Por Pablo Bruetman / Revista Cítrica | El secreto está en la comida. La solución está en la comida. A Rosalía Pellegrini, integrante fundadora de la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT) le pasa cada vez más seguido. “Hace años que venimos batallando contra el cambio climático y diciendo que hay que pasar del discurso a la acción y ustedes ya lo estaban haciendo”. En la Argentina, en el territorio de Vaca Muerta, en el país invadido por los transgénicos y los agrotóxicos, en el de las rutas saturadas de camiones que gastan combustibles en alimentos que se echan a perder por los grandes traslados, en el que el Estado, según el cálculo realizado por la Fundación Ambiente y Recursos Naturales- FARN-, utiliza el 6,5% del Presupuesto en subsidios a los combustibles fósiles. Y peor aún: apenas 10% del presupuesto de Energía se dedica a otros tipos de energía. En esa misma Argentina está gran parte de la respuesta al cambio climático: la vuelta al campo, la vuelta a la agroecología, las colonias agrícolas, a producir alimento en los cordones urbanos, en los territorios en donde vive la gente. Acercar al consumidor con el producto. Romper las grandes distancias entre las cosechas y nuestras bocas.
¿Sabías que más del 45% de gases con efecto invernadero provienen de la cadena de la agricultura industrial, fundamentalmente por la gran cantidad de combustible que se utiliza en el transporte de alimentos, materias primas y todos los derivados del petróleo en el packaging, que es fundamentalmente utilizado en la cadena de distribución de los grandes hipermercados?
Entonces, ¿por qué cuando hablamos de cambio climático, por qué cuando los presidentes viajan a cumbres por el clima para elaborar medidas y tomar decisiones que eviten que la tierra se caliente dos grados y estemos todes en peligro, los y las representantes de cada país no hablan de soberanía alimentaria? ¿No saben qué es la soberanía alimentaria?¿No saben que la soberanía alimentaria puede disminuir una cifra cercana al 45% de los gases de efecto invernadero?
Seguramente lo saben. Pero son los mismos dirigentes que permitieron la concentración de los alimentos no solo en pocas empresas sino también en pocos espacios geográficos. Así, un país como la Argentina, históricamente ganadero, en donde no hay motivos geográficos que no permitan acceder a la leche a escasos kilómetros de los lugares de producción, la leche se la pasa viajando por todas las rutas argentinas. Para Diego Montón, referente del Movimiento Nacional Campesino Indígena, la leche es el ejemplo más claro de la agricultura industrial: “Actualmente la industria se ha concentrado. En el caso de Mastellone con La Serenísima, se trata de una gran industria que traslada miles de kilómetros a la leche, desde los tambos hasta la industria, y luego otros cientos o miles de kilómetros, ya con la leche industrializada, hasta los mercados. Esto rompe un esquema histórico en el cual antes se abastecía desde el tambo a pequeñas industrias locales, las cuales abastecían los mercados de cercanías. Ahí se podría ahorrar muchísimo combustible en transporte, y esto directamente incide en disminuir y mitigar el cambio climático».
«La soberanía alimentaria es el camino fundamental para resolver la crisis climática», asegura Carlos Vicente, integrante de Acción por la Biodiversidad y miembro de Grain. Carlos asegura lo obvio, lo que dicen los números, lo que dicen las estadísticas, lo que el agua, los territorios, el sol y toda la naturaleza nos dan amanecer tras amanecer. Tan obvio y tan visible es que tuvieron que invisibilizarlo. Con millones de dólares, con comestibles ultraprocesados, con miles de segundos de publicidades en todos los países, con productos de etiquetas coloridas y marketineras. Y fundamentalmente con un mito (o mejor dicho con un verso): que -como la población mundial creció mucho- la única manera de alimentarla es produciendo comida a gran escala y con agrotóxicos en lugares casi deshabitados para luego trasladarla hacia los centros urbanos. ¿Qué dicen los números?¿Qué dicen las estadísticas? Según el informe Quién Nos Alimentará del ETC Group, un tercio de la producción total de la cadena agroindustrial se desperdicia debido a los largos traslados y la mala distribución. Son 2.49 billones de dólares gastados en chatarra que ni siquiera sirven para disimular el hambre de los sectores más necesitados. ¿Entonces por qué nos dicen que necesitan de transgénicos y “fitosanitarios” para producir más y terminar con el hambre en el mundo cuando con lo que producen ya sobra?¿No será que la comida que producen no sirve, que es antinatural y contaminante?
“Nos enseñaron a alimentarnos en base a una pauta alimentaria que corresponde al mercado y negocio de unos pocos y que genera una irracionalidad de transporte de alimentos”, explica Rosalía. “Claro que el sistema agroindustrial no funciona, no solo no ayuda a terminar con el hambre sino que trae y traerá más hambre en el futuro porque genera un daño ambiental irreparable: el tomate que compramos en los supermercados se cosecha hoy totalmente verde para que madure en una cámara. Se gasta combustible y se gasta energía que es escasa. Ese tomate que se siembra en Argentina se define a miles y miles de kilómetros atravesando el mar y no tiene que ver con nuestra realidad, con nuestro territorio ni con las comunidades que lo habitan, ni con nuestras costumbres alimenticias. Sin embargo, el tomate ese es hoy un tomate hegemónico”.
Ese tomate hegemónico es el ejemplo más claro de tomate que no se come, que se desperdicia y contamina: en octubre de 2016 los productores del departamento correntino de Santa Lucía decidieron directamente regalar toneladas de tomates antes de que se desperdiciasen. Cobraban un peso el kilo en la zona de producción e invertían 9 pesos en logística. La dificultad no estaba en producir sino en llegar a los consumidores. “Es increíble no sólo lo que estamos perdiendo, sino lo que ganan los supermercados y lo que le roban al consumidor”, declaró por entonces el presidente de la Asociación de Horticultores, Pablo Blanco.
Peor es lo que pasa con el tomate que se conoce como industrial, aquel que se utiliza para hacer salsas y ketchup. A pesar del tomate que se producen en el país, el tomate industrial se importa desde Asia y Europa. «El 50% del tomate triturado concentrado que se comercializa en Argentina es importado. El grueso que viene de Italia, y se puede comparar al calcular cuánto combustible gasta -en avión y camión- una botella o un extracto que viene de allá, frente a uno que se comercialice a menos de 50 kilómetros de donde se produce», detalla Montón.
Pero si hay un tomate hegemónico debe de haber uno también que no lo es. Lo inmensamente extraño es que el tomate no hegemónico sea el tomate de verdad: el que tiene sabor y valor. El valor de no contaminar con camiones de largas distancias que funcionan a base de petróleo ni con la refrigeración de esos productos que generar un gasto innecesario de gas. Y tiene sabor. Por eso en la ciudad de Gualeguaychú, donde a través de un Programa municipal para Alimentos Sanos y Soberanos (PASS), que da la posibilidad a las familias campesinas que trabajan la agroecología de acercar sus productos a los lugares de consumo, los tomates reales se agoten todos los sábados.
La creación de colonias agrícolas y el fomento de las ya existentes podría ser una de las principales políticas de Estado para cumplir con las metas de reducción de las emisiones de Gases de Efecto Invernadero comprometidas en el Acuerdo de París.
En la localidad bonaerense de Mercedes se está construyendo una colonia agrícola. Será de producción, distribución y comercialización. Se producirá alimento agroecológico. No necesitará más transporte que el que haga el consumidor o la consumidora hasta su hogar. No utiliza combustibles fósiles. No emite gases de efecto invernadero. Por eso decimos que una respuesta al cambio climático es alimentarnos a través de colonias agrícolas. En la actualidad, tanto los distribuidores de Mercedes como de las localidades cercanas como Junín, Chivilcoy y Bragado se trasladan más de 100 kilómetros hasta el Mercado Central. «Tenemos como objetivo hacer que funcione un puesto mayorista, un mercado concentrador en el que nucleemos a todos los compradores de aquí, de la zona de Mercedes, los verduleros, los vecinos; y también de los pueblos aledaños. Hoy en día los productores mercedinos tienen que llevar su producción a vender a los mercados alejados del pueblo. Queremos cambiar eso”, se entusiasma Rolando Ortega, productor de la zona. Quiere producir en Mercedes y para Mercedes. Todavía falta mucho para el objetivo pero el camino ya está iniciado: el municipio les cedió en comodato un campo lleno de monte a cambio de que lo cultiven en forma agroecológica. Y la familia de Máximo producirá berenjenas, zapallitos y, por supuesto, tomate. Otras familias se dedicarán a los frutales. “Acá en Mercedes es la Fiesta Nacional del Durazno pero ya casi no se produce. Queremos recuperar eso”. Duraznos y tomates que no se pudren viajando kilómetros y ayudan realmente en la mitigación a la crisis climática.
Otro caso de colonia agrícola que otorga soberanía alimentaria a una región y combate de esa forma la combustión de combustibles fósiles es la que tiene la organización de Productores Independientes de Piray en la provincia de Misiones. En 2013 consiguieron una ley provincial que les otorga tierras. Mejor dicho se las devuelve: se las expropia a Alto Paraná S.A. (APSA), una empresa forestal que tiene el 70% de las tierras de la zona. La ley les da 600 hectáreas, por ahora solo pudieron recuperar 166. Se las distribuyeron de la siguiente manera: una hectárea por familia para el autoconsumo y el resto se trabaja de forma cooperativa y se comercializa. Los alimentos y productos agroecológicos tienen destino alrededor de los pueblos cercanos como El Dorado, Puerto Piray y Montecarlo.
Cerca. Bien cerca están las colonias agrícolas de los sitios en donde se consume su producción. Uno de los tantos problemas de la agricultura industrial está en el gran trayecto que hay desde el campo hasta el plato. Según datos del informe “Alimentos y cambio climático: el eslabón olvidado”, publicado por Grain, la agricultura es responsable de entre 44% y 57% de las emisiones de gases de efecto invernadero surgidas del consumo de combustibles fósiles. Se espera que las emisiones de la agricultura se incrementen en 35% hacia 2050, aun cuando se hagan recortes masivos de emisiones. Puesto que la cadena agroindustrial controla más del 75% de las tierras de cultivo, y que para la cría de ganado emplea la mayoría de la maquinaria agrícola, de los fertilizantes y plaguicidas y produce la mayor parte de la carne, es justo estimar que la cadena agroindustrial es responsable entonces de entre 85% y 90% de todas las emisiones provenientes de la agricultura, cálculo que incluye a los barcos pesqueros que reciben subsidios para combustible y que liberan mil millones de toneladas de dióxido de carbono a la atmósfera cada año, mientras que navíos menores pueden capturar la misma cantidad de pescado con una quinta parte del combustible. Entonces la pregunta es ¿Cómo piensan cumplir las metas del acuerdo de París sin darle prioridad a la soberanía alimentaria?
“El principal responsable del cambio climático es el sistema agroalimentario industrial, donde se incluye la quema del combustible fósil, pero también otras emisiones de gases de efecto invernadero como -por ejemplo- el gas metano, que se produce en la cría industrial de ganado, y el que surge de las enormes montañas de desperdicios de alimentos que se producen”, remarca Vicente.
Diego Montón agrega otras formas menos convencionales de consumo de combustibles fósiles en el modelo de producción de alimentos hoy dominante: «El combustible para las grandes maquinarias y la mayoría de los fertilizantes y agrotóxicos son derivados de hidrocarburos y del petróleo. Además para la elaboración e industrialización de agroquímicos también se utiliza una gran cantidad de derivados de hidrocarburos. Así como también para el packaging en donde van los alimentos en los supermercados. El sistema agroalimentario industrial es responsable de las principales crisis que se están viviendo a nivel global. Es decir: la crisis alimentaria, no sólo por hambre sino también por sobrepeso y obesidad; la crisis por pérdida de biodiversidad; la crisis por la destrucción de los suelos; la crisis que está provocando el uso excesivo de agrotóxicos; y también la crisis climática. Es muy clara la situación, y están todas las cifras disponibles para demostrar esta realidad».
Para los dos, para Vicente y Montón, la respuesta al cambio climático es dejar de hacer lo que lo ocasionó: el “alimento” agroindustrial. Volver al alimento que alimenta. Al que la tierra necesita. «La soberanía alimentaria —es decir, la producción local sin transportar alimentos durante miles de kilómetros; producir sin destruir los suelos que son el primer reservorio de carbono que tenemos en el mundo además de los bosques; sin destruir los bosques; produciendo de manera agroecológica con base campesina centrada en producir alimentos para los pueblos y no para las grandes corporaciones; no utilizando insumos químicos que consumen combustibles no renovables para producirse; reciclar la materia orgánica que proviene del estiércol de los animales, que es uno de los grandes alimentos para los suelos— es el camino fundamental para resolver la crisis climática», propone Vicente.
Montón compara los dos tipos de agricultura: «La campesina utiliza mucho menos derivados del petróleo, tanto en la producción de materia prima como en la distribución. Tiene menos packaging y posee mercados de cercanía. Eso baja muchísimo el consumo del petróleo. Otros estudios de ETC Group marcan comparaciones entre distintos sistemas y señalan que en la lógica de producción campesina de maíz y en el consumo local de México se utilizan 30 veces menos de energía que en la dinámica de producción de maíz realizada por la agricultura industrial norteamericana. O que el arroz de la agricultura industrial estadounidense gasta 80 veces más energía que el arroz que produce y distribuye un campesino filipino. No hay dudas. Los datos estos existen: la agroecología garantiza utilizar mucha menos energía dentro del sistema productivo para la materia prima, lo cual incide disminuyendo los efectos de gases de efecto invernadero desde la producción primaria; y luego, la dinámica de la producción en el mercado de la distribución y comercialización en el mercado local y mercados de cercanía, disminuye significativamente el uso de combustibles».
“No hacíamos esto por el cambio climático”, admite Rosalía. “Era una salida a la producción de alimentos. Queríamos dejar la esclavitud que genera la dependencia de este sistema agroalimentario basado en el petróleo y que es impuesto por cuestiones que están muy lejos de la naturaleza y nos traen dependencia. Ahora que están tantos jóvenes luchando por el clima, empezamos a darnos cuenta también lo importante de la agroecología, de la biodiversidad, de que los alimentos vayan del productor al consumidor”. Muchas familias productoras de la UTT ya consiguieron salir de esa esclavitud. Ahora toca desesclavizar los suelos (de este modelo patriarcal y sin justicia social). Volver a vivir. Recuperar la tierra. Y el clima. Para eso solo tenemos que alimentarnos. Los pueblos originarios, las familias campesinas y las colonias agrícolas nos marcan el camino.