Por Leo Vázquez | Las muertes, las avalanchas, la falta de organización adecuada, la imposibilidad de la ciudad de recibir una cantidad de visitantes que duplica o triplica a los locales, el Estado ausente (o al menos poco presente), las teorías conspirativas, la cultura del aguante, el periodismo whatsappero, las noticias de Twitter, las muertes que no murieron.
La misa que fue velorio.
Además, un recital, trabado, opaco, sin onda.
Todo en un contexto delicado, atravesado por un momento social y político que tiende a comprimir realidades duras en lugares en los que apenas entran personas.
Son muchos ingredientes para pretender un solo abordaje, una mirada iluminada, una conclusión lúcida, una única sensación. Mucho menos una solución.
No es la primera vez que alguien pierde la vida en un recital de rock. Les pasó a Los Redondos varias veces, en situaciones distintas y con las particularidades de cada caso, y también pasó en shows de otras bandas, pero en este caso la sensación es que “se veía venir”. Días antes, el Indio Solari había difundido, indirectamente, un comunicado/recomendación en el que pedía «cuidarse de poderosa gente de mierda que se regodearía si alguien sale lastimado”. Además, ese texto premonitorio fue interpretado con intensiones político-partidarias por frases como “es un momento especial, hay intereses oscuros que con pocos miembros pueden alterar la fiesta”.
Tu negocio es muy difícil de explicar y fácil de enseñar
Lo que podía salir mal, efectivamente salió mal. Datos que aportan al caldo se encuentran en el supuesto negociado, el ansia de lucro descontrolado, la búsqueda de rédito político, las denuncias de arreglos debajo de la mesa, los contratos.
El domingo, el intendente de Olavarría, de Cambiemos, brindó una conferencia en la que despegó a la ciudad de cualquier responsabilidad y culpó a la organización del evento por las muertes. Ezequiel Galli afirmó que esperaban solamente 160 ó 170 mil personas y finalmente llegaron más de 300 mil, explicó que el operativo de salud dispuesto por el municipio, el control de la calle y la asistencia a los varados funcionaron correctamente y reconoció que se les «fue de las manos” la situación.
En caso de que esa fuera su única responsabilidad, tampoco fue bueno el resultado: no hubo organización para la llegada de los micros y los estacionamientos, hubo gente que no pudo salir a horario de la ciudad porque la policía no dejaba acercarse a los vehículos que esperaban en las afueras la finalización del concierto, lo que obviamente generó disturbios y algunos robos a comercios. La asistencia para los últimos varados llegó en la tarde del domingo, ya que se trató de un dispositivo improvisado y no de una planificación previa.
El presidente Mauricio Macri tampoco defraudó a su público y culpó a la gente por no respetar las “normas” y haber asistido a Olavarría sin entradas.
Ese mismo día, Joaquín de la Torre, ministro (operador) del Gabinete de Vidal, llegó a la ciudad para asegurarse de que el jefe comunal contase con el apoyo necesario en la Legislatura para no ser destituido, algo que -se deslizó inmediatamente- buscará la oposición local. De la Torre es intendente de San Miguel electo por el Frente Renovador, y ministro de Producción bonaerense de la gestión macrista.
El Concejo Deliberante olavarriense estudia los pasos a seguir para impulsar un juicio político contra Galli, quien quedó en el centro de la escena no solamente por su rol de anfitrión de una ciudad que no supo o no pudo adaptar su estructura para contener a la multitud que aceptó recibir, sino porque trascendieron detalles de las estrategias que habría utilizado para conseguir la presencia de Solari en casa y garantizarse ingresos de todo tipo, visibilidad mundial y crecimiento hacia el interior de la Alianza Cambiemos.
Algunos datos que involucrarían a la Municipalidad en la responsabilidad del desborde, más allá de la pretendida despegada del intendente:
- Galli reconoció que el predio La Colmena «no es municipal, está judicializado -es de los acreedores-, con un contrato de alquiler firmado a una empresa privada, que tenía que llevar adelante el show». Pero evitó mencionar que la Municipalidad salió de garante de las responsabilidades de los organizadores ante el juzgado y hasta se comprometió por contrato a «acondicionar» el lugar.
- El acondicionamiento no fue exitoso, está a la vista. La salida fue un embudo, el rescate de los lesionados y descompensados fue dificultoso, los controles y la seguridad inexistentes (como casi siempre).
- El intendente habría realizado gestiones y presiones para que la jueza de la causa habilitase el alquiler del sitio, ofreciendo al municipio como “fiador del evento”, en un compromiso que debería haber sido aprobado por la legislatura local.
- En el contrato existen cláusulas que eximen de responsabilidades ante cualquier eventualidad a los dueños del lugar, pero no ocurre lo mismo con las potenciales responsabilidades del municipio.
- El intendente reconoció que decidió no responsabilizarse en la seguridad adentro del predio y dejar todo en manos de la productora “Chacal Producciones”.
- Si bien la policía suele aportar al problema más que facilitar soluciones, en este caso existe una diferencia entre la cantidad de efectivos que el ministro de seguridad bonaerense, Cristian Ritondo, dice haber enviado desde la Provincia, y los que el intendente declara haber dispuesto para el día del show.
La irrisoria cifra por la que se habría alquilado el predio ($300 mil, en dos cuotas) disparó otra serie de denuncias mediáticas, hasta ahora, sobre la inevitable sospecha de un acuerdo sin firma.
Así las cosas, el intendente involucró por decisión exclusivamente suya a la Municipalidad, ante la Justicia, en la organización del evento. Cabe preguntarse, entre tantas respuestas rápidas, si el Estado tiene derecho a no responsabilizarse en todos las instancias de un evento cultural altamente convocante y si puede dejar la seguridad, el bienestar, la asistencia, los servicios, en manos de un emprendimiento particular. Lo que pareciera irreversible a estas horas es que lo del sábado marcó el fin de una manera de hacer las cosas, y que no hay combinación de factores posibles que permita que este tipo de reuniones garanticen seguridad y un mínimo de confort, por más que se consigan salas de tamaños amplios (se dijo que en el lugar podrían entrar 450 mil personas).
Y hay ceremonia, en la tormenta
Una experiencia digna de ser vivida, por la que no vale la pena morirse.
La sensación al llegar a casa es la de haber regresado de un submundo interno, una especie de viaje espiritual que no tiene que ver sólo con el desplazamiento geográfico, el evento musical, ni la reunión con amigos o familiares. Entrar a una ciudad absolutamente convulsionada en la que tantos miles de personas se preparan para “protagonizar” un evento de características históricas, compartir con cientos de desconocidos un momento interminable en el que sólo importa pasarla bien, las cuadras eternas de la caminata hasta el lugar en las que toda la familia de habitantes locales participa de la gran fiesta -poniendo música, vendiendo bebidas y comidas, alquilando baños, ayudando a los descompuestos-, es parte de un combo que sólo el magnetismo de esta figura increíblemente atractiva, para amantes y detractores, puede generar. Esto es así desde hace muchos años, la sensación de pertenecer y la necesidad de participar ya han sido explicadas, valoradas y criticadas en infinidad de ocasiones, pero ahora el fenómeno ha llegado a un extremo en el que pareciera necesitar reformularse, si es que su estrella no decide ponerle fin al viaje, algo con lo que viene coqueteando hace tiempo.
El show fue descartable. Para los que han visto a Solari en otros escenarios, sin dudas recordarán uno mejor. Cuando el monumental dispositivo de sonido comenzaba a acomodarse, y parecía empezar a garantizar una buena experiencia acústica en los 600 metros por 350 de ancho que se utilizaron en La Colmena, sucedió lo que ya nadie ignora, y desde entonces la idea de que el Indio quería ponerle fin a la presentación se empezó a hacer sentir cada vez más fuerte.
Evidentemente, la decisión de continuarlo no fue por voluntad, sino para evitar un mal mayor. En alguna de las interrupciones entre temas Solari dijo “vamos a continuar porque si no va a ser peor”, dando a entender que no era recomendable soltar a 300 mil personas enojadas en una ciudad que ya a esa altura estaba desbordada de problemas.
Sin bailar, sin arengar, sin sorpresas en la lista de canciones, con inocultable nerviosismo e incomodidad arriba del escenario, no hubo fiesta, sino la idea de que la banda estaba alterada por lo que sucedía abajo. Sólo un llamado a acercarse a Abuelas de Plaza de Mayo para quienes tengan cerca de 40 años y dudas sobre su identidad, pegado a una declaración en contra de la iniciativa del Gobierno de bajar la edad de imputabilidad, sacaron del pozo al Indio, visiblemente molesto y conmovido, tal vez al tanto de la tragedia ya en ese momento.
Todos a los botes
El Facebook oficial de Solari había pedido no concurrir con chicos al recital, y el domingo expresó: “Estamos muy tristes y preocupados y queremos hacer llegar nuestro acompañamiento a las familias afectadas”. Antes, un rato después de que la marea humana lograra retirarse del embudo que significó la salida del predio, las redes sociales sumaron dramatismo al ambiente, que en general era espeso, diseminando las primeras noticias que llegaban sobre los muertos. «Hasta once», decía Whatsapp, con chequeo de fuentes y rigurosidad periodística similares a las de Télam, que arriesgó siete fallecidos al principio, en un lamentable atentado contra la profesión que fue duramente criticado y explicado por la comisión interna de SiPreBa en la agencia oficial.
Una trágica burla del destino le puso final a una noche difícil de evaluar: el segundo fallecido, que no había sido identificado al principio, se apellidaba Bulacio.