Redacción Canal Abierto | Las temperaturas se han disparado a 47º en Portugal y por encima de los 40º en España, dejando el campo completamente seco y ayudando a la propagación de los incendios. Tanto al sur como al norte de la península, ya son miles los evacuados e aún incalculables las pérdidas materiales (según Madrid, el fuego devastó 70.000 hectáreas desde inicios de año, «casi el doble de la media de la última década»).
En Francia la situación es crítica, con 11 mil hectáreas arrasadas en la región de Burdeos. El domingo, 51 departamentos estaban bajo vigilancia naranja por las altas temperaturas y 15 bajo vigilancia roja, la más alta.
Las temperaturas tampoco ceden en el Reino Unido, donde las autoridades emitieron la primera emergencia nacional por calor extremo. El gobierno británico advirtió que en las próximas horas el termostato podría superar por primera vez en su historia los 40º. Similar es el pronóstico de los organismos públicos holandeses y belgas.
Si bien coinciden en la excepcionalidad de lo que ocurre en Europa por estos días, los especialistas advierten que quizás estemos frente a una nueva normalidad: el aumento en la cantidad de focos en simultáneo, así como también en su intensidad y expansión territorial. Y la causa de fondo no es otra que el cambio climático, producto del aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero.
Un informe del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, según sus siglas en inglés) reveló que 2019 y 2020 se han caracterizado por una actividad incendiaria excepcional en términos de severidad y emisiones. La combinación de olas de calor prolongadas, sequías acumuladas y baja humedad unida a una vegetación muy seca y bosques sin gestión generaron focos de fuego más rápidos y de una virulencia nunca vista.
La situación incluso afecta al Ártico, donde en 2019 llegaron a arder 5,5 millones de hectáreas que resultaron en la emisión de 182 millones de toneladas de CO2 a la atmósfera, tres veces y media más de lo que emite Suecia en un año. En Alaska, alrededor de 600 incendios consumieron más de un millón de hectáreas de tundra y bosque.
En otras latitudes la situación es similar, o aún más acuciante. El año pasado los incendios de la Amazonía brasileña superaron en un 45% al promedio de la última década, sin lugar a dudas debido a los altos niveles de deforestación ilegal.
“Si continúan las tendencias actuales, habrá devastadoras consecuencias a largo plazo debido a la liberación de millones de toneladas adicionales de dióxido de carbono. Esto se suma a los impactos inmediatos de los incendios que diezman la biodiversidad, destruyen ecosistemas vitales, amenazan vidas, propiedades, medios de vida y economías, y representan un riesgo de graves problemas de salud a largo plazo para millones de personas”, señala el estudio del WWF.
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Los incendios forestales y el cambio climático constituyen un círculo vicioso. A medida que aumenta el número de incendios también lo hacen las emisiones de gases de efecto invernadero, y se incrementan la temperatura general del planeta y la sucesión de eventos climáticos extremos.
Desde el año 2001 la temperatura media del planeta no deja de crecer. Los 20 años más cálidos han sucedido en los últimos años y la década 2010-2019 fue la más caliente desde que hay registros (1880). En 2019 la temperatura estuvo por encima de la media para el periodo 1981-2010 en casi todo el planeta y se convirtió en el año más caliente jamás registrado en Europa.
El fuego y la peste
Existe una relación directa entre los incendios, deforestación y pandemias: la destrucción de los bosques, en especial los tropicales como la Amazonia, Indonesia o el Congo, posibilita que los seres humanos entren en contacto con poblaciones de fauna silvestre portadoras de patógenos.
Lo que habitualmente se llama “expansión de la frontera agrícola” no es otra cosa que la tala o la quema de grande porciones de bosques para la ganadería o la agricultura. Y es ésta, en parte, el caldo de cultivo para la propagación de nuevos virus, como el Sars-CoV-2, causante del COVID-19.
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En este sentido, números especialistas vienen poniendo el foco en la relación entre el surgimiento de virus de origen zoonóticos el sistema alimentario agro industrial imperante. “La cría industrial de cerdos, vacas o aves es un factor fundamental para la incubación constante de virus que potencialmente puedan repercutir en epidemias. Cerca del 70% de la tierra agrícola está orientada a la cría industrial de animales, sea para la producción de forraje (en su mayoría, soja y maíz transgénico) o pasturas. Esto implica una expansión de la frontera agrícola y gran desforestación, factores de ruptura y destrucción de hábitats naturales que terminan expulsando a diversas especies. Es en el marco de este proceso que pudo darse la mutación de un virus en un murciélago para luego devenir en lo que hoy conocemos como coronavirus”, apuntó en diálogo con Canal Abierto la directora para América Latina del Grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración (ETC), Silvia Ribeiro.
Argentina
En 2020 los incendios forestales aumentaron un 13% en todo el mundo. Y en septiembre de ese año, el segundo país más afectado por estos eventos fue Argentina. Los hubo en once provincias, aunque los focos principales fueron el Delta del Paraná y Córdoba. En esta última, ese año se prendieron fuego unas 350 mil hectáreas (la Ciudad de Buenos Aires tiene una superficie total de poco más de 20 mil).
Aún más grave fue la situación que meses atrás sufrió Corrientes, cuando ardieron más de 800 000 hectáreas, lo que equivale a aproximadamente el diez por ciento de la superficie de esta provincia.
Se estima que el 90% de los focos fueron producto de fuegos mal apagados o intencionales. No son pocos los colectivos ambientalistas y especialistas que apuntan a la relación que existe entre las áreas devastadas y diversas concesiones mineras o proyectos agropecuarios o inmobiliarios.
Hace aproximadamente dos años el Congreso argentino aprobó una ley que protege los ecosistemas del fuego accidental o intencional y prohíbe la venta de terrenos incendiados en plazos que van de 30 a 60 años, para evitar prácticas especulativas y emprendimientos inmobiliarios. “Los incendios forestales tienen causas, pero también nombres y apellidos”, afirmó en aquel entonces a Canal Abierto el diputado nacional Leonardo Grosso.