Por Gladys Stagno | “Como hay diferencias de poder, de status, donde hay grupos dominantes y dominados, también hay un orden social de los discursos. Hay discursos que circulan más que otros, hay algunos con más prestigio, como el discurso médico o académico; hay un principio de desigualdad entre ellos. De igual manera, hay algunos discursos que se encuentran en los márgenes y otros que están peleando para ser reconocidos. Y los discursos vinculados con el negacionismo están peleando por volver a ganar terreno en el orden social discursivo”.
La explicación de Sara Isabel Pérez, doctora en Lingüística y docente en la Universidad Nacional de Quilmes y de la Universidad de Buenas Aires, no surge como consecuencia del intento de magnicidio hacia la vicepresidenta Cristina Fernández. Se enmarca en sus estudios de larga data sobre discursos y violencias, sobre todo de género, y sobre los llamados “discursos de odio”, que prueban que el lenguaje no tiene nada de inocente y tampoco de inofensivo. “Cada vez que hablamos construimos una representación del mundo”, aclara.
A partir de investigar a los grupos que empezaron a emerger en América Latina, con mucha presencia en redes sociales, para resistirse a políticas públicas relacionadas con derechos, Pérez y su equipo encontraron similitudes en sus formas de comunicar y de “pasar a la acción”.
El asunto de los valores
“Se autoperciben en las redes como agrupamientos independientes de ciudadanos preocupados por valores: familias, educación, la vida, la paz”, señala Pérez en el marco del conversatorio Discursos de odio. Lenguaje, violencia y comunicación social en tiempos de neoliberalismo, organizado por el Instituto de Investigaciones de Estudios de Género de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, el Departamento de Géneros y Diversidad de ATE y el programa ATE Universidades.
Luego agrega: “Tienen vínculos con líderes políticos y religiosos, construyen voceros legítimos que son una mezcla de intelectuales e influencers. Y también un enemigo bastante heterogéneo, que está formado por el feminismo radical, por Naciones Unidas y el lobby LGBT, que para ellos es una especie de consorcio de exterioridades malignas, y en muchos casos el Estado”.
El enemigo heterogéneo que menciona la lingüista tiene sentido en la medida en que sustentan su discurso sobre una “metáfora de la guerra”. “Arman un ‘nosotros’ indeterminado que claramente se opone a un ‘ellos’. Expresan una retórica de que son la mayoría y empiezan a amenazar con acciones más directas”, detalla.
El conflicto de la libertad
Estos grupos no son un fenómeno argentino. Comenzaron a aparecer en forma simultánea en distintos países latinoamericanos —como Chile y Perú— pero forman parte de un fenómeno global, que cobra fuerza en muchos países europeos con expresiones político-partidarias que suman cada vez más votos.
Sucede que estar alertas ante su crecimiento no es tarea fácil porque definir un “discurso de odio” es complejo, tanto que los algoritmos que tratan de filtrarlos a menudo no lo logran.
“¿Que son los discursos de odio? Por la relevancia internacional del tema y porque viene de la mano de hechos que han sido de gravedad para el desarrollo de la humanidad, denominados ‘crímenes de odio’, se han ido incluyendo en los tratados internacionales algunas definiciones que son la referencia cuando hablamos de discursos de odio”, explica Pérez.
El Pacto Internacional de los Derechos Civiles y Políticos, firmado por Naciones Unidas, dice que toda apología del odio nacional, racial o religioso que constituya incitación a la discriminación, la hostilidad o la violencia está prohibida por ley. Por odio y hostilidad se refieren a sentimientos intensos e irracionales de oprobio, enemistad y desprecio hacia un colectivo objetivo.
Pese a que el tiempo ha dejado la definición un poco obsoleta —porque el odio por razones de género, por ejemplo, no está incluido—, la definición sirve para pensar sobre las consecuencias de la circulación de estos mensajes, sobre las que sobran los ejemplos.
“Hay un supuesto de base de que el discurso de odio incita a la acción, a la violencia, al daño. Eso llevó a grandes discusiones sobre el lenguaje como herramienta para herir —relata Pérez—. Y la otra gran discusión es el conflicto entre discurso de odio y libertad de expresión. Naciones Unidas propuso el Plan de Acción de Rabat, que advierte que hay que preservar la libertad de expresión pero que hay que regular los discursos de odio. Regular no significa prohibir, sino establecer acuerdos democráticos, consensos de ética comunicacional y política en los ámbitos institucionales”.
“Tiene que estar sedimentado”
De acuerdo con la experta, para que algo sea un discurso de odio hay que ver el contexto histórico, social y político en el que es dicho, la posición y el status social de quien lo dice, la intención con la que lo hace, el contenido y la forma, y cuáles son las condiciones de circulación de ese discurso.
“El problema es que el discurso de odio está pensando de manera muy aislada respecto del orden social de los discursos, del discurso hegemónico y de la comunicación social. Para que un discurso funcione como discurso de odio tiene que estar sedimentado a lo largo de mucho tiempo”, sostiene.
Citando al teórico norteamericano Stanley Fish, Pérez asegura que “el discurso de odio es racional, no es incontrolable, es cognitivo y, en muchas ocasiones, quienes producen discursos de odio creen estar diciendo verdades”.
Luego argumenta: “No es lo mismo decir que Cristina es ‘corrupta’, lo que es opinable, que decir que es ‘chorra’. Porque ‘chorra’ la inscribe en un orden discursivo asociado con valoraciones negativas y con la reproducción de otro discurso acuñado durante la última década neoliberal en el cual apropiarse de la propiedad privada ajena amerita que el propietario, en defensa propia, ataque al ladrón porque la propiedad privada es más importante que la vida de ciertos seres humanos”.
Las derechas y los discursos
En línea con el análisis de otros semiólogos, como la austríaca Ruth Wodak, Pérez resalta que el discurso de odio y el de las derechas no son lo mismo. “Porque el discurso de la extrema derecha se va reproduciendo sin la necesidad de que sea una apelación a la acción o a la violencia, pero tiene ciertas características que va construyendo un escenario complicado”, afirma.
Las derechas sostienen una dicotomía entre los producers (los que producen), “que socialmente son valiosos”, y los que no producen, “que viven del Estado”. “En esos discursos hay una construcción de chivos expiatorios que pueden ser los latinos, los negros, los húngaros, las ‘feminazis’, depende de qué actor social es el que está ‘despojándome de mis derechos’. También hay cierta cuestión conspiracionista, que presenta a estos chivos expiatorios como ‘organizados’ para ‘seguir despojándonos de derechos’”, indica la académica.
También hay “narrativas apocalípticas”: esto está muy mal, va a estar peor y la única forma de que no esté peor es que intervengamos directamente para evitarlo. Y una “inversión de la situación víctima-victimario” por la cual, por ejemplo, “Cristina Fernández fue atacada por haber hecho lo que hizo”.
Entonces, ¿qué se hace con estos discursos? Pérez rescata un análisis de la filósofa Judith Butler: “cuando el mundo se presenta como un campo de fuerza de violencia, la tarea de la no violencia consiste en hallar maneras de vivir y actuar en ese mundo de tal manera que esa manera se controle, se reduzca o se cambie de dirección en los momentos en los que parece saturar el mundo y no ofrece una salida a la vista”.
Una salida colectiva, al fin, que consista en reconocer al otro.
Más información: Discursos de odio: “Los límites del pacto democrático se van a seguir tensionando”
Ilustración: Marcelo Spotti