Por Federico Chechele | Después de lo que fueron los días posteriores a las PASO, esta semana el Gobierno intentó recuperar la agenda y meter primera en lo que sería la refundación de la gestión. Con caras nuevas en el Gabinete y cambios en la modalidad de trabajo, la Casa Rosada está dispuesta a barrer los escombros que quedaron tras la lluvia de votos de la oposición y la embestida de Cristina Kirchner hacia la figura presidencial.
La paradoja es que la cara nueva sea la del PJ. El PJ es para el Gobierno la representación de lo que puede llegar a traer calma en esta turbulenta parte de la gestión de Alberto Fernández. Y para eso convocaron al exgobernador tucumano Juan Manzur, un dirigente convencido de que puede ser el piloto de la tormenta. Tiempo atrás, en una reunión informal y siendo gobernador, aseguró: “ésta es la etapa final de un guerra (por la pandemia) y para poner de pie al país hay que poner guita y tiene que salir del Estado; los privados no van a poner nada”. No hay muchas personas llamadas a hacer algo inolvidable, pero Manzur cree que es una de ellas. Coronado con el premio mayor al que podía acceder hoy, las expectativas de sus impulsores crecen.
La peronización del Gabinete Nacional arrastró a la provincia de Buenos Aires, bastión del kirchnerismo que no responde a la Casa Rosada. Axel Kicillof cometió el error primario que suelen forjar todos los gobernadores que llegan de la Capital a la Provincia: armar un gabinete sin intendentes del Conurbano. La decisión de Máximo Kirchner de sumar a los alcaldes generó mal humor en el kicillofismo, que pone en dudas una convivencia pacífica. Este frente interno que le calzó la vicepresidenta es la explicación por la cual el mandatario provincial tuvo que trasladarse fugazmente hacia El Calafate.
Lo cierto que al anuncio del arribo de Martín Insaurralde a la Jefatura de Gabinete y de Leonardo Nardini como ministro de Infraestructura, ahora le sumaron la llegada de más intendentes: Juan Pablo De Jesús, exintendete del Partido de la Costa, y Hernán Yzurieta, intendente de Punta Indio. Es el comienzo del fin del tecnicismo planteado por Kicillof quien, al igual que el Presidente, quedó sujeto a otras voluntades. Pero no fue todo: los intendentes también presionan para que uno de ellos sea elegido como jefe de campaña –con Santiago Cafiero encapsulado– para que diseñe las próximas ocho semanas en territorio bonaerense.
A días de comenzar la campaña proselitista, esta semana se ensayó un acto en José C. Paz, encabezado por Mario Ishii, uno de los intendentes que salió mejor parado en las PASO. Con presencia casi absoluta del Gabinete Nacional, incluido el Presidente, y con la ausencia de la vicepresidenta. Sin embargo, y a pesar del escenario grande y moderno, el cotillón fue peronista.
Intendentes bonaerenses y gobernadores agrupados por Manzur se comprometieron a militar las elecciones de noviembre y a hacerse cargo de la campaña en sus provincias. Gestión más territorio, una cuenta que no fue apuntalada en septiembre y que ahora cuenta con la venia de la Casa Rosada. Peronismo explícito.
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Aquella noche del 12 de septiembre, cuando los televisores mostraban una derrota irrecuperable del oficialismo, mientras muchos buscaban culpables y otros sacaban cuentas sobre cómo revertir el resultado en noviembre, la vicepresidenta fue más allá de la indolencia de la Casa Rosada y apostó por romper lo que haya que romper para diagramar un futuro inmediato.
El costo fue una irresponsable semana de idas y vueltas, quejas y reproches, y cambios y más cambios. Desde los sectores que rodean al Presidente aseguran que no fue derrotado, que el acuerdo alcanzado lo deja bien posicionado. El kirchnerismo duro se jacta de haber dado una vuelta de timón y que los costos se irán saldando con el tiempo. La síntesis que encontraron fue Manzur, que tantea a las dos partes mientras reclama superpoderes.
¿El objetivo será dar vuelta el resultado en noviembre, no perder las presidenciales de 2023, seguir haciendo antimacrismo manifiesto o modificar el rumbo económico pensando en los más necesitados? Más allá de la crisis sanitaria, si algo ha caracterizado a estos dos años de gobierno del Frente de Todos es la falta de astucia y convicciones. Astucia para ir por lo que se necesita sin medir riesgos, y convicciones para saber hacia dónde ir y para qué.
Encerrado en sí mismo, el Gobierno tiene que decidir si queda atrapado en el rol de administrador de la crisis –y así allanarle el regreso al macrismo– o sale a disputar con políticas sociales. Esta semana, silbando bajito, se le pagaron al FMI 1.900 millones de dólares y eso generó ruido dentro de los espacios que engordan el Frente de Todos, de la misma manera que reclaman discutir el Presupuesto para distribuirlo con mayor equidad. También se subió el piso del Impuesto a las Ganancias para beneficiar a un sector de la clase media y se aumentó el 52% del salario mínimo. Además, el Indec informó que la tasa de desocupación bajó el 3,5% en relación al mismo trimestre del año anterior. Decisiones, medidas y números que no conforman ni a propios ni a extraños.
En las últimas horas, el Frente de Todos difundió un estudio de los resultados que dejaron las PASO. Según la tabla de Excel, se asegura que no se perdieron votos sino que mucha gente prefirió no ir para no votar en contra. Una lectura amigable que precisa más respuestas políticas que de militancia.