Por Juan Carlos Giuliani | El 16 de septiembre de 1955 la oligarquía asesta su golpe de gracia al gobierno popular de Juan Domingo Perón. Las clases dominantes cortan de un solo tajo la experiencia de masas signada por una década de acumulación de poder popular: la expresión del más alto nivel de conciencia y organización alcanzado por la clase trabajadora argentina.
Los plumíferos del régimen, con cinismo, la llamaron “Revolución Libertadora”, denominación que el pueblo sabiamente, y con justicia, rebautizó “Revolución Fusiladora”.
La restauración del sistema oligárquico no se privó de ningún arma para desterrar de la memoria colectiva los diez años más felices de realizaciones y participación que había vivido nuestro pueblo en su derrotero histórico. La caza de brujas no conoció límites: prohibieron nombrar a Perón, cantar la Marcha, persiguieron, encarcelaron, torturaron y asesinaron a los militantes de la resistencia. Compraron a los alcahuetes y destilaron -por izquierda y por derecha- su odio al subsuelo de la patria sublevado el 17 de octubre del 1945. La figura de Evita fue estigmatizada, su cadáver vejado y, con la complicidad de la cúpula de la Iglesia, enterrado en un ignoto cementerio italiano.
Los militares que habían asaltado el poder al servicio de la oligarquía y los monopolios con la promesa de que no habría “vencedores ni vencidos”, muy pronto mostraron las uñas: Fusilaron sin juicio previo al General Valle y a otros militares patriotas que se levantaron contra el régimen usurpador. Un fusilamiento político que no se repetía desde la inmolación de Dorrego a manos de Lavalle. Otro grupo de militantes peronistas sería acribillado en los basurales de José León Suárez. Episodio infame de la historia argentina inmortalizado por Rodolfo Walsh en “Operación Masacre”. El poder sanguinario, huérfano de apoyo popular, sólo se sustentaba en la fuerza de las bayonetas.
La resistencia heroica de los trabajadores, inorgánica y fragmentada en sus inicios, pero potente y creativa con el correr del tiempo, fue mellando a la dictadura militar-oligárquica que tres años después del derrocamiento de Perón, se vio obligada a llamar a elecciones con la proscripción del movimiento nacional.
En 1958 y fruto del pacto con Perón, Frondizi llegó al gobierno, burló la voluntad popular, mediante el Plan Conintes reprimió con saña al movimiento obrero, profundizó la entrega de los recursos naturales a los monopolios extranjeros y cuando cumplió su misión, lo sacaron con un cuartelazo.
El honor acribillado
Otro 16 de septiembre, en 1974, el dirigente sindical y ex vicegobernador de Córdoba, Atilio López, era cobardemente asesinados por los sicarios de la Triple A. Lo acribillaron con 132 disparos incrustrados en el cuerpo de un hombre digno y honorable, condenado por su lucha consecuente a favor de la causa nacional y popular. Tanta furia criminal sólo se explica en la necesidad de instalar el terror como política de subordinación a la estrategia de los grupos de poder que aguardaban agazapados el momento oportuno para terminar con el gobierno títere de Isabel y López Rega. El asesinato se produjo el día en el que se recordaba el decimonoveno aniversario de la llamada “Revolución Libertadora”, que derrocó a Perón y dio inicio a 18 años de proscripción del peronismo.
El “Negro” Atilio ganó la consideración de los trabajadores cuando, actuando en el peronismo de la resistencia a poco de la caída de Perón en 1955, dirigió la primera huelga en el período de la “Revolución Fusiladora”, enarbolando los programas obreros aprobados en Huerta Grande y La Falda. Histórico dirigente de la UTA y de la combativa CGT Córdoba, lideró en 1969 junto a Agustín Tosco y Elpidio Torres la gesta del Cordobazo que provocó la caída del dictador Juan Carlos Onganía. En 1973 el voto popular lo consagró vicegobernador de la provincia, como compañero de fórmula de Ricardo Obregón Cano. Las clases acomodadas gastaron ríos de bromas por la forma de hablar del “Negro”, por sus modales y su estilo de vida llano, franco, de pueblo. Como si los trabajadores no supieran distinguir gato de liebre: al país lo fundieron los doctores con posgrado en Harvard, no los laburantes que se comen las “eses”.
En febrero de 1974, a nueve meses de iniciada su gestión de gobierno, Obregón Cano y López fueron desplazados del poder por una oscura sublevación policial, el tristemente célebre “Navarrazo”, que fue consentido por las máximas autoridades nacionales de entonces.
A mediados de junio de 1974 había viajado a Buenos Aires para ver a su querido Talleres en la cancha de River. El líder del sindicalismo de la resistencia y del peronismo revolucionario cayó en una redada y fue asesinado por la ultraderechista Triple A, hecho que provocó una profunda conmoción en Córdoba, que quedó reflejada durante el velatorio y el sepelio de sus restos, donde una multitud acongojada nunca vista en esa ciudad para una situación similar, participó en sus exequias.
Olvidado por la historia oficial, el “Negro” Atilio es un ejemplo de entrega y lealtad a los intereses de los trabajadores.
Los lápices siguen escribiendo
El 16 de septiembre de 1976 un grupo de jóvenes integrantes de la UES, JP y Montoneros fueron secuestrados en la ciudad de La Plata y más tarde fusilados. Cayeron resistiendo a la dictadura de Videla como héroes. Un caso emblemático de una juventud consciente de la necesidad urgente de construir una Patria justa, libre, y soberana. Tenían entre 16 y 18 años y la utopía de cambiar el mundo en el alma. Reclamaban un boleto secundario de tarifa baja y eran militantes comprometidos con un proyecto de liberación.
El 16 de septiembre a la madrugada fueron arrancados de sus casas Claudio de Acha, Horacio Húngaro, María Clara Ciocchini, María Claudia Falcone, Francisco López Muntaner y Daniel Racero. Grupos de tarea bajo las órdenes del Jefe de Policía de la Provincia de Buenos Aires, general Camps, ponían en práctica su plan de eliminar a cientos de adolescentes militantes revolucionarios. La noche de los lápices fue el nombre dado por el genocida Camps a ese operativo de terror.
Pablo Díaz fue el último estudiante secuestrado y uno de los sobrevivientes. Cuenta que al despedirse de Claudia Falcone cuando él la insta a recapacitar sobre la posibilidad de un reencuentro ya en libertad, recibe una respuesta categórica: “No, Pablo. No vamos a salir. Brinden por nosotros todos los fines de año”. El gesto habla de la asunción de una suerte colectiva en el marco de un proceso de desarrollo histórico-social. Se trata de la decisión meditada de no ser un “perejil”, lugar al que los ha querido arrinconar la teoría de los dos demonios.
El comienzo del fin del Estado de Bienestar, el brutal crimen de un líder del sindicalismo combativo y la masacre de seis militantes estudiantiles tiñen el septiembre histórico de rojo y negro. Rojo de sangre y lucha. Negro de luto y dolor.
El poder se regodea mostrándonos las imágenes de la derrota para que siga reinando el terror que paraliza. Otros, exhiben las fotografías de los fracasos para sostener el discurso reaccionario de que no se puede hacer nada más que lo que se está haciendo. Coristas de la resignación y el posibilismo.
Para nosotros, los trabajadores, se trata de hitos históricos de una larga marcha que continúa, con contradicciones y contratiempos, pero con el compromiso inalterable de seguir construyendo colectivamente para llevar esas banderas de lucha hasta el final del camino.