Por Pablo Bassi | Sebastián Fonseca es sociólogo, integrante del Centro de Estudios de Masculinidades de la Universidad Nacional del Comahue, y acaba de publicar La ilusión masculina: un libro editado por Chirimbote que reúne la revisión de experiencias propias, en un intento por exponer y criticar el modelo de masculinidad hegemónica como espejo para varones que no están del todo interpelados por los discursos del feminismo.
Tuve la oportunidad de conocer a Fonseca a principios de 2020 en la ciudad de Bariloche, donde vivimos. Él fue a charlar con un grupo de militantes sociales –mujeres y varones-, y a acercar la perspectiva de género a cuestiones de la cotidianeidad del trabajo.
A partir de un registro intimista –“como el de alguien conocido que charla con vos en un bar”, dice–, el autor analiza en el libro aquellas conductas propias de la clásica formación de masculinidad, repasa la configuración de las relaciones asimétricas, e intenta responder una pregunta que Lucho Fabbri formula en el prólogo: ¿podemos pensar un proyecto político diferente al que ya nos otorga el ejercicio del poder?
¿Qué vamos a encontrar en La ilusión masculina?
–La idea fue contar la revisión crítica de experiencias de mi biografía, desde una perspectiva con ciertas lecturas feministas incorporadas, y la idea también fue descubrir situaciones y analizar recuerdos, para dar cuenta de un cambio en las relaciones humanas. Hay un registro intimista que intenta ser amigable y confesional, y que intenta que el lector experimente la sensación de estar hablando con alguien de confianza en un bar. Lo hago desde mi lugar interseccional de varón cis heterosexual blanco de clase media urbana sin discapacidad, no desde un banquito, porque a la deconstrucción no se llega desde una plataforma de claridad sino mediante un proceso de autocrítica y reflexión.
Te proponés, entonces, contribuir al proceso de deconstrucción masculina.
–El libro se propone ser un artefacto comunicacional, una herramienta de difusión para aquellos varones que se sienten incomodados con las propuestas del modelo clásico de masculinidad, pero al mismo tiempo no se sienten interpelados por los discursos del feminismo.
Contame un hecho de tu vida en el que podamos vernos reflejados.
–En un viaje de estudio a Misiones, compañeras de curso lavaban ropa en las piletas del complejo donde estábamos alojados, y se me ocurrió aprovechar el momento para acercarles mis zapatillas algo sucias. Entonces le pedí a una de ellas –con la que menos relación tenía– ese favor y se negó, obviamente. Para mí fue una sorpresa, una sensación que comparto en el libro, y cuento cómo el machismo nos hace andar por la vida con una serie de supuestos desacertados. Algo significativo fue darme cuenta de que esta formación que nos propone la masculinidad mayoritaria y clásica conforma un programa educativo que te lleva a hablar desde un banquito y a opinar sobre la vida de las demás personas sin entablar un diálogo verdadero con ellas.
Hablemos de la violencia como instrumento de coerción para el mantenimiento de privilegios.
–A los varones se nos educa tradicionalmente para ejercer el poder, y esa meta justifica distintos tipos de violencia. Decir violencia y violencia patriarcal es lo mismo. ¿Cuándo se usa la violencia o se amenaza con usarla? Justamente, cuando se trata de mantener el poder. ¿Y quién tiene el poder social, económica y culturalmente? Mayoritariamente, los varones cis heterosexuales blancos, quienes ocupamos los lugares más privilegiados en la configuración de las relaciones de poder.
Lucho Fabbri menciona en el prólogo la costumbre masculina de alardear ante lo que él denomina la “manada” y todo lo que hay alrededor de eso: competencia, frustración, humillación. ¿Querés explicarlo?
–Los varones nos formamos en género utilizando la violencia como principal vía de comunicación. Buscamos la aprobación de otros varones a quienes estimamos o admiramos, sin importar si nos tratan bien o mal. Nos constituimos a partir de una triple negación: no ser nena, no ser maricón, no ser infantil. Y lo hacemos mostrando la fuerza, la rudeza, la agresividad.
En un momento te preguntas si podemos pensar un proyecto político diferente al que ya nos otorga el ejercicio del poder. ¿No creés que ya hay uno en marcha, protagonizado por jóvenes?
–Las juventudes tienen el panorama mucho más claro, tienen más información acerca del futuro que los que estamos en la mitad de la vida. En mi trabajo en escuelas secundarias he notado mucha apertura mental con perspectiva de género con los más jóvenes de primero, segundo y tercer año. Con grupos de cuarto y quinto observé la transición del ciclo infanto-juvenil al de la vida adulta. ¿Pero qué vida adulta? La vida adulta que tienen como referencia más cercana, y que en términos generales se maneja de manera machista y con códigos patriarcales, reacia a abordar estos temas. No todos los chicos, pero una mayoría, o una minoría intensa, empieza a apropiarse de estos códigos del mundo adulto y echan mano a lo que tienen más cerca. Entonces, es muy importante que las instituciones presten atención y fortalezcan herramientas como la ESI (educación sexual integral), porque muchos y muchas profes prefieren no involucrarse, a veces por temor a padres y madres. No quieren tener lío.