Redacción Canal Abierto | Durante los últimos días de diciembre Mendoza salió a la calle contra la modificación de la Ley 7722 que prohíbe la utilización de cianuro, mercurio, ácido sulfúrico y otras sustancias tóxicas similares en procesos de explotación minera.
Y si bien la movilización popular logró que el Ejecutivo provincial diera marcha atrás con la iniciativa, la avanzada extractivista siguió en Chubut (ley 5001) y en todo el país (como la embestida contra la Ley Nacional de Glaciares, que prohíbe la megaminería en zona glaciar y periglaciar).
El término megaminería refiere a un tipo de explotación minera a gran escala, en general de minerales metalíferos, que involucra grandes inversiones de capital, masivos movimientos de materiales, muy elevada utilización de recursos naturales, como el agua. Casi en su totalidad, es es operada o concesionada por empresas o asociaciones de empresas de capitales extranjeros.
En los últimos días, un grupo de científicos e investigadores del CONICET y universidades nacionales hicieron público un documento en el que refuta los principales argumentos de quienes defienden esta actividad, y que muchas veces los medios de comunicación reproducen convirtiéndolo en parte del imaginario colectivo.
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“Las experiencias históricas y las evidencias científicas disponibles llevan a la conclusión inequívoca de que la megaminería atenta gravemente contra la salud y el ambiente de las sociedades donde se instala”, asegura.
Argumento: “Siempre hubo minería y no trajo problemas graves a la humanidad”
“La megaminería es una de las múltiples formas de minería existentes y es relativamente nueva (en nuestro país funciona desde la década del ‘90). Utiliza técnicas de alto impacto socio-ambiental que, por eso, están prohibidas en muchos lugares del mundo”, explica el documento y traza una genealogía de la actividad en la Argentina, la región y el mundo.
Los investigadores también enumeran aquí los avances y retrocesos en relación a la legislación nacional, cómo el lobby empresarial operó en cada momento para conseguir una normativa más laxa y a fin a sus intereses, y algunos de los hitos en el largo camino de resistencia popular.
Argumento: “La megaminería ‘bien hecha’ puede no tener efectos dañinos en el medio ambiente y la salud pública”
“No es posible. La megaminería tiene inevitables impactos perjudiciales en el medio ambiente y la salud pública”, sentencian.
A diferencia de la minería tradicional, principalmente subterránea, esta se realiza usualmente “a cielo abierto” e implica el uso de técnicas de alto impacto ambiental. Mediante la utilización de explosivos (generalmente nitrato de amonio y fuel oil) se producen voladuras de grandes volúmenes de roca donde se encuentra el mineral de interés. Así se forman escalones que dan lugar al “tajo abierto” donde se aplican tratamientos químicos que separan los metales de la roca. El químico a utilizar depende del tipo de yacimiento, pero suelen ser sustancias de alta toxicidad. Los desechos se descartan en los diques de cola, que son extensos cuerpos de agua artificiales donde se depositan los millones de litros “enriquecidos” con químicos y metales pesados como plomo, cianuro, ácido sulfúrico, mercurio, arsénico, entre otros.
“Un solo emprendimiento de megaminería puede llegar a abarcar hasta mil hectáreas sólo para el área de mina –la que será completamente destruida-, llegando a remover hasta 300.000 toneladas de roca diarias, y empleando por día hasta 100 toneladas de explosivos, más de 100.000 litros de combustibles y decenas de toneladas de sustancias químicas de alta toxicidad”, detalla el informe.
Argumento: “Los impactos en la salud y el ambiente de la megaminería ocurren a muy largo plazo o son reversibles”.
“En primer lugar, cabe aclarar que los principales químicos empleados en la megaminería (cianuro, ácido sulfúrico y otros) son tóxicos para los seres humanos y los seres vivos en general”, aclaran la decena de científicos e investigadores del CONICET y universidades nacionales.
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Por poner un ejemplo, los químicos utilizados permanecen por años en los tejidos en niveles mayores a los tolerables según la Organización Mundial de la Salud, y están asociados a un mayor riesgo de enfermedades crónicas respiratorias, tuberculosis, silicosis, cáncer de pulmón, enfermedades renales, de la sangre, piel y sistema musculoesquelético, entre otras. A la exposición crónica se suma la exposición aguda, producto de accidentes como derrames, accidentes de transporte, rotura de caños, o emisiones de los diques de cola.
Argumento: “No es posible vivir sin megaminería; quienes se oponen deberían renunciar a consumir y utilizar objetos que contengan metales”
“Más del 70% del oro que se extrae en Argentina se utiliza para reservas de otros países, y está vinculado, principalmente a su uso como patrón monetario: no es cierto que sea imprescindible su extracción (Luna, 2015). Con respecto a los metales que se extraen para fabricar equipos electrónicos, a modo de ejemplo, en una computadora de escritorio, el 25% es recuperable, el 72% corresponde a material reciclable y sólo el 3% son desechos contaminantes”, explica el documento, y agrega: “La extracción de metales preciosos se utiliza, principalmente, para acumulación de riquezas y reservas para las clases altas del mundo”.
Argumento: “La megaminería genera desarrollo, empleo y diversificación de la economía regional”
En 2019, según el INDEC, La “explotación de minas y canteras” aportó sólo el 2,95% del Valor Bruto de producción total en Argentina desde 2004 hasta 2018, siendo que la megaminería metalífera aportó apenas 0,49%, en comparación con el 6,95% de la ganadería, agricultura, caza y silvicultura.
En los últimos 23 años, el total de la minería (metalífera, no metalífera, y principalmente hidrocarburífera) ha generado sólo el 1,15% del empleo total, en comparación con el 5,9% de la ganadería, agricultura y silvicultura.
Son numerosas las cifras del informe que dejan evidencia el mito comúnmente enarbolado por distintos gobiernos –sobre todo provinciales- a la hora de justificar distintos emprendimientos megamineros. “No genera desarrollo ni empleo ni diversifica las economías regionales”.
Argumento: “Quienes critican a la megaminería no plantean alternativas de desarrollo local”.
“Se ha propuesto la promoción de actividades que ya existían en la zona (por ejemplo la vitivinicultura, olivicultura, fruticultura, turismo, etcétera) y que se ven (en algunos casos) afectadas por el avance de la megaminería. También se han propuesto alternativas basadas en la agroecología, la producción de alimentos así como también el turismo”, afirman los integrantes de la comunidad científica.