les parece mal sin medir consecuencias, mientras que del otro lado se fogonea la negación de la negación. Pero hay algo que es irrefutable, lo que está mal es indefendible y si se pasó del “hito de la vacunación”, afectando la confianza en el futuro, a entregar un penal sin arquero a la oposición, es porque se falló.
Esta mañana, al ser consultado sobre la vacunación VIP, un periodista de espectáculos, palabras más palabras menos, se sinceró: “No me llama la atención, es más, a esta altura pensaba que ya se vendía. Con lo que pasó firmo”. La crudeza de esta frase golpea porque pareciera que nos acostumbrados a hacer las cosas mal, como si fuera el ADN de este país. No importa si los anteriores eran peores o qué hubiesen hecho en estas circunstancias. Lo que está mal, está mal.
James Joyce decía que “un genio no comete errores, sus equivocaciones son voluntarias y son los portales del descubrimiento”. Más allá de que hacía referencia a sí mismo, el escritor irlandés planteaba que del ensayo/error surgían las cuestiones más innovadoras, desde el texto de un libro hasta la pujante era industrial, que fue y vino armando y desarmando según la voluntad del hombre o sus genios.
En esta pandemia global no hay genios, o quizás uno que otro genio anónimo -supongamos aquellos que crearon las vacunas en tiempo récord- pero si algo desempolvó este virus mundial fue lo exiguo que es el ser humano. Te toca a vos, me toca a mí, a vos no te pasó nada, a mí me pasó de todo y aquellos se murieron. Así de pequeños somos. Y de esa manera minúscula tenemos que afrontar las decisiones.
Sin embargo, el ser humano colectivo ha demostrado durante siglos que cuando se lo necesita agrupados ha estado a la altura de las circunstancias. Excepto las abejas, no hay nada que supere el arte del trabajo colectivo que puede recrear el ser humano, y esta pandemia lo ha demostrado. Más allá de los guetos antivacunas, de perfil fascista, la cotidianidad mostró fuertes lazos de solidaridad: la del vecino con el otro, los cuidados en el trabajo, el familiar con los suyos, el respeto mutuo. La historia será quien juzgue, a nivel global, cómo han jugado durante la pandemia las potencias mundiales y la industria farmacéutica (aquellos genios).
Allá por marzo o abril de 2020 muchos especulaban que de esta pandemia íbamos a salir mejores. Habría que transportarse en el tiempo y recordar aquellos encierros de películas para no ser tan duros con esas cadenas inundadas de idealismo.
Hoy la realidad muestra que mientras haya trabajadores y trabajadoras que todos los días se exponen a este virus invisible, mal remunerados y en pésimas condiciones de trabajo, y otros (pocos o muchos, más allá de la lista) sean beneficiados, la frase de Jauretche pierde todo tipo de valoración: al enemigo se lo combate, adentro se corrigen los errores y si es un escándalo es porque se falló.
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