“Las clases dominantes han procurado siempre
que los trabajadores no tengan historia,
no tengan héroes y mártires”. Rodolfo Walsh
Por Pablo Bassi | Armando Olivares, el hombre que 50 años atrás fue líder de una huelga que haría historia, hoy deambula en talleres de escritura de Buenos Aires. Hace tres años que vive sólo de su jubilación en una pensión de Alsina y Pasco sin lujo alguno: el baño y la cocina son compartidas. Tiene 74 y quiere escribir una novela histórica, que tipea apretado en una computadora junto a la cama.
“El Choconazo”, la huelga que empujó el fin de la dictadura de Onganía en 1969 junto a las sublevaciones populares en Córdoba, Rosario y Tucumán, estuvo protagonizada por Antonio Alac, Edgardo Torres, el cura obrero Pascual Rodríguez, el obispo de Neuquén Jaime De Nevares y Olivares, de ellos, único sobreviviente.
La dictadura promocionaba la construcción de la represa de El Chocón como “la obra del siglo”. La central hidroeléctrica, 80 kilómetros al suroeste de Neuquén, genera el 29% de la electricidad producida en el país. Además, irriga el desierto y contiene al río Limay que solía invadir las tierras aledañas. En verano la temperatura promedia los 35 grados y en invierno cero. El viento sopla impiadoso.
“Llegué a El Chocón en agosto del ’69, donde ya estaba mi padre trabajando en una de las empresas de la obra”, dice Olivares, criado en la pobreza periférica de la ciudad de San Juan. Por ese entonces, él tenía 44 años. “Mi padre trabajaba de obrero temporario en la construcción, o como peón rural”.
Hubo más de tres mil trabajadores en El Chocón. La mitad contratados por la firma estatal Hidronor y el resto por subcontratistas, como la italiana Impregilo-Sollazzo. Al 13 de diciembre de 1969, cuando comenzó la primera huelga, habían muerto en accidentes ocho obreros. Los empresarios calcularon que para el final de la obra irían a morir 32.
En El Chocón se trabajaba, como mínimo, diez horas, con un día libre: el domingo. Cada tres meses, les daban permiso de pocos días para visitar a la familia. Algunos aprovechaban la visita para llevarles dinero. El salario estaba muy atrasado y los obreros reclamaban un aumento del 40 por ciento.
Fueron ellos quienes construyeron la villa temporaria donde dormían los capataces y oficiales especializados con sus familias, privilegio al que sólo accedió un puñado de trabajadores. Los solteros, en cambio, dormían sobre catres en habitaciones para cuatro con seis personas adentro, donde escaseaba el agua caliente.
La comida, provista por la empresa en un galpón, era de muy mala calidad. El control sobre la vida, muy estricto. “Adentro había una comisaría y en la entrada un puesto de gendarmería con diez efectivos que tenían por función impedir el ingreso de alcohol y de prostitutas”, dice Olivares. “Pero las compañeras trabajadoras sexuales entraban igual en colectivos, disfrazadas de obreros”.
¿Se trabaja hoy en las condiciones de explotación que trabajó usted en El Chocón? ¿Es posible otro Choconazo?
-Hoy, las mayorías tenemos esperanza con este gobierno y no creo posible un “Choconazo”. Eso no implica olvidar que la herramienta principal de la clase obrera es la huelga. En los ’60 y parte de los ’70, los movimientos sociales se aceleraban y masificaban, y su contenido principal era contra una dictadura.
¿Hay más o menos democracia en los sindicatos? ¿Qué opina de sus conducciones?
-La democracia sindical en la mayoría de los gremios sigue limitada, trampeada, es un tema pendiente. Se convirtió en el tema central al final de la huelga. No obstante, mi principal «mandamiento» dice que para fijar una posición política es indispensable determinar la contradiccion principal que hoy es lo nacional y popular versus el neo liberalismo.
El 12 de diciembre de 1969, una asamblea de trabajadores obligó a renunciar a los delegados designados por el sindicato UOCRA y eligió un nuevo cuerpo encabezado por Antonio Alac y Armando Olivares, ambos pertenecientes al Partido Comunista, y a Edgardo Torres, un extrapartidario. Al día siguiente, comenzaron la huelga que se extendió una semana.
En uno de esos días, Olivares y Pascual fueron detenidos en Neuquén. “Por la noche, un policía simpatizante del Partido Comunista nos leyó poesías de su autoría”, hace memoria Olivares desde su piecita de pensión de la calle Alsina.
Gracias a la intervención del obispo De Nevares, los detenidos fueron liberados y se levantó la huelga. El titular de la UOCRA, Rogelio Coria, aceptó nuevas elecciones en las que se volvió a ratificar la conducción combativa. Cinco años después, los medios informaron el asesinato de Coria en manos de Montoneros.
El 31 de enero del ’70, Olivares y otros viajaron a una reunión clandestina del sindicalismo combativo de Tosco y la CGT de los Argentinos. Al volver, se enteraron que la UOCRA los había expulsado y la dictadura quiso detenerlos. Convocaron a una huelga por tiempo indeterminado y la empresa los echó.
Así comienza la segunda huelga el 23 de febrero de 1970, que se extendió al 14 de marzo. Días en los cuales la mediación del obispo De Nevares y el flamante gobernador Felipe Sapag, designado por decreto de Onganía, fue determinante para evitar una represión que podría haber terminado en tragedia.
“El depósito con dinamita y sus detonadores para la obra quedaron dentro de la zona que habíamos tomado, incluidos los dormitorios”, recuerda Olivares.“Pudimos armar gran cantidad de explosivos que distribuimos en puestos de guardia. Además, había muchas armas cortas calibre 22, también escopetas, rifles y revólveres que logramos ingresar”.
A la policía de la provincia y la Federal se sumaron los refuerzos de la Brigrada Güemes de Buenos Aires y gendarmerías de varias provincias. Todos sumaban alrededor de 800 efectivos.
¿Cómo era vivir en medio de esa tensión?
-La mayoría de los obreros renunciaron y otros retornaron a trabajar a los diez días. En la última asamblea quedábamos sólo 300. Ahí se evaluó la propuesta de una comisión mediadora integrada por representantes de la dictadura, a la que asistió De Nevares y Sapag. Y se terminó aceptando. La situación nos era claramente desfavorable.
Tomando nota de la convulsión que atraviesa América Latina. ¿Es posible que la Argentina vuelva a tener semejante grado de intervención militar?
-Creo que los momentos decisivos de la historia, que determinan esas intervenciones, los producen los de abajo. Hoy en la Argentina, en todo caso, los que amenanzan son los sojeros.
Olivares cuenta que los militares apostaron al desgaste. “Para provocarnos, capturaban a compañeros que salían de las barricadas por las noches para ir a los comercios de la villa y los sometían a tormentos: golpes con toallas mojadas, trompadas al estomago, quemaduras con cigarrillos, simulacros de fusilamiento disparándoles las pistolas cerca de la cabeza. Luego los liberaban para que nos contaran”.
“El Choconazo” también pasó a la historia por los grupos de personas que los domingos viajaban desde Neuquén con ropa y alimentos donados en colectas para los obreros. “Me acuerdo que De Nevares”, continúa Olivares, “llegaba todos los días a las seis de la mañana con bolsas de pan”.
Durante los años siguientes, Olivares estuvo preso en Neuquén, Devoto y Caseros. A mediados de los ‘80 se alejó del Partido Comunista, hoy se asume “firme adherente del kirchnerismo” y a 50 años evalúa “El Choconazo” como una derrota. Pero no desde una visión derrotista, sino como retroceso en el curso ascendente de la clase trabajadora en la historia.
Olivares volvió a El Chocón en 1986. Acompañó durante 220 kilómetros una caravana de obreros desde Piedra del Águila hasta Neuquén. Estaban construyendo otra central hidroeléctrica y reclamaban aumento de salario. Después, nunca más regresó.
El hombre que fue pieza clave de “El Choconazo” y el quiebre político que vendría luego, transita las calles porteñas como un vecino más. Y trajina los talleres de escritura a la espera de que, al fin, su libro devuelva a los trabajadores su merecida parte en la historia.
¿Es importante que las nuevas generaciones conozcan “El Choconazo”?
-Así lo creo, porque el Cordobazo, el Choconazo y todas las sublevaciones de 1969 demuestran que con unidad, organización y lucha la dictadura cívico militar inició una retirada ordenada. El Choconazo demostró que es posible torcer la historia.