Redacción Canal Abierto |Chuimeq’ena’ o Totonicapán en este libro será comprendido como un espacio que posee densidad histórico-política dado que ha sido uno de los epicentros políticos de rebeliones en el mundo indígena en lo que hoy día se conoce como Guatemala”. El fragmento es parte del comienzo de Sistemas de Gobierno Comunal Indígena: Mujeres y tramas de parentesco en Chuimeq’ena’, un texto donde Gladys Tzul Tzul, socióloga guatemalteca, analiza el proceso de organización comunal en Totonicapán, un departamento del sudoeste del país emblemático por sus rebeliones ante el poder colonial y por cómo éstas moldearon la experiencia de organización que hoy rige la vida allí.

En el marco de una charla en La Cazona de Flores –coordinada por la investigadora y docente Verónica Gago y organizada por la editorial Tinta Limón– conversamos con Tzul Tzul sobre estas formas de organización comunal que proponen alternativas, soluciones y escapatorias a las lógicas capitalistas.

¿Cómo es que lo comunal se planta ante el capitalismo?

-Lo comunal está contenido por formas de gobierno y tierra. Tierra y autogobierno son dos fuerzas que contienen lo comunal. Es anticapitalista en el sentido de que no estructura la propiedad privada como forma de regulación. La misma existencia de una forma de propiedad comunal es incompatible con las formas de relaciones capitalistas.

Entonces, ¿cuál es el motor de la vida en una sociedad comunal si no es la propiedad privada?

-El trabajo. En este libro distingo dos formas de trabajo: aquel por el que las personas podrían tener valor de cambio, y el trabajo comunitario, que es necesario para tener caminos, para la forestación de la montaña que después va a significar fertilidad de tierras y abundancia de agua. En tanto tú tienes garantizada una tierra comunal que al mismo tiempo es fértil, tienes garantizada tu alimentación de larga data. En este lugar que yo estoy investigando, la gente cultiva maíz y eso va a significar que tu alimentación no esté ligada al mercado, que puede alcanzar como comida para un año y quizá la mitad del otro año. No es sólo maíz, es frijol, son tomates, son wiskiles, es el chile. El motor de la vida está en esta energía que da el trabajo comunitario que gestiona, regula y defiende la propiedad comunal. 

En tu libro, decís que en Totonicapán torcieron el liberalismo, ¿cómo es eso?

-En el proceso enfiteútico, en la reforma liberal, empiezan los procesos de titulación de la propiedad privada. Una vez que se desestructura la colonia, comienza el proceso de propiedad liberal, entonces comienzan los terratenientes a registrar la tierra a su nombre. Lo que va a pasar en Totonicapán es que va a empezar una campaña para la recolección de dinero, de gente que va a pagar con dinero para la compra de las tierras. Son tierras que históricamente nos pertenecen, pero saben comprender muy bien que se viene una ola de desamortización y de despojos de tierras, entonces empiezan un proceso de reunión de dinero y de animales para poder comprar. Y se presentan ante la capitanía y las alcaldías donde se están subastando las tierras. Van, las compran, aquí hay un listado de la gente que participó dando sus contribuciones, y cuando llega el momento de inscribir las tierras no las van a registrar de manera individual sino de manera comunitaria. Inscribieron a nombre de la Municipalidad de Indios de Totonicapán. Siguen el camino de la dominación a medias. Siguen el camino del liberalismo y lo tuercen a medio camino. Eso lo que nos presenta son estrategias: si la efectividad pasa por una confrontación directa, o por hacer procesos simulados que luego permiten una desviación al interior de él mismo. No puedo decir que lo quebró, lo torció nomás, pero ese acto garantizó que esa tierra siga siendo comunal.

¿Es un modelo replicable en otros lugares?

-Es en comunidades indígenas donde más se potencia, porque hay historia, porque hay condición material. Creo que hay muchas formas de producción de lo común en la ciudad. Las olas migrantes que llegan a las periferias de las ciudades en los años 70 van a tener que empezar una política de vivienda, de luz, de agua. Todo eso sólo funcionó porque se hizo de manera comunitaria, el Estado no se hizo cargo. Sí es replicable, pero toda sociedad tiene un tiempo y una geografía. En la sociedad la vida está mucho más fragmentada, la reproducción está más fragmentada y mediada predominantemente por el dinero: el alquiler, la comida.

Lo comunitario, ¿es un punto de partida o de llegada?

-Lo común no es una identidad, es una relación social, es una forma de relacionarse. Lo común es fundamentalmente producido. Yo creo que en algunos lugares, como en las comunidades urbanas, va a ser una condición primordial para garantizar la reproducción de la vida. Entonces, más que un punto de llegada o un punto de partida, es una condición que se va a ir transformando y que se va a seguir sosteniendo. Pero la política comunitaria está plenamente agredida desde el interior, como también cercada por el Estado y por el capital.

¿Cómo funciona el poder dentro de lo comunal? ¿Cómo circula?

-El poder es constitutivo de las relaciones humanas. Como en toda sociedad existe el ejercicio del poder, pero ese ejercicio tiene un contexto, que es el compartir las condiciones para la reproducción: el agua, los caminos, las fiestas, el bosque, los champignones, la posibilidad de poder pastar a tus animales. Hay un orden, una estructuración, un gobierno al interior. Pero, si tú usas el camino es porque has trabajado para su manutención. No hay una experiencia de Estado benefactor, sino que es a partir del proceso de auto-organización y de la pauta del trabajo comunitario. Algunas personas no quieren hacer su trabajo comunitario. Ahí hay una especie de abuso.

¿Y cómo se resuelve? 

-En algunos lugares hay formas de resolución de conflictos mucho más punitivas o carcelarias. En este caso, la forma de resolución del conflicto es reparativa. Si tú no has hecho el trabajo comunitario para el uso del camino, no tienes otra que hacerlo o no puedes usar el camino. Lo mismo con el agua: si no haces tu trabajo, te la cortan. A veces en las asambleas comienzan a leer quién no ha hecho el trabajo y es una gran vergüenza porque no es ético, porque estás viviendo del trabajo de la otra persona. Hay formas de auto-regulación a esos abusos. Son medidas tremendamente coercitivas.

Como hay una declaración de la ONU de los Derechos Humanos, a veces esta persona llega al tribunal y dice: «me están violando mi derecho universal al agua». Me ha tocado estar en el tribunal como perito experto. No hay una violación a los derechos humanos, sino que el sujeto está violando el derecho comunitario.

¿Hay otros ejemplos?

-También hay robos. Una vez me tocó estar en un proceso de resolución con unos chicos que se habían robado unos textiles, los huipiles (Nota: como el que tiene Tzul Tzul en la foto), que son bastante caros. Cuando se determinó que efectivamente habían sido ellos, tuvieron que reponerlos. No es que den el dinero: es «vayan, busquen los huipiles y los entregan de vuelta». Es restitutivo. 

El alcohol también se había convertido en un problema en las comunidades, entonces las mujeres pidieron en las asambleas el cierre de las cantinas, y se hicieron actas comunitarias para cerrar. Pero una señora no quiso cerrar. Eso terminó en un proceso judicial en el Estado oficial, y yo participé en ese proceso como perito. Ahí se decidió que no se podía prohibir el consumo, pero sí la venta, salvo en los días de fiesta.

En tu libro, hacés un apartado especial para hablar de las mujeres, ¿cuál es su rol dentro de lo comunitario?

-Es estructural. No creo que haya un rol. La energía política de las mujeres es definitoria en el mundo comunitario. El trabajo comunal –como reforestar, cuidar los caminos o limpiar los cementarios– es realizado por hombres, mujeres, niños y ancianos. Pero son las mujeres las que conservaron los tejidos a pesar de la colonia, que son considerados los libros que los conquistadores no pudieron quemar que guardan una serie de iconografías, representaciones. Son las que se encargan de organizar las fiestas, los entierros, y también son dirigentes, autoridades. En el interior del mundo indígena hay un panteón de puras mujeres, que tienen nombre, apellido, historia, que estuvieron al frente de la reconstrucción comunitaria después de la guerra. Y son ellas las que hoy defienden de manera decisiva las tierras comunales, dado que es el sustento y la garantía para que se alimenten las mujeres, sus padres, sus hermanos, sus hijos, sus primos, sus amigos.

 

Foto: Flor Cosin / Almagro Revista

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