Por Federico Chechele | Los sectores ligados a la derecha y sus extremidades no suelen destacarse por su nivel de ilustración ni por su empatía hacia el otro. Sin embargo, han sabido construir una narrativa basada en las “buenas costumbres”, un valor que el conservadurismo ha convertido en cruzada moral para sostener, a su entender, una posición privilegiada en la estructura social. Esta autoproclamada “gente de bien”, hoy abandona toda moderación y se entrega al insulto, al individualismo y a la idea de un país para pocos.
Un episodio elocuente ocurrió el pasado 25 de mayo durante el Tedeum en la Catedral Metropolitana. Al ingresar, el presidente Javier Milei dejó con la mano extendida al Jefe de Gobierno porteño, Jorge Macri, y pasó de largo frente a su vicepresidenta Victoria Villarruel, sin siquiera mirarla. Negó el saludo a dos autoridades elegidas democráticamente en una escena que sorprendió a todos y que fue transmitida en vivo a todo el país.
Minutos después, en ese mismo escenario, el arzobispo de Buenos Aires, Jorge García Cuerva, lanzó un mensaje claro: condenó la violencia discursiva y el “terrorismo de las redes sociales”, citando al papa Francisco. “Hemos pasado todos los límites” alertó, e hizo un llamado a “forjar la cultura del encuentro” y frenar el odio. “El que tengo al lado es un hermano, no un enemigo”, advirtió. Una de las máximas autoridades de la Iglesia Católica de la Argentina le pedía cara a cara al Presidente y a su gobierno que se calme y que busque soluciones a los excluidos por la pobreza.
Mientras tanto, el avance del individualismo -potenciado por el neoliberalismo y la cultura digital- arremete contra la solidaridad comunitaria. En la Argentina de Milei esta tendencia ha escalado de manera alarmante. Se han roto consensos mínimos de convivencia democrática y muchos votantes que antes se identificaban con el radicalismo y después con el PRO ahora abrazan sin reparos las ideas extremas de La Libertad Avanza, convencidos de estar librando una “batalla cultural” contra lo que denominan populismo.
Ya no importan las formas. La derecha ha comprado el paquete completo: corrupción, represión, violencia verbal, desmantelamiento del Estado y una sociedad sometida a la lógica del “sálvese quien pueda”. El desprecio hacia lo popular desangra a la patria.
Esta semana, trabajadores del Hospital Garrahan expusieron públicamente los salarios precarios con los que deben atender a niños con cáncer. Los científicos también se movilizaron para denunciar el desguace del sistema de ciencia y técnica, y las personas con discapacidad reclamaron ante el Congreso la declaración de una emergencia nacional. También se movilizaron los trabajadores universitarios y un miércoles más protestaron los jubilados bajo la represión desmedida de la ministra de Seguridad Patricia Bullrich que sumó un nuevo récord en su gestión: En menos de 5 meses produjeron más heridos que durante todo el 2024, de 1216 a 1231 según relevamiento de la Comisión Provincial por la Memoria.
Mientras ajustan a los sectores más vulnerables, el Gobierno destina millones a los servicios de inteligencia. Esta semana, el diario La Nación reveló un plan secreto que permitiría recolectar información sobre “actores estratégicos” que generen “pérdida de confianza” en las políticas oficiales. Tras una desmentida oficial, el periodista Hugo Alconada Mon confirmó la veracidad de la información, y fue posteriormente amenazado y hackeado.
El ejercicio del periodismo atraviesa una de sus etapas más oscuras. Se enfrenta a insultos públicos, represión, persecución y prácticas de vigilancia que recuerdan épocas que se creían superadas. Y lo más llamativo es que es el propio Jefe de Estado quien promueve un clima de hostilidad hacia quienes ejercen la tarea de investigar y contar lo que ocurre.
Todo parece estar permitido. De la misma manera que inventaron un video donde Mauricio Macri anunciaba que bajaba a su candidata porteña y luego lo difundieron desde el Gobierno como si fuera verdad, también tratan de “ratas” a diputados y senadores y elogian como héroes a quienes evaden impuestos. Milei ha llamado en reiteradas ocasiones “mandriles” a sus críticos y recomienda que se unten “adermicida”, una brutalidad institucional que no tiene precedentes y demuestra un deterioro alarmante. La violencia y la crueldad se han convertido en un método, con la complicidad de una parte de la sociedad que antes se escandalizaba por muchísimo menos.
El presidente, sea quien sea, tiene que dar el ejemplo porque no solo es la principal manera de influir sobre los demás, es la única. Porque nadie es lo suficientemente bueno para gobernar a todo un país sin consensos. Hace un año y medio que Milei gobierna, ya no apadrina el rechazo al sistema político, hoy no tiene dueño, no es de nadie, por eso la gente no vota, ni a unos ni a otros.
Además de las denuncias que se vienen realizando desde el comienzo de la gestión libertaria por la violación sistemática a la Constitución Nacional, el nuevo endeudamiento con el FMI, los fondos reservados sin control y la compra y venta de diputados y senadores, el Gobierno suma denuncias en el PAMI, en ANSES y en la causa $LIBRA, que tiene a los hermanos Milei como principales involucrados. La corrupción sobrevuela la Casa Rosada.
Cerraron la semana con la supuesta novedad del Servicio Militar Voluntario para jóvenes entre 18 y 28 años. Un medida para satisfacer a su electorado que espera más sangre. Lo más llamativo fue el anuncio: “Inculcar en los jóvenes argentinos los altos valores que siempre caracterizaron a las fuerzas armadas: esfuerzo, valor, disciplina y amor por nuestra Nación”. Sin ruborizarse, el Gobierno definió así a quienes en la Argentina dispusieron un plan sistemático de exterminio con centros clandestinos, miles de desaparecidos y el robo de 500 bebés. Y su silencio hasta la actualidad.
Más que una crisis, el país está frente a una transición de valores. Lo que ayer era impensable, hoy es cotidiano. Pero vale preguntarse: ¿qué clase de gobierno necesita atacar a jubilados, médicos, científicos, personas con discapacidad y estudiantes universitarios? ¿Qué modelo de país se construye desde el desprecio, la humillación y el odio?
Milei no gobierna para todos. No representa una alternativa al sistema sino su descomposición. Y no está solo: lo acompañan viejos y nuevos cómplices. Sin embargo, la historia argentina ha demostrado que los proyectos de exclusión duran poco tiempo.
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Federico Chechele en X: @fedechechele
Ilustración: Marcelo Spotti